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2 de mayo 2024
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OpiniónFrancisco Cruz PascualFrancisco Cruz Pascual

¿Todo vale por la visibilidad?

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¿Por qué es importante hacerse visible en la sociedad? Para los seres humanos del presente siglo (sociedad del conocimiento y de la era digital), es importante y por demás facial hacerse visible en la sociedad. Porque para los entes sociales al igual que el marketing, la visibilidad se presenta como algo que es fundamental, en la medida en que la industria evoluciona. Cada persona es una marca individual, profesional y empresarial. En este siglo cada persona es una estadística de marketing con valor asignado para afianzar la marca y, además, con posibilidades de reconocimiento a través de la herramienta estadística, con gran precisión para medir el alcance de la marca.

Es por lo antes dicho, que muchos individuos buscan visibilizarse no importa cómo ni mucho menos a quién tienen que opacar, como si no tuvieran luz propia o no quisieran abandonar su confort, prefiriendo hurtar el trabajo de otros evitándose fatigas.

Por otro lado, la visibilidad y la participación en política se enmarcan en el concepto de ciudadanía, como aspectos relevantes para el desarrollo del compromiso ético y la responsabilidad moral, como un todo cívico. Existen evidencias de que múltiples factores sociopolíticos y psicosociales actúan como mediadores en la implicación de los ciudadanos como actores de las acciones políticas y desde el marco teórico del Bienestar Social, se demostrándose que la participación política es un elemento esencial para el desarrollo social y fundamental para que la sociedad alcance sitiales cualitativos de integración y cohesión.

Todo esto se plantea con la visión de que la participación es un factor clave para fortalecer el compromiso social y el desarrollo de una conciencia de responsabilidad ante los ciudadanos que nos acompañan en la vida social y junto a quienes debemos construir una sociedad de mayor justicia en equidad.

Muchos ciudadanos buscan visibilidad sociopolítica, y ante ello me pregunto: ¿Todo vale por la visibilidad? La sociedad global y particular ha transitado avances nunca antes vistos, no solo en los cambios que se han producido, sino a la velocidad con que se han impuesto en el escenario social del planeta en sentido general y en cada país en sentido particular.

Son avances importantes que muchas veces cierran brechas para aliviar inequidades, pero, al mismo tiempo se pierden los valores humanos ante la mirada indiferente de las familias, las sociedades y los gobiernos que administran los estados nacionales.

Los valores debieran ser un freno que evite daños a la sociedad a través de las personas, pero no es así, porque una persona educada sino vive los valores es un monstruo civilizado que es capaz de pasar por encima de todo y de todos para alcanzar sus propósitos.

Para un ciudadano sin valores, todo vale por la visibilidad que anhela.

Junto a los avances tecnológicos y en todas las áreas del conocimiento, precisamente impulsados por la robótica, la nanotecnología, la biotécnica y todas las demás situaciones de progresos inimaginables hace unas décadas, no nos han dejado tiempo para poner atención a lo que está sucediendo con el contexto global de recrudecimiento de la violencia, el enorme deterioro  medioambiental y la apatía de la gente ante la corrupción, no solo administrativa, sino en todos los aspectos de nuestra decadente cultura.

Nuestro modelo de vida está colapsando ante nuestras narices y no nos importa, lo que sí es importante para muchos seres humanos, es su ego.

La responsabilidad no es de la juventud sino de los mayores de 40 años, que somo los que debemos garantizarle un contexto adecuado para su normal desarrollo, garantizándole seguridad, no solo física sino mental, orientándoles sobre los vicios y la holgazanería que hoy agobian a los adolescentes y jóvenes, presos por la comodidad y el confort.

Los adultos mayores no hemos sabido explicarle los costos ni los sacrificios que nos han costado esas comodidades que hoy disfrutan nuestros hijos.

Muchos adultos estamos viviendo una vida contemplativa, insípida y desmoralizante ante el contexto social que nos apresa y oprime. Estamos bajo la influencia de un letargo, creo que producido por un nirvana que nace desde nuestros éxitos o nuestros fracasos, encubierto por nuestras comodidades.

El conformismo nos hace sucumbir ante los retos de la sociedad de hoy y frente al futuro de las generaciones por venir, estamos hipnotizados ante nuestras pantallas, deslumbrados por el cúmulo de informaciones y por la oportunidad de darle riendas sueltas al ego, presentando escenas de nuestras vidas, las que quizás sean solo falsedades para complacer la vanidad particular de cada uno.

Lo que está sucediendo es una realidad cruel, no se trata de un sueño del cual despertaremos para continuar nuestras vidas sin los tropiezos de los vicios, la inseguridad y la realidad cotidiana de la vida, sus pesares, su costo emocional, físico y económico. Nadie nos va a salvar de la situación, somos nosotros los protagonistas de las soluciones, muchas veces duras y drásticas.

Hay que decidirse por el rescate moral de la sociedad, no de sopetón sino en forma gradual, pero constante. Debemos trabajar para erradicar los aspectos viles de la política, para rescatar los valores democráticos e imponerlos en forma decidida y consciente. Si no hacemos lo que demanda el presente, nuestro futuro será demasiado invivible e insufrible, es nuestro deber como causa por los derechos de nuestros hijos y nietos, enfrentar con decisión todo el contexto económico que nos agrede a través del mercado que impone sus criterios y domina nuestro existir.

Debemos trabajar la memoria histórico-nacional, histórico-social, histórico-familiar, histórico-escolar, histórico-cultural e histórico-religioso, para construir un mejor futuro, rescatándonos a nosotros mismos y a la juventud en nuestros hijos y nietos.

Debemos construir escenarios para ver cómo llegamos con rapidez y seguridad a un mejor destino, manejando los riesgos, para minimizar los fracasos y evitar algunos dolores.

Evitemos que la cotidianidad que nos agrede se convierta en normalidad y la dejemos proliferar.

Por: Francisco Cruz Pascual

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