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6 de mayo 2024
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OpiniónClemen García DClemen García D

De los seres humanos

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Toda actividad que implique la interacción de un ser humano genera emoción. De cualquier tipo, el cerebro es el órgano responsable de generar toda suerte de sensación. El hombre no es solo verbo, también sustantivo.

De ahí que el cerebro esté dividido en dos mitades, complementarias entre sí. La parte izquierda se encarga del lenguaje y la lógica; la derecha, domina las facultades sensoriales, responsable de lo que percibimos visualmente, todo esto de forma integradora.

Es decir, una formidable maquinaria que realiza cantidad de procesos y funciones que proveen al individuo al final del día de conciencia y razonamiento.  Destacar la relación que existe entre emoción, cerebro, conciencia y razonamiento es importante para entender el por qué de algunos comportamientos.

Convenimos que la conducta es una manifestación del individuo guiada por la mente, según sostienen algunos estudiosos del área. Y si es así, debemos acotar que a veces la mente nos traiciona.

Por eso vemos con frecuencia cómo personajes públicos actúan de forma díscola, precisamente aquellos que ocupando funciones de importancia son los llamados a promover y exhibir el más conspicuo de los comportamientos.

Ejemplos sobran.

Legisladores, conocedores de las leyes que rigen al país se despachan con pronunciamientos que desafían lo legalmente establecido; políticos, que haciendo planteamientos estratosféricos intentan hacernos creer que somos tontos.

Los medios, peligrosos por demás. Ellos son los llamados a informar de forma veraz. Una especie de llamado al orden. De mostrarnos la realidad y la percepción. Por eso, cada día toma más fuerza el término de “prensa pagada”, aquella que se acomoda a los intereses del poder actuante.

Y esa, ni se ruboriza porque sepamos quienes son. Al contrario, cierto orgullo se ve cuando pasan por nuestro frente con pecho altivo.

Los expertos en leyes, los que se ufanan de tantos estudios, especialidades y doctorados. Todo lo echan por la borda al momento que se escucha su voz contraria a la institucionalidad y al bien común.

Y todo por unas cuantas monedas.

No podríamos admitir en momentos en que la dignidad y el honor se hacen imprescindibles, que tales comportamientos implican ciertos conflictos, que pudieran ser comprendidos solamente en el contexto en que ocurren.

No. Mi individualidad no está por encima de la colectividad. Mi conveniencia no es precisamente la del resto de los ciudadanos.

Los estudiosos dicen -palabras más, palabras menos- que la conducta es funcional y tiene una finalidad:  la de resolver las tensiones de grupo u organismo para mantener el equilibrio.

¿Lo aceptamos como tal? Solo hay que esperar, confiemos.

 

Por: Clemencia García Damirón

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