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26 de abril 2024
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OpiniónClemen García DClemen García D

¡Descansen en paz, queridos!

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La semana pasada ha sido emocionalmente fuerte para mí. Pérdidas sentidas han sacudido mi entorno familiar y mi círculo de amistad de años, una hermandad. Lo terrible de esta situación no es su partida porque era de esperarse, sino la casi imposibilidad de despedirlos.

Juan, hermano mayor de mi papá, después de sobrevivir a un cáncer de laringe, pasó a mejor vida. En los años 90, el Dr. Heriberto Rodríguez Bonet diagnostica y lidera la intervención quirúrgica de un agresivo cuadro clínico en el que vaticinó una sobrevivencia de apenas 6 meses. El bonachón de Juan logró superar por mucho esa sentencia.

Era un ser creyente, sin fanatismo de ningún tipo. No le afectó que nuestro querido médico de cabecera extirpara su laringe y todo lo que por metástasis estaba dañado en el área. Era callado, muy observador, reservado en sus opiniones y se mantenía al margen de toda confrontación familiar. Estuvo siempre del lado de todos y de ninguno.

Su vida fue en cierto modo…solitaria, apagada. Quizás marcada por la interrupción en pleno desarrollo de su carrera militar como miembro del cuerpo de la Marina en aquel entonces, cuando fue dado de baja por mandato superior en la Era, en pleno entrenamiento en Brasil. Un hermano -participante en actos contra el régimen- ocasionó la ira del Jefe, provocando que sea extensiva al resto de la prole.

Su en llave y confidente, Bienvenido, hermano de “teta” y compañero de tantos episodios en sus vidas que solo conocen y guardan ellos, no pudo despedirlo como se merecía por cumplir con el dichoso protocolo al que nos obliga esta terrible crisis sanitaria.

Mi papá es ciego, pero sagaz, intuitivo, y siempre “ve” antes de doblar la esquina. Tiene ese don de anticiparse a las cosas, de prevenir para no lamentar. Pidió que lo llevaran a verlo a principio de año, antes del inicio del confinamiento. A partir de entonces, en sus oraciones rogaba que Dios le permitiera el descanso eterno.

Ha estado desconsolado desde el día de su partida, pero dentro de su conformidad acepta que Juan murió como vivió: sin hacer ruido.

Y como si esto fuera poco, Hildita (tía Lila), mi querida amiga y hermana por elección, despide a su adorada madre, doña Hilda Miranda.

Mi cabecita de algodón -como le llamaba de cariño- era un ser humano excepcional. La ternura hecha mujer, dulce, amable, con un extraordinario don de servicio y desapego a lo material. Su mirada aprobaba o desaprobaba, siempre sin alzar la voz. Pediatra de profesión, entregada de forma incondicional a lo que hacía con pasión.

Su hobby era la pintura, en sus lienzos reflejaba los colores de su alma. También era creyente, y como tal, se despidió del mundo con la tranquilidad del deber cumplido ante Dios y ante los hombres.

Mi abrazo solidario para los Manuel, esposo e hijo, y al resto de la familia.  Tu otra hija Kie te despide, buchitos hermosos. Estabas lista para irte de este mundo, ve en paz.

 

Por: Clemencia García Damirón

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