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8 de mayo 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Fabio Fiallo

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Nació en Santo Domingo el 3 de febrero de 1886 y falleció en La Habana, Cuba, el 29 de agosto de 1942. Bautizado con el nombre de Fabio Federico Fiallo Cabral. Tío del diseñador de moda Óscar de la Renta y sobrino del presidente José María Cabral y Luna.

 

Poeta, narrador y periodista dominicano. Luego de ingresar a la Facultad de Derecho en el Instituto Profesional, abandonó sus estudios para dedicarse a la política y a la poesía. Laboró como funcionario público desde diferentes posiciones, entre ellas Procurador Fiscal del Tribunal de Primera Instancia de Santo Domingo, Subsecretario de Interior y Policía, Cónsul en La Habana, New York y Hamburgo y Gobernador de Santo Domingo. Estuvo preso por defender la nacionalidad dominicana ante la intervención norteamericana en el 1916. Fundador de los periódicos El Hogar, La Bandera Libre, La Campaña (junto al escritor Tulio Manuel Cestero) y Las Noticias. Además, fue colaborador de los periódicos Listín Diario y El Lápiz. Fue condenado a cinco años de trabajo forzado por haber publicado un artículo en el Listín Diario antes de haberlo sometido a la comisión de censura. Su labor literaria estuvo vinculada, en un principio, al periodismo.

 

Su legado literario está compuesto por los siguientes títulos: Primavera sentimental; Cuentos frágiles; Cantaba el ruiseñor; Canciones de la tarde; La cita; Canto a la bandera, La canción de una vida; Las manzanas de Mefisto; El balcón de Psiquis; Poemas de la niña que está en el cielo; En el atrio y Cazador furtivo, entre varios más.

 El artista plástico y escritor Fernando Ureña Rib, opinaba que la sutil sensualidad en la poesía de Fabio Fiallo no es inferior a su complejo y hábil manejo de las formas poéticas.  Un ritmo soterrado subyuga al lector y le conduce al expectante final que viene a ser como su lógica eclosión.  Nada queda en el aire. El poeta dominicano, sin rebuscamientos ni accesorios, nos lleva efectivamente a los parajes intimistas del sentir, de le gozosa experiencia del amor. Como ningún otro poeta, Fiallo nos acerca, con su visión poética, a la materialización del hecho romántico, al contacto con la piel de la mujer ansiada, a ese acercamiento trémulo y primero, a esa sensación dulce que provoca el deseo insatisfecho.

 

El ensayista y periodista Federico Henríquez Gratereaux estima que Fabio Fiallo es uno de los más notables poetas que ha tenido la República Dominicana, por supuesto, es un poeta romántico y tal vez la gente de hoy esté lejos de esa sensibilidad porque Fabio Fiallo, a pesar de su amistad con Rubén Darío y alguna que otra influencia que tuvo de la poesía modernista, sigue siendo, en todo lo esencial, un romántico seguidor de Gustavo Adolfo Bécquer y de Enrique Haine, pero un poeta de gran talento, un escritor muy cuidado en prosa.

 

Finalmente, el músico y poeta Manuel Rueda expresaba con firmeza que Fabio Fiallo es el más popular de nuestros románticos.

 

Fiallo no fue un poeta fecundo, pero sí muy popular. Supo explotar felizmente la mentalidad típicamente romántica de sus admiradores y captar y condensar los sentimientos en unas cuantas palabras. Los lances amorosos, la delicada atmósfera reproducida en sus poemitas, a la manera de Gustavo Adolfo Bécquer, fueron suficientes para cautivar a toda una generación. Trovador por excelencia dentro de la lírica dominicana, es seguramente el mejor de los poetas eróticos que ha dado nuestro país. Su verbo apasionado, su porte elegante y su historia eran atributos que le ganaban el favor de las mujeres. Junto a su amigo el poeta nicaragüense Rubén Darío se paseó triunfante por París; solo o acompañado de personalidades del mundo de las letras, hizo lo mismo por otras ciudades del mundo. Sostuvo un apasionado epistolario con importantes mujeres, como la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou, treinta años menor que él, o Ana María Garasino, a quien le dedicó uno de sus cuentos.

 

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS con un soneto de Fabio Fiallo:

Sándalo

Es su espíritu lámpara encendida
en el callado altar del sacrificio,
y son dos piedras de ese altar propicio
el duro seno en que su fe se anida.

Ni una vez tu pupila endurecida
el vértigo sintió del precipicio,
ni pudo despertarle un solo indicio
el pecado al rozarla por la vida.

Si pesada es su cruz nadie lo advierte:
De tal modo es alígera su planta,
y, como alondra, cuando sufre canta.

Breve, igual a una flor, será su muerte…
Y cuando muera, un suave olor de santa
perfumará los labios de la muerte.

 

Por Ramón Saba

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