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27 de diciembre 2025
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OpiniónRafael Rodríguez PérezRafael Rodríguez Pérez

Dos nuevos libros de Martha M. Infante Payano

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Difícil, pero gratificante y acaso insuperable, es el oficio de entregar nuestra vida a las palabras. En casi todas las cosmogonías, ella surgió primero y de ella lo demás, el universo, que abarca desde el grano de arena al arcoíris, del ínfimo gusano al sol que nos alumbra y la galaxia. La palabra es el mundo. Ella lo fija, lo inventa y lo sujeta. Aquellos que han entrado en el arte de usarlas, como irrumpe la voz en el vacío, y empieza a nombrar todo, para que todo nazca,  ya lo saben: el escritor es Dios, o su reflejo, y la página en blanco el lienzo de la vida, allí respirarán nuestras criaturas, florecerán los sueños, el Alto sueño, y todo cuanto cifres, consignes o reinventes mediante la palabra, será eterno, pues proviene de ella y a ella vuelve, como vuelven los astros, los hombres, las encíclicas, en el lento fluir de eso que llaman Tiempo, ¿o es materia? Somos polvo de estrellas, lo sabemos, pero nombrar al polvo es el Destino del escritor, que es Dios, o su reflejo…

Sé bien que esta apertura bien parece un poema, y acaso lo es, pero sucede siempre, o al menos me ocurre a mí, que cuando arranco a hablar de la vocación de escribir, del arte de las letras, pareciera que una puerta se abre y a las palabras les acuden alas. Esto amor del bueno. Aquel que lo ha sentido lo sabe. De ahí viene mi respeto y reverencia por todos los que escriben, o lo intentan. Por eso, cada vez que veo nacer un libro, o lo ayudo a corporizarse en la materia, como es el caso que nos ocupa hoy, me siento siempre un poco realizado.

Yo soy del ocho ¿y qué? y La aprendiz de maestra, estos textos de Martha Infante cuya existencia ya es un hecho rotundo, me costaron, en mi condición de editor-corrector, muchas horas de trabajo. Como  todos los libros que en verdad se respeten, antes de llevarlos a imprenta precisaban de una edición cuidada, minuciosa, que arreglara los detalles, olvidos, omisiones, que siempre —y esto es una ley sin excepciones— se cuelan en cada manuscrito que hacemos. Todos somos falibles; y aunque, parafraseando a Galeano, “la perfección seguirá siendo el aburrido atributo de los dioses”, uno debe aspirar a la excelencia. También sabemos que no hay libro sin error, pero la tarea del editor es precisamente que tenga la menor cantidad posible de ellos. Los autores inteligentes, lo saben. Martha Infante lo es. Por eso eligió, cuidadosamente, editorial y editor para que la ayudaran a recorrer este camino que hoy nos trajo hasta aquí.

Trabajar ambos libros fue muy edificante para mí, entre otras cosas, porque me ayudó a conocer un poco más el espíritu y las esencias del pueblo que los inspiró, algo que necesita todo extranjero en tierra ajena, sobre todo si es escritor y periodista, y aspira a interpretar la realidad que lo rodea. Hay en ellos una visión panorámica de la sociedad dominicana, entrevista, señalada y denunciada a través de anécdotas e historias cotidianas del hombre común, que piensa como vive, pues no puede ni le permiten vivir como piensa.

En los dos libros, latente entre sus páginas, hay una especie de ruego unánime, que a veces es también un dedo acusador, para que los actores políticos, sociales, económicos, usen sus empoderamientos de forma justa, inteligente, humana, y ayuden a combatir y a eliminar las muchas lacras que asolan al país y lo hunden en un subdesarrollo criminal, disfrazado de fasto y oropeles, cuya alto costo están pagando ya los más desprotegidos.

En la notable sucesión de episodios y conflictos que habitan estos textos, la autora reivindica desde la literatura —que es tan completa que sirve también para ello— el derecho de todos los dominicanos  a una educación de calidad, a la salud, a una vivienda digna; al tiempo que fustiga y pone en ridículo, a veces desde el humor —fuerte recurso si se le sabe usar—, el egoísmo y la estupidez de esos supuestos “elegidos” por la fortuna, algunos de los cuales solo tienen desprecio para sus semejantes y cuya ambición desmedida está hipotecando el futuro de la nación.

En el caso de Yo soy del ocho ¿y qué?, confieso que muchas veces, al enfrentarme a algunos de esos textos, tuve la tentación de transformