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2 de mayo 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Mario de San Juan

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Nació el 31 de octubre de 1955 en San Juan de la Maguana. Su nombre real es Mario Roberto Sánchez Nin, conocido por todos como Mario de San Juan.

Ensayista, narrador, poeta, cronista y compositor musical. Se graduó de técnico en Trabajo Social en el Instituto Tecnológico del Cibao Oriental (ITECO), hoy Universidad Tecnológica del Cibao Oriental (UTECO). Trabajó en la Asociación Dominicana para el Desarrollo de la Mujer (ADOPEM); en la Fundación para el Desarrollo Dominicano (FDD) como encargado de Grupos Solidarios y actualmente se desempeña como corrector de estilo en la Junta Central Electoral (JCE). Fue fundador del Colectivo de Literatura “Cardúmenes” en 1992 y es miembro del Taller Literario “Manuel del Cabral” y del Movimiento Cultural “La Zafra” de Cotuí.

En el haber bibliográfico de Mario de San Juan se encuentran los siguientes títulos, géneros y fechas de publicación: Candela (poesía, 1990); Tránsito a la carne (poesía, 1994); Azar de la lluvia (poesía, 1996); El fantasma de Alma Rosa (cuento, 2015), La esperanza es de color azul (novela, 2017) y No matarás las mariposas de mi jardín (novela, 2023). Tiene varias producciones inéditas en vía de edición. Sus textos gozan de muy buena aceptación, no sólo en el Sur de nuestro país, sino a todo lo extenso de nuestra nación, por ello muchos de sus trabajos aparecen en importantes antologías, revistas y periódicos especializados.

 

Mario de San Juan ha dictado charlas y conferencias en varios espacios nacionales e internacionales en los que se destaca “La literatura actual dominicana”, (1996) ofrecida en Martinica, Francia.

También ha saboreado el placer de conquistar un buen lugar en certámenes literarios, tal fue el caso de haber obtenido un estupendo segundo lugar en el Concurso Literario San Juan 1976, en su natal San Juan de la Maguana.

El escritor Pedro Antonio Valdez considera que, observando los libros publicados por Mario de San Juan, que él es fundamentalmente un poeta del fenómeno amoroso. Hasta qué punto consigue calidad específica y aportes, es algo que solo los estudios posteriores podrán demostrar sin riesgo de inmediateces. Pero, mientras tanto, será suficiente con afirmar que su poemario Azar de la lluvia refleja la voz de un poeta que persigue su propia voz, que estos versos ayudan a llenar las arcas vacías de la poesía amorosa dominicana, y que sus imágenes logran diluir la farsa del amor mediante la máscara del instante poético.

 

La escritora Ángela Hernández Núñez sabe y ha tenido oportunidad de comprobar en los cuentos de Mario de San Juan, que él se goza la creación, su creación, que celebra y se celebra en la palabra, volviendo sobre sus experiencias, esas que se destacan como planos brillantes e inasibles, dispuestos únicamente a centellear ante los ojos. Son experiencias amorosas o ahuecamientos terribles de la realidad, las que cuajan en sus narraciones breves. En uno y otro caso, proporcionan el sabor de lo que se conjura y sobrepone, eludiendo la parálisis, la momentánea aflicción, para lanzar la mirada por encima de lo ordinario.

 

El poeta y artista plástico Ramón Mesa asegura que los cuentos del libro El fantasma de Alma Rosa de Mario de San Juan aparecen fragmentados en tres y cuatro fases. La ausencia de comillas y guiones le dan originalidad al discurso narratológico. Sus personajes están unidos por la tragedia como eje transversal de sus historias, una condena que no les permite dilucidar la realidad de la fantasía, de manera que no tienen noción del tiempo, ya que la realidad, disfrazada de lo cotidiano, suele ser engañosa. Los finales son abiertos. Cada texto es revelador de un gran dominio del autor en la precisión del lenguaje. Cada palabra conforma un delicado entramado comunicativo que va guiando las acciones de principio a fin en cada historia, sin distracciones ni desvíos, sin superfluidad alguna.

 

Finalmente, el escritor Virgilio Díaz Grullón confesaba que los dieciocho cuentos que integran esa misma obra, El fantasma de Alma Rosa, están redactados con evidente corrección de estilo, marcada intensidad dramática e indiscutible originalidad; pero, además, todos se desarrollan dentro de las corrientes actuales de la narrativa en lengua castellana, marcada por el realismo mágico. Así, encontramos en ellos alteraciones espacio-temporales, presentación fragmentada de las historias, creación de espacios alucinantes y un rotundo énfasis en la introspección psicológica de los personajes que pueblan sus historias y agrega que, recuerda haber oído alguna vez de los labios del gran poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, una definición en estos términos: “La poesía es solo prosa concentrada”. Esa concentración, que es la esencia de la poesía, es también la del cuento. Por eso, ha dicho Juan Bosch que, en el cuento como en la poesía, la elaboración del género es concomitante, simultánea con el lenguaje que la expresa.

 

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS con un poema en prosa de Mario de San Juan:

 

Agua de nupcias

 

Soy el agua en donde el ocre de tus ojos viene a lavarse, a ganar certidumbre el barro de la carne. En mí se liberan tus miembros, los poros adquieren extensión floral y la sangre acude a su piano. Las manos pierden su vaciedumbre y a cantar se disponen. Ay, vierte la liviandad del pie en mis remansos. Que las piernas penetren mi tibieza, olvídalas donde el fluir es más tenue y ligeras arrullan mis olas. Yo entro a tu dimensión a gozar de las líquidas caricias, de su néctar virgen, de su honda sensación de gloria. Salir no me dejes, oh. Adéntrate por mi planicie y sacia el hambre de vencidas tentativas, dice tu espalda. Yo me compongo en el cauce para que juegues a bogar y seas la alianza que el mar codicia. Tiende el vientre a mojarse de mi soledad, que transite el ombligo como un dios estrenándose hoy. A beber el agua de nupcias destinas los senos: yo sabré bañar su redondez, ascender hasta la cúspide y morar allí mientras el viento acaba. Ven a vaciar la desnudez en mi corriente, a que las ondas peinen tu cabellera, a nadar en mí igual que un pez viniendo por la lluvia.

 

Por Ramón Saba

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