Nunca ir contra corriente resulta, como se dice, simpático u oficio grato, y mas cuando uno lee crónicas, artículos, comentarios y seudos análisis “científico” sobre Donald Trump, su “legado” y el asalto al Capitolio -6 de enero-2020- que hoy, antesala-juramentación de Joe Biden, copan los titulares de los diarios universales -impresos-digitales y las redes sociales-, y aunque uno no quiera, descubre como el “positivismo histórico” a través del periodismo y cierto “academicismo” aun tiene vigencia, pues la idea de un Atila –rey de los hunos-, así sea caricatura, encarnado en Trump, para bien o para mal, se erige en paradigma absurdo ya no en las conquistas del legendario azote, sino como ruptura y referente grotesco del populismo y el fascismo, según lo estrecho-circunscrito de quien se anima, bajo variopintos intereses, a examinar los hechos, pocas veces, más allá de la superficie o iceberg que emerge en mares y océanos.
Esa parece ser la intención de ciertos “análisis” periodísticos: vendernos la idea de que estábamos ante un anticristo que surgió del error eleccionario de 2016; y que, vía tal evento y consecuencia, el mundo y la democracia están en ascuas o patas arriba. ¡Cuánto simplismo!
Porque Donald Trump no es causa; contrario, es efecto que adquirió categoría histórica y política, porque, quiérase que no, supo, a su manera, interpretar una coyuntura sociopolítica, una atmosfera social, un desencanto de la clase política a nivel universal -que parió un fenómeno sociopolítico-electoral: outsider-, una realidad virtual -redes sociales; y, sobre todo, una crisis de liderazgo en el bipartidismo que se ha turnado, por más de dos centurias, el poder en la sociedad norteamericana-.
Entonces, centrar esa realidad fáctica en Donald Trump como elemento desencadenante-espontaneo, obviando todas las causales -históricas-estructurales-: racismo, pobreza, imperialismo, complejo o entramado financiero, militar e industrial y el acomodo del bipartidismo a esa construcción histórica-política, a su vez modelo de democracia, no resulta dar, científica ni epistemológicamente, cuenta del fondo multicausal que explica el fenómeno Trump –antes empresario y showman-, que, dicho sea de paso, no desaparece por la insólita censura a su arma letal -las redes sociales- ni mucho menos por obviar 74 millones de seguidores (que aun divide a la sociedad estadounidense y que podría, sino se maneja adecuadamente -conjurando sus causas-, devenir en movimiento político-electoral o, cimiento de un tripartidismo latente).
En fin, ojalá que el Trump Atila, Hitler, Mussolini, Stalin o Putin que nos han vendido -o que, ciertamente, Trump quiso encarnar y demostró- no siga siendo esa “amenaza” que, de todas formas, no desaparece -él y sus seguidores- por pintarlo demonio o azote, que, curiosamente, no regenteó ninguna guerra. Raro, ¿no?
Por Francisco S. Cruz