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3 de mayo 2024
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OpiniónJoan LeybaJoan Leyba

El último aviso

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“¿De qué sirve un filósofo que no hiere los sentimientos de nadie?». -Diogenes el Cínico-.

 

Desde hace años vengo planteando la creciente degradación de los preceptos utilizados por el conjunto social, oscilante en edades que van desde la adolescencia hasta la adultez mediana. A saber, el dinero fácil como mecanismo de ascensión social y garantía de éxito; así también la divulgación asquerosa de antivalores de unos mal llamados influencers por vía de las plataformas digitales destinadas a socavar el orden establecido por siglos de existencia humana. Sobre todo en una nación donde el hombre de a pie, en aras de llevar sustento a los suyos, evita,  por omisión, la búsqueda de conocimientos sobre el buen vivir.

En ese ínterin, la supuesta globalización y la liquidez de los medios de producción, atraparon en el desarrollo tardío a nuestros líderes políticos. Apáticos en apariencia a la promoción de nuevas rutas que hagan posible el progreso, no sin antes crear alternativas socioculturales y pedagógicas que sirvan de equilibrio a una realidad latente en estos tiempos donde el conocimiento sin el auxilio de las telecomunicaciones es, desgraciadamente, inconcluso y destinado al fracaso. Ya, y todos estamos contestes, aún quienes nos resistimos, nada es altamente provechoso sin la debida exposición de nuestras habilidades en las herramientas diseñadas para la navegación internáutica.

Unas vías de fácil acceso, sin normas claras y sin que exista desde el Estado, probabilidades de generar un esquema legal donde puedan coexistir, la moral social, la prudencia, la educación ciudadana y la libertad de expresión. Siendo esta última, terreno fértil y espacio abierto para que cualquier antisocial con un aparato electrónico, juegue a ser dios y viole sin contemplación otros derechos reservados para la preservación de la dignidad de terceros. Valor social consagrado desde el inicio en el Texto Sustantivo de la nación y desarrollado específicamente en un conjunto articulatorio que solo busca proteger al hombre y evitar la extrema vulneración de sus prerrogativas humanas.

No se trata de un hecho aislado el disturbio provocado por la arrogancia de un prócer de las redes sociales, que, a costa de la ignorancia prolongada en la que vive la gente del montón y la indiferencia del sistema, a veces cómplice, ha creado un emporio de la vulgaridad, lo banal, la obscenidad y la promoción impune de anticonductas como vías fáciles para el enriquecimiento acelerado. Malogrando con conocimiento de causa, el proceso de maduración cognitiva de los hijos de la gleba, a los que utiliza como conejillos de indias para su laboratorio de lo de execrable e ignominioso, y desvirtuando además las reglas de convivencia por unos Likes que nos tienen atrapados en el atraso y la precariedad educativa.

Apena, desconsuela, lacera y preocupa observar cómo hemos llegado a esto. Es lamentable atravesar esta crisis referencial de paradigmas con una inmundicia que elimina las buenas prácticas, la convivencia pacífica, el buen gusto por las artes, la música y la lectura, el respeto y la obediencia, por la basura monetaria de las redes sociales en manos descabelladas. Mientras, Estado, Gobiernos y padres parecemos ajenos a la descomposición in crescendo que día por día acorrala a los que solo queremos vivir conforme al Contrato Social Rousseauano. A quienes aspiramos a sacar nuestros hijos del atraso, surcando los caminos de la educación basada en la paideia grecorromana que dio a luz el mundo que nos vio crecer.

Quiero, antes de concluir hacer un recorrido por la desgracia que se nos llevó a Mateo Aquino Febrillet, ido a destiempo, víctima del orgullo, la ira, la falta de educación y la prepotencia del inculto, combinadas con mucho dinero y un poder cuasi desmedido que se creyó por encima del bien y el mal. Hay que prestarle atención a los nuevos Blas Peraltas digitales, amparados en visualizaciones y me gustas de gente sin formación que ignora el ser y desconoce del buen gusto. Lo del sábado, es el último aviso a una sociedad que se queja del delito, pero celebra las ocurrencias de un grupo de degenerados que hacen dinero promoviendo la peste y el desorden.

Por Joan Leyba

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