Siempre que algún colega escritor me pregunta por qué he escogido este oficio de editor de libros, conociendo el tiempo que hay que dedicarle y que podría emplear en la creación de mi propia obra, respondo que, si bien su argumento es válido, este trabajo trae añadidas tales hermosuras, que no lo dejaría en verdad por ningún otro.
En primer lugar, el aprendizaje. He aprendido más editando libros que, francamente, viviendo. Y ese conocimiento incluye todos los ámbitos de la existencia, en especial, el de la naturaleza y sensibilidad humanas, que siempre han sido los que más me interesan. Por demás, alegar falta de tiempo para escribir la obra propia, es siempre una excusa baladí. Querer es poder.
Por otro lado, la satisfacción de ser un autor es extraordinaria, pero la de ser numerosos autores al unísono, es también incomparable.
Dígase lo que se diga, el tomar un manuscrito original y servir de puente para llegar a convertirlo en una obra de arte, y luego verlo ya publicado, con un peso y color específicos, es una sensación gratificante como pocas. ¡Qué importa el supuesto anonimato! En definitiva, lo saben los que tienen que saberlo. No todos los triunfos deben ni pueden ser publicitados.
Y he aquí este libro que presentamos hoy, titulado Sánchez, del escritor y amigo Luis Javier. Un texto que pasó todos los estadios editoriales y que es hoy ya, no sólo una realidad rotunda, sino, también, una realidad hermosa. Publicado bajo el sello de Editorial Santuario, la más prolífera y dinámica del país, resalta la belleza y sobriedad de su cubierta, diseñada por el talentoso Amado Santana, en la cual aparecen, sobre un marrón pastel de dos tonos, las figuras de Francisco del Rosario Sánchez (en la parte superior), y en la inferior, la clásica representación grecolatina de la Justicia, con la venda en los ojos, en una mano la balanza y en la otra la espada justiciera. Diseño que tributa, estupendamente, al concepto general y al contenido del libro.
Al menos tres dictámenes escribí sobre este texto, una vez que llegó a mis manos, y confieso que, con mi sinceridad habitual, fueron bastante duros. Ah, pero miren aquí otra de las bellezas de las que hablo: este libro tenía un Autor, así, con mayúsculas. Un autor inteligente, humilde y sencillo, con ansias de conocimiento y verdadera vocación literaria. A mis dictámenes, respondió con su habitual positivismo, agradeció de corazón la sinceridad, y, lo más importante de todo: ¡se puso a trabajar!”, con tal ahínco y tal fe, que no hubo uno sólo de mis señalamientos, sugerencias, ideas, que no fuera acatado para bien y honor de aquel libro naciente y de su perseverante autor.
La prosa se asentó. Los personajes ganaron el peso necesario. El tiempo novelesco se hizo autónomo, y Francisco del Rosario Sánchez, uno de los padres de la querida patria dominicana, logró su merecido esplendor entre estas páginas.
Clasificable como una novela breve de corte histórico, está estructurada en XVII capítulos que abarcan, desde el iniciático Despertar a la luz, pasando por El muerto vivo, El destierro, El regreso y La Sentencia, entre otros, hasta el triste pero esperanzador colofón, titulado La tumba. La novela narra, pues, gran parte de la trayectoria vital del héroe, su nacimiento, juventud, primeros impulsos conspiradores y luego lo que puede llamarse, sin exageración, “la pasión y muerte” (por fusilamiento) del Fundador, a manos de sus propios compatriotas.
El escritor y crítico literario cubano, José Manuel Espino lo comprendió bien al opinar, en la nota que aparece en una de las solapas del libro:
Fluye la memoria en capítulos intensos, es puntual la cronología y una minuciosa lectura nos permitirá connotar cierto paralelismo con el vía crucis del Mesías —el prócer sabe que debe cumplirse su destino y lo acepta—, así comprenderemos mejor que la luz es un personaje que acompaña o abandona al desplegarse la trama en el vasto tiempo.
