Este martes el presidente Luis Abinader nos desayuna con una exhortación a los servidores públicos, muy acertada, por cierto, abstenerse de colocar su fotografía en las oficinas gubernamentales, indicando que es momento de acabar con el culto a la personalidad.
Esto ha sido de agrado colectivo, aplaudido incluso en las redes sociales, acción a la que me uno por supuesto. Sin embargo, no resultó ser una novedad la decisión en sí, recordemos que en año 2012, el entonces presidente Danilo Medina, pidió lo mismo, aunque, con otras palabras.
Creo que el aplauso colectivo es más por el mensaje que por la decisión. Mientras el presidente actual lo hizo a modo de exhortación, incentivando a colocar fotografías familiares, deplorando la alabanza a quienes se creen caudillos y haciendo hincapié en que ha llegado a servir y no a ser servido, Medina, en su momento se limitó a decir que las fotografías no eran necesarias, pues todos sabían que él era el presidente.
Me puse a pensar en que, es la misma inventiva, pero no el mismo pensamiento ni manera de ejecutarla. El mensaje que recibimos es esperanzador, nos hace ver a lo lejos pequeños rayos de sol filtrarse en el túnel y creer que es posible ver cumplidas muchas de las promesas que nos fueron hechas en tiempos de campaña electoral. Vemos y sentimos a un gobernante más cercano, más humano.
Si, esto pareciera ser una pequeñez, pero para un pueblo acostumbrado por décadas a ciertas acciones, cosas como estas hacen respirar un aire diferente. Recordemos que el colocar la fotografía del mandatario es una práctica que se realiza desde la era de Trujillo, por disposición del mismo, así que, romper con esta costumbre da una sensación de libertad un tanto refrescante.
Ahora bien, aplaudimos la noción, recibimos el mensaje y nos alegramos, pero nos mantenemos expectantes y muy despiertos. Fueron muchas las promesas y es mucho más lo que se necesita para ver el cambio, seguimos esperando, a sabiendas de que llevará tiempo.
