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8 de mayo 2024
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OpiniónClemen García DClemen García D

A César, mi amigo

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César Medina es genio y figura hasta la sepultura. Presumido, elegante y de fino trato. Impenetrable, algunas veces. Pero también es solidario, amigo de los amigos. Inteligente, mordaz, con una astucia que ya quisiera yo con todo y ser mujer tener.

Cuando quiere, no hay ser humano con mejor sentido del humor del mundo.

Me cayó muy mal lo de su enfermedad. La he sentido como si fuera familia.

Hay quienes coinciden con él, otros, son contrarios a rabiar. Independientemente del juicio de valor que se tenga, he sido privilegiada al contar con su amistad y enseñanzas.

A César le agradezco que apadrinara mis colaboraciones en su columna de publicación diaria en el Listín Diario siendo una novata en estos quehaceres. Reconoció en mí habilidades para escribir, entendiendo que tengo cierta capacidad para el análisis político.

No solo me permitió publicar, sino que también me motivaba a ir por más. Me propuso en ocasiones ser parte de su programa matutino, pero soy mejor escribiendo que hablando.

César dejó de publicar su columna a raíz de su terrible enfermedad. A petición de don Miguel Franjul -si mal no recuerdo- en ocasión de su visita a New York cuando estaba en su tratamiento médico, reinició sus esperadas publicaciones.

Como yo, muchos desearían seguir leyéndole, sobre todo en estos momentos en donde se necesitan plumas experimentadas que orienten algunas novatadas de ocasión. Sirva esto una provocación que lo anime a publicar de vez en cuando.

A propósito, les dejo el último intercambio epistolar entre nosotros, enviado pero no publicado por coincidir con una de sus recaídas, el pasado 17 de abril:

“Hola, César.

Me veo en la obligación de responder a la opinión que emitieras en tu columna de hoy.

Nunca te he dado las gracias públicamente por la gentileza de permitir que colabore en temas que surgen producto del acontecer nacional. La condición de inteligente que me endilgas me compromete cada vez a superar lo anterior.

Pero… y siempre hay un pero: me hieres cuando me catalogas de “sectaria divisionista y fanática”. Radical, ¡Dios!

Si me vuelves a leer te darás cuenta de que mi profundo deseo se centra en la búsqueda de la paz, la concordia y la armonía política, pidiéndote a ti como buen canal que eres, de que contribuyas con divulgarlo. Mal haría en promover lo contrario.

Deseo como todos, unión y cohesión partidaria porque solo así somos fuertes.

¿División? ¡Nunca!

Ahora me sientes leonelista porque no viviste en el 2007 mi furor danilista en el que sí hubo un fanatismo tal que dejó secuelas casi insalvables en círculos de afectos. Pero es que ellos –Leonel y Danilo- han sido las únicas dos ofertas electorales ganadoras del partido y hoy polarizan su liderazgo.

Resulta que en estos momentos, el presidente Medina no puede repostularse porque habría que modificar una vez más la Constitución a casi tres años de hacerlo para igual propósito.

Eso, política e institucionalmente pesa, César. Nos lo advierten frecuentemente por diferentes vías: encuestas, opinión pública, iglesia, sociedad civil, empresarios.

Sin embargo, Leonel, quien representa el otro liderazgo fuerte dentro del partido, se encuentra hábil y en su mejor momento político con muy buenos números y mayor adhesión. Entonces, ¿por qué negarle esa condición, a la vista en todos los escenarios?

Soy peledeísta, lo has confirmado hasta la saciedad. Un soldado que llegado el momento me tocará cumplir con las directrices del Comité Político y los demás órganos de dirección.

Mientras tanto, mi papel es hacerme eco de lo que se ha convertido en un secreto a voces y que mis compañeros no pueden advertir. Lo he hecho como siempre, apegada a las normas elementales del respeto y la prudencia. Solo que yo puedo decir algunas cosas que otros no.

No augures división. Marcharemos juntos, ya verás.

Tu papel, lo entiendo perfectamente. Por eso sigo agradecida de que me publiques aunque otros no lo entiendan.

¡Un abrazo más fuerte que nunca!”

Y digo yo: más apropiado no podia ser en estos precisos momentos.

Por: Clemen García Damirón

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