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26 de abril 2024
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OpiniónRamon ColladoRamon Collado

El silencioso Señor Presidente

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El Presidente de la República Dominicana, Danilo Medina Sánchez, ha adaptado desde su primer mandato (2012-2016) hasta su actual mandato (2016-presente) una postura de laissez faire y laissez passer. Esta posición permisiva acompañada de un sorprendente silencio invita a sus funcionarios a cometer actos de corrupción y sustenta la pocilga de impunidad en la que hoy se encuentra sumida la República Dominicana. El Presidente Medina, en otras palabras, deja que sus funcionarios hagan y deshagan mientras él guarda silencio.

Esta estrategia del ‘silencio’ es utilizada a menudo por políticos que desean mantener el status quo en sus gobiernos, especialmente cuando estos gobiernos enfrentan situaciones delicadas—como lo es el rimbombante caso de corrupción Odebretch. Estos líderes afásicos, ágilmente, pretenden que con su silencio estos casos de corrupción se evaporen o sean reemplazados por otros temas de mayor impacto mediático, pero de menor importancia socioeconómica y relevancia para el colectivo. En muchos casos, infortunadamente, esta taxonomía de políticos silenciosos logra gobernar sin afrontar responsabilidades, simultáneamente aplicando la añeja y severamente nociva práctica del “borrón y cuenta nueva.”

El Dr. Ricardo Nieves está en lo correcto al decir que “la voz de un Presidente pesa más que las voces de millones de habitantes de un país”, porque los habitantes de un país eligen su Presidente para que se convierta en sus voces al unísono; para que los represente ante el resto del planeta; y para que, entre otras responsabilidades, defienda los intereses de todos los habitantes de su país, incluyendo los de aquellos que no votaron por él.

Sin embargo, mientras presidentes que defienden sus países con gallardía y responsabilidad, como Pedro Pablo Kuczynski (Perú) y Juan Manuel Santos (Colombia), hablan directamente con la población y demandan investigaciones imparciales en el Caso Odebretch, demostrando con hechos reales sus deseos de combatir la corrupción e impunidad, el Presidente Medina se mantiene en silencio mientras su colaboradores cercanos—Roberto Rodríguez Marchena, José Ramón Peralta, y Jean Alain Rodríguez, para mencionar algunos—maniobran, fabrican muñecos, y activan las bocinas periodísticas pagadas en aras de distraer la atención de la población con asuntos que al compararlos con los casos de corrupción recientes—a saber: Odebretch, Banco Peravia, Tucano, INAPA, OISOE, Suprema Corte de Justicia, entre otros—son asuntos de ínfima magnitud.

La República Dominicana no merece un Presidente permisivo; la República Dominicana merece un Presidente que tenga el suficiente valor para desmontar el entramado de corrupción e impunidad que despilfarra este país.

Usualmente, los presidentes tienen muchos compromisos con sus colaboradores, al igual que con militares, lobistas, empresarios, amigos, familiares y demás, lo que dificulta su accionar; empero, aun enfrentando una telaraña de dificultades, si un Presidente de verdad le importa su país hace todo lo que esté dentro de sus posibilidades para, con honor, integridad, dignidad y gallardía, hacer cumplir las leyes y honrar la confianza que el pueblo que lo eligió depositó en él.

No obstante, en ocasiones en las que como líder es imposible o inviable asumir una actitud beneficiosa para el colectivo, es preferible: o dimitir como lo hizo el gigante de la moral y la decencia, Ulises Francisco Espaillat y Quiñones; o morir luchando como murió uno de los últimos dominicanos con tanates, Francisco Alberto Caamaño Deñó; o ir al exilio como el autodidacta, Juan Bosch y Gaviño; o ser preso político como lo fue el héroe nacional y estampa de la dominicanidad, Rafael (Fafa) Taveras. En fin, es preferible elegir una de las anteriores en vez de pasar al zafacón de la historia como un Presidente encubridor e irresponsable que permitió que su país se convirtiese en un Estado fallido; en una gavilla controlada por individuos que solo les interesa llenarse sus bolsillos para, cuando el país colapse por completo, irse a disfrutar sus fortunas mal habidas a Francia, Estados Unidos, Suiza, u otros destinos, donde sus actos malsanos no son bienvenidos pero sus fortunas sí.

 

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