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25 de abril 2024
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OpiniónBorja Medina MateoBorja Medina Mateo

Sobre la vida y la muerte

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Fue el laureado escritor francés, Albert Camus, quien escribió la novela titulada, El Extranjero, publicada en 1942. Dicho texto versa sobre temas que guardan cierta complejidad a diferencia de las banalidades que componen los tópicos del diario vivir. En ese entendido, la obra se enmarca en lo que se ha considerado como la corriente existencialista de la literatura contemporánea.

Nunca olvido la primera vez que leí El Extranjero. Fue un duro encuentro la muerte. Pues, jamás había estudiado nada en ese tenor previo a esa lectura y, mucho menos, leído de forma tan explícita y cruda el anuncio de la muerte de un ser humano, como revela Meursault la partida su madre.

Inicia así: “Hoy ha muerto mi mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí del asilo: ¨Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas Condolencias.¨ Pero no quiere decir nada quizá haya sido ayer”.

 Lo cierto es que: Hoy ha muerto mi abuela materna. Día de mi cumpleaños. A diecisiete días de su cumpleaños, estaría entrando a los 87.

Me era imposible, entonces, no relacionar esos datos en una reflexión sencilla sobre la vida y la muerte. ¿Acaso hay algún misterio más deslumbrante y hermoso que la vida? ¿Habrá algún enigma más lúgubre, interesante e ineludible que la muerte?

 Encontrar la respuesta a ese tipo de preguntas ha sido la tarea permanente de la filosofía (y de la ciencia). De ahí, el surgimiento de múltiples corrientes filosóficas de análisis, estudio y reflexión para atender los problemas que en el devenir del tiempo han aquejado al ser humano.  En ese tenor, nace el existencialismo.

Se trata de un movimiento filosófico europeo que coloca en primer plano la subjetividad y la apreciación del ser humano sobre la realidad, por encima de la ciencia, la objetividad y el conocimiento. Es decir, dicha corriente sostiene como premisa fundamental la existencia, respecto de la existencia humana pura y simple, antes que la esencia misma de la humanidad. De modo más sencillo: “la existencia precede la esencia”(Jean Paul Sartre); la realidad precede los esfuerzos inteligentes y dirigidos por el hombre para la producción de conocimiento dentro del marco de la ciencia. A todo esto, evidentemente, no escapan la vida y la muerte.

Pero, Sartre, profundizó más claramente y sostuvo algo interesante: “No hay naturaleza humana que determine a los individuos, sino que son sus actos los que determinan quiénes son, así como el significado de sus vidas.” Esto nos revela que con nuestras acciones, nosotros mismos definimos el curso de nuestra vida y el sentido que la misma adquiere en el tiempo hasta llegar al fin. Ello, conforma, a su vez, lo que se entiende y conoce como existencia.

Ahora bien, sobre la muerte, el filósofo francés, apuntó: “La muerte es la continuación de mi vida sin mí.” Dicha frase evidencia, pese a su aparente contrariedad, que esas acciones que dan significado a nuestra vida siguen en un plano superior a la vida misma en sí y se convierte en aquella cosa etérea conocida como legado. El mismo, por consiguiente, forma parte activa de la existencia pese a ésta prescindir de la aparición física del individuo.

Por tanto, el legado es lo que,  a nuestro modesto entender, tiene importancia en la existencia. Se construye en vida y permanece más allá de la muerte. Ahí estriba lo interesante de nuestro tránsito por esta dimensión terrenal. De ahí se desprenden los aciertos y las lecciones que forman nuestra historia. Es precisamente el legado lo que queda en cada uno de los individuos con los que interactuamos: familiares, amigos, allegados, conocidos, etc.

En fin, en las actuales circunstancias, analizando la alegría de la vida y la tristeza de la muerte, el único punto medio en que ambos aspectos tan contradictorios de la existencia se encuentran de forma armoniosa es en el legado. Por eso, cuidemos lo que decimos y hacemos, pues todo, en su conjunto, trasciende a nosotros aun dejemos este espacio y tiempo.

Por ejemplo, en lo que respecta a mi abuela, con sus luces y sombras, deja en mí dos cosas interesantes: el amor por la ortografía y la música de Julio Iglesias. Ambas cosas me acompañan siempre y, de alguna manera, siempre tendrán como sello su nombre: Ana Josefa Solís Báez.

Al concluir, justamente viene a mi memoria una chanza de Julio Iglesias durante una rueda de prensa que ofreciera previo a uno de sus conciertos en la República Dominicana, un periodista salía molesto del encuentro y el artista respondió: “¿a dónde vas, Abuelo?”

Eso mismo me pregunto hoy: ¿a dónde vas, Abuela?

 

Por Borja Medina Mateo

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