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10 de mayo 2024
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OpiniónRamieri DelgadilloRamieri Delgadillo

Que emigren los prejuicios

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Aunque no es nada nuevo, durante los últimos días se ha intensificado el debate sobre la inmigración en la Republica Dominicana (de haitianos), siendo el tema obligado en los medios de comunicación y las denominadas redes sociales.

Este panorama es propicio para un hacer reflexión pausada y no caer en prejuicios, que en la mayoría de los casos solo contribuyen a agudizar la polarización de la opinión pública sin que se llegue a la verdadera causa que produce el problema.

Comencemos analizando los conceptos básicos que, a simple vista, deberían ser universalmente aceptados: todos los seres humanos tenemos derecho a la dignidad y la migración no es buena ni mala por sí misma, (eso va a depender del panorama donde se lleve a cabo).

Sin embargo, cuando hablamos de discriminación, que no necesariamente tiene que ser racial, esta sí es digna de ser condenada moralmente en todas sus formas.

Si comprendiéramos lo antes explicado el problema dejaría de ser la estigmatización o la xenofobia.

Ahora bien, ¿Cuál es la situación real en las relaciones dominico-haitianas? Los antecedentes históricos apuntan que la migración inicia en la década de 1920, cuando los trabajadores haitianos fueron reclutados para trabajar en la floreciente industria azucarera dominicana.

Producto de la modernización en la década 1960, se disminuyó el número de obreros y otras industrias y áreas de servicios dominicanos empezaron a emplear a más trabajadores haitianos, una fuente de mano de obra menos costosa y menos regulada con menos protecciones legales. A esto se suma que muchas haitianas encuentran trabajo en los hogares dominicanos como domésticas, lo que lleva al traslado de toda una familia.

Mientras tanto en la frontera, se da cierta cooperación en áreas como salud, negocios e infraestructura. Muchos haitianos viajan a la República Dominicana para encontrar trabajo estacional o a largo plazo para enviar remesas a sus familias, que dicho sea de paso representan un gran flujo de dinero.

Pero ¿Cómo se vuelve debate el tema de la migración haitiana? ¿Qué es lo que se discute?  ¿Qué es lo que se promueve? En las últimas semanas veo con mucha intensidad, sobre todo en las redes sociales, una especie de promoción, a mi opinión muy mal intencionada, donde se utilizan videos realizados en África, se reproducen contenido violento, noticias falsas, “memes” donde supuestamente los haitianos estarían armando un ejército para “acabar” con los dominicanos. Y otras yerbas aromáticas.

Me ha sorprendido ver publicaciones y escuchar a personas que entendía un sentido crítico, ese que usamos para pensar detenidamente y no dejarnos distraer ni manipular ante esta y otras problemáticas que enfrentan ambos países, hacer uso de ese tipo de contenido.

El conflicto no está en el haitiano que vende frutas, o está en los semáforos, ni el que está en la construcción, vendiendo dulce o picando caña. Ni en la haitiana que vende pacas, ni trabaja en “casa de familia” ni mucho menos las que vienen a “parir”. Nadie migra por gusto, sino por necesidades, tan básicas como la sobrevivencia.

Son las autoridades, haitianas y dominicanas, quienes permiten el desorden y lo hacen porque les conviene, si no, investigue en la frontera cómo funciona el tráfico de haitianos.

Un gran número de trabajadores haitianos emigrados han continuado viviendo en la República Dominicana durante varias generaciones.

Los dos gobiernos no han podido llegar a un acuerdo sobre un marco legal para abordar la nacionalidad de estos descendientes, dejando a un millón de personas de ascendencia haitiana en la República Dominicana efectivamente apátridas, restringiendo su acceso a la salud, educación y oportunidades de empleo.

Por su parte el gobierno dominicano no se ha pronunciado (con acciones) sobre estos extremos. Las autoridades haitianas tampoco. Hasta ahora se ha originado actividades y propuestas en Pedernales y me preocupa la intensidad con que se fomenta el odio de nuestro lado.

Hemos perdido mucho tiempo, cuando lo mejor es un acercamiento estratégico a nivel económico y social. La construcción de dicho acercamiento entre compatriotas y extranjeros sería eficaz si desde la autoridad se asegura que, luego de un proceso ordenado y justo, quien haya sido recibido en nuestro país está en la disposición  de  cumplir las leyes y aportar para hacer que ambos países sean más prósperos.

Pero primero, emigren los prejuicios.

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