No es vano que la literatura ahonde en la historia, como hace esta novela, pues la literatura tiene modos, perfiles, ángulos únicos para abordar los sucedidos de una manera nueva, original; y una libertad para fantasear dentro de ciertos límites que, sin llegar a quebrarla, enriquece la crónica; libertad que los libros de historia a secas no pueden permitirse, so riesgo de ser considerados falaces o inexactos.
Así, vemos al Sánchez humano, al esposo amante, al hombre cuyo valor natural lo llevó a encarar con hidalgía y ética probadas los desmanes e injusticias de un gobierno despótico, a veces liderado por personajes a los cuales él mismo ayudó a encumbrar. Ni fechorías, ni anónimos, ni amenazas, lo disuadieron nunca de hacer valer sus ideas y ejercer su profesión, con la cual, en no pocas ocasiones, defendió a los perseguidos, hasta sufrir él mismo persecución y destierro.
Ese Sánchez —sin los acartonamientos propios que la erosión del tiempo y los libros de textos demasiado solemnes hace a los personajes históricos—, vive en este libro, que resulta una hermosa apología de esta figura cumbre de la patria.
José Manuel Espino lo vio así:
Sin caireles, tal como concebía Juan Ramón Jiménez la poesía, se hace reconocible Sánchez, narrativa ejemplar que no hace concesiones a falsos modismos y ofrece, desde un lúcido apego a la tradición, el honesto homenaje: Recobrar la historia de República Dominicana, devolvernos la gesta de su fundación en apretadas letras que se presienten como hombres al formar su ejército; es un desafío mayor del que sale airoso el autor, que cuenta a su favor con la sensibilidad para sentirse parte de una batalla que aún se percibe en pleno apogeo.
Sánchez es un libro disfrutable, cuya intensidad va creciendo a la par del héroe hasta alcanzar su punto álgido durante el juicio que lo condena a muerte junto a sus numerosos seguidores y, especialmente, en la ejecución de la sentencia, donde entra definitivamente, con sobrados méritos, a la eternidad redentora de la historia dominicana. El monólogo de su agonía tiene toda la desolación del humano que parte prematuramente, aunque sea a la gloria:
Oh, no encuentro la salida. Siento como si mi cabeza estallara. ¿Qué me pasa? Padre, ¿dónde estás? Me quedé solo, me abandonaron. Estoy flotando en el espacio, tengo fiebre. No respiro nada. No quiero morir: quiero jugar con mi hijo, necesito ver a mi esposa. (….) Hago esfuerzos por abrir los ojos. No encuentro a mi familia, no sé dónde ir. La luz se está apagando (…) Creo que se selló la venganza. Estoy muerto y sigo viviendo. Dios, ¿es un sueño?
Finalmente, reitero la invitación a leer este excelente libro con la lectura de la nota de contracubierta que tuve que la suerte de escribir para él y que ya lo acompaña por el mundo:
Acercarse a la historia patria desde la literatura, en especial a una de sus figuras cumbres, Francisco del Rosario Sánchez; tiene siempre una especie de mística, un sentimiento hondo que nos hace sentir que las palabras, insuficientes para atrapar del todo la vida de un fundador de pueblos, sí llegan a rozar las esencias de lo que representan. Si son sinceras, las palabras se convierten en lienzo, y a la hombradía de abordar desde ellas esos universos complejos, inmersos en su tiempo, añádese el provecho de su humanización. Hombres, y no dioses, viven en este libro. Sánchez, el padre de la patria, naciendo como nacemos todos, ensangrentado e indefenso; y luego recorriendo el camino de esa misma sangre, ya sagrada, necesaria para izar la bandera dominicana, y para arrearla. Emancipado de la historia glacial, pero sin irrespetos, este libro nos regala un fragmento de vida novelada que viene a enriquecer, notablemente, una saga que crece y que se afina en el orgullo de aquellos que pueden afirmar, alta la frente: ¡Yo vengo de la tierra de Sánchez! ¡También soy la bandera!
¡Muchas Gracias!
Por Rafael J. Rodríguez Pérez
