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6 de mayo 2024
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OpiniónHuberto Bogaert GarcíaHuberto Bogaert García

Orientación psicológica del niño hiperactivo

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No es difícil sorprender a una madre que, sobrecargada por el quehacer doméstico o agotada por el trabajo fuera del hogar, se desespera ante la conducta activa de su hijo: “Ese niño nunca está tranquilo”, “Ese niño no me deja respirar”, son frases que se repiten con frecuencia. Algunos niños deambulan sin cesar, revoloteándolo todo y preocupando a sus padres. En el colegio las quejas se repiten, y a menudo la tarea escolar se convierte en motivo de disgustos.

En ese sentido, conviene hacer algunas distinciones. Existe una enfermedad neurológica llamada hiperkinesis, que provoca una actividad exagerada. Esta rara enfermedad no debe confundirse con la hiperactividad, un trastorno funcional, mucho más frecuente, caracterizado por la conducta impulsiva y frenética, el escaso control y la tensión corporal. Los niños hiperactivos suelen tener una inteligencia por debajo o igual al promedio; sus dificultades en el aprendizaje dependen más del problema conductual que del nivel intelectual. La hiperactividad del niño suele estar asociada a un trastorno depresivo en la madre. La patología infantil se organiza como un intento por evitar que el estado de ánimo lleve a la madre a desaparecer del escenario familiar.

Un fenómeno conductual muy diferente, completamente  normal, es la actividad del niño que empieza a caminar y desea explorar su ambiente. En ese sentido, ¿deben los padres dejar que lo rompa todo?, ¿deben prohibirle que tenga acceso a los objetos que le rodea? El infante normalmente  es un explorador impenitente, que desea tocar y meterse en la boca los objetos que observa, sobre todo, porque desconoce todavía las palabras que le van a permitir disponer de los objetos sin aprehenderlos. La boca es una zona corporal privilegiada para el intercambio. Por ella se alimenta, y a ella lleva el niño todo lo que desea, pero es también de la boca que emanan las palabras en virtud de las cuales las cosas se van a transformar en significantes.

Los padres deben evitar decir al niño, simplemente, “no toques”. Después de quitar de su alcance todo lo peligroso y en la medida de lo posible, la madre deberá nombrarle los objetos que él explora espontáneamente con el tacto. En ese sentido, conviene que ella le dé a conocer el nombre del objeto, el material de que está hecho, su función, etc. De ese modo, ella se convierte en portavoz y garante de una relación que trascienda la esfera de las necesidades inmediatas.

En las sociedades en las que la separación del niño de los padres se impone cada vez más bruscamente, y en las que el contacto corporal se reduce progresivamente, los objetos desempeñan un rol como mediadores del intercambio, sobre todo cuando el niño aprende a nombrarlos en el momento apropiado. Si los padres disponen de la energía y del entusiasmo – lo que no es posible en los casos de depresión- para disfrutar con su hijo, nombrándole los objetos de su entorno que le llaman la atención, estarán brindándole los instrumentos necesarios para que él pueda controlar su angustia. Muchos niños hiperactivos le hacen la vida imposible a sus padres porque en el momento apropiado no dispusieron de esa palabra apaciguante que permite nombrar las cosas y organizarlas en el espacio vital, superando la angustia.

 

Por: Dr. Huberto Bogaert García

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