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26 de abril 2024
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OpiniónLuis CordovaLuis Cordova

Mi divorcio

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La memoria pasó a ser un espacio breve. No alcanza para recordar bondades, pero sí promesas. Una joven celebra frente a las costas del Mar Caribe sus dos años de matrimonio. Los que han bordeado el océano de sus secretos, conocen de al menos tres amantes en esos 24 meses de unión matrimonial. En el caso del caballero (no muy dotado de belleza ni de presupuesto) ha tenido cuitas considerables.

Conozco la historia porque como hombre de edad fui consultado por uno de los dos. Mi recomendación ha sido que no rompan la joven empresa matrimonial. Ambos se sienten cómodos mintiéndose el uno al otro y mintiendo a “la sociedad”, es decir a la estrecha audiencia de sus redes sociales y a sus familiares (en ese orden de prioridad).

Los une además la comodidad económica (los dos son pobres y lo ignoran) y no están en capacidad de dejarse por lo que implica volver a la soltería. Es más rentable mantener el universo de mentiras hasta uno de los dos se sienta fuerte o encuentre la manera de subir a otro vagón para continuar con mayor confort su viaje en el tren de la vida.

Ojalá que aquí no se cumpla aquello de que “estarán juntos hasta que la muerte los separe”.

Y aunque intervenga la familia, o como dice el refranero popular “se intentara tapar el sol con un dedo”, lo que ha de ser, será. Los tribunales están repletos de uniones que procuran romper por lo jurídico lo que sentimentalmente jamás estuvo de verdad unido.

Lo que me sorprende es que aún en medio de un momento como ese, en el que se supone es doloroso, un duelo por la pérdida o el fracaso que entraña, la generalidad de los involucrados se refiere al proceso como “mi divorcio” y los que tienen más de uno lo expresan el egoísmo con mayor énfasis.

Recuerdo en mi infancia ver la devoción con que mi hermana y mis primas atesoraban las revistas que traían reportajes de bodas de famosos. Además de la fastuosidad de los trajes o los escenarios, estaba el morbo de ir descubriendo la felicidad de los “just married”. Se celebraba el amor. Una etapa quizás demasiado romántica.

De un tiempo a esta parte la audiencia mediática, y el interés particular, ha venido a recaer en las megas fortunas que se dividen cuando hay rupturas matrimoniales.

Claro que lo económico ha sido y es determinante para la formación y consolidación de las relaciones (algunos la nombran como “proporcionar seguridad”), siendo tan antiguo como la primera pareja bíblica donde el hombre al que se le dio esposa fue el mismo a quien había sido encomendado enseñorearse del Edén.

Que antes de unirse de contemple el por qué nos separaríamos puede resultar maquiavélico para quienes tienen la costumbre de amar sin miramientos. Pero redactar actas que permitan acuerdos para preservar esa sociedad, nos indica el grado de ¿“sinceridad”? o frialdad en gente que está junto por causas y no por razones.

Mientras a un lado del mundo la pobreza los une, en otro se fabrican millonarios porque ni la consolidación de las fortunas puede retenerlos.

¿Qué termina uniendo a la gente hoy? ¿El no salir solo en la foto del estado de las redes? ¿La seguridad de que puedo tener aventuras y regresar a casa donde me espera alguien a quien felizmente engaño? ¿Se puede reinventar el amor sabiendo que la persona que está a su lado no se ama? ¿Se agota la moral cuando se afirma que “si no me acuerdo, no pasó”?

Los códigos de conveniencia, en épocas de la abuela, decían que las cosas de parejas no se ventilaban. Hoy que eso resulta imposible, las cosas se le han complicado incluso a “mi divorcio” como solución. Lamentablemente, insisto, la memoria no alcanza para recordar bondades, solo el error y la herida atizada por el otro.

Mientras tanto contamos dinero ajeno y nos divertimos con vidas intrascendentes preocupadas de nimiedades. ¿Qué más da?

Por Luis Córdova

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