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10 de mayo 2024
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Antonio Guzmán, la salud de los presidentes y el futuro dominicano

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Probablemente sea el extinto presidente Antonio Guzmán el mejor ejemplo para tratar el tema de la salud de los presidentes, de quien vale decir que inició la actividad política por la insistencia arrebatadora de su amigo de infancia y también presidente de la república, el profesor Juan Bosch, hasta llegar a la primera magistratura del Estado.

El presidente Guzmán se destacó desde adolescente por su alto sentido de la honestidad, del trabajo y el honor.

En una conversación con un periodista, Bosch se refirió a Guzmán con estas palabras: “Ese era serio desde chiquitico en La Vega. Una vez lo vi decirle a un amiguito con quien jugábamos bellugas, a quien habíamos cogido trampeando porque movía las canicas cuando creía que nadie lo veía, ¨mira, los hombres serios no trampean¨. Y éramos muchachos todos. Ese era Antonio Guzmán”.

De ahí, que se haya podido atribuir su deceso, en innumerables ocasiones, a la seriedad y la bonhomía que le imposibilitaban aceptar que supuestos actos de corrupción involucraran a los miembros más cercanos de su gobierno.

A pesar de que uno pudiese identificarse con el extremismo de su honradez y dignidad al punto de llegar a la decisión suprema de poner fin a sus días, aquel fatídico 3 de julio de 1982, Don Antonio, tal vez, tenía condiciones químicas-cerebrales que solo pueden ser diagnosticadas y tratadas por un médico experto y no por la opinión pública que incitaba el morbo de aquellas acusaciones.

Pero, mientras los doctores hacían esfuerzos sobrehumanos por salvar al presidente, en el Palacio Nacional el vicepresidente, funcionarios, militares y periodistas, temían por el mantenimiento del orden constitucional, que eventualmente daría el traspaso de mando el 16 de agosto del mismo año.

Debido a la estupefacción que provocó la infausta noticia del presidente Guzmán, se pudo haber vulnerado la continuidad del Estado por las fuerzas (internas y externas) que, quizás, conspiraban para subvertir la constitucionalidad y la democracia de nuestro país.

Por tanto, cuando una persona esta imbuida de pensamientos negativos que le invitan a acabar con su vida, evidentemente, no dispone de las luces mentales suficientes para ver las implicaciones que generaría si ha de consumar el hecho.

Sin embargo, el caso de Don Antonio es particular. Puesto que, horas antes del siniestro, se había reunido con todas las personas que podían asegurar la continuidad del gobierno y del Estado, como su secretario de las fuerzas armadas, su secretario administrativo, entre otros.

Aun así, hubo desconcierto en la casa de gobierno en las horas lúgubres en que el presidente se debatía entre la vida y la muerte. Desde el vicepresidente hasta los periodistas que le acompañaron aquella noche, vivieron un ambiente tenso donde se cuestionaban sobre quién o quiénes, osarían interrumpir el traspaso de mando y cómo actuar ante dicha aberración. Según cuenta el periodista José Báez Guerrero en su libro sobre Guzmán, había un nerviosismo generalizado en todos los allí presentes.

Imaginemos por un instante qué hubiese ocurrido en la ciudad y en el país, si aquel temor se habría esparcido por toda la geografía nacional, especialmente en los sectores alteradores del orden público.

Evidentemente, el caos se hubiese apoderado de la ciudadanía y, en consecuencia, el riesgo de inquietar a la clase política sucesora se elevaría a un nivel suficiente como, para provocar un estallido social que resultara en un cambio de mando dado en circunstancias traumáticas para la salud de la democracia dominicana.

En fin, diferentes psicoanalistas se han encargado de estudiar la psicología social y la idiosincrasia del pueblo dominicano, como forma de contribuir a la comprensión de la historia y de los hechos políticos que la componen.

Pero, en el devenir del tiempo se ha hecho acuciante el estudio psicológico (y hasta psiquiátrico) de los políticos de manera individual. De aquellos que, son tomadores de decisiones en el Estado y de quienes, independientemente, influyen en la sociedad como la figura presidencial.

Eso supondría un aporte valiosísimo a la salud de los presidentes, en forma especial a su salud mental. Más aún, si se entiende que la salud de un gobernante está vinculada a la salud de su nación, precisamente, porque este simboliza al país.

Por esa razón, la persona que ocupe dicho cargo debiera ser estudiada desde el punto de vista humano y psicológico, para asegurar así que todas sus actuaciones y decisiones nazcan de un sano juicio. Esto pudiese emanar, por ejemplo, de un marco jurídico o de un organismo especializado del Estado, como garantía a su propia preservación y continuidad.

Por ejemplo, está el caso del Doctor Joaquín Balaguer, que ejerció el poder en condiciones notoriamente disminuidas. Asimismo, el Dr. Peña Gómez si hubiese llegado a la presidencia con su enfermedad terminal.

Esos casos permitirían colegir que, en honor a la verdad y salvaguardando el Derecho, es un tema apremiante que debe ser atendido hasta lograr que se convierta en un protocolo de Estado, en un marco legal o en una metodología que garantice que la supremacía constitucional no se vea afectada de un juicio equivocado, en la persona llamada a la toma de decisiones.

Finalmente, sobre este tema, llama a preocupación el hecho de que, una persona que fue presidente hace trece años y el escrutinio público le atribuía o atribuye algún nivel de locura, por las excentricidades y los desmanes que exhibió en el ejercicio del “carguito”, vuelva a tener la intención de dirigir los destinos del país. Ya que se pudiese argüir que, pasada más de una década, esa mente pudo haber experimentado un deterioro considerable.

Entonces, no es ociosa la pregunta: ¿Qué sería del país de volver a caer en esas manos?

Esa pregunta, y todo lo antedicho, la respondo con una frase del patricio Juan Pablo Duarte, que dice: “Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la patria”.

Nada ni nadie lo contestaría mejor.

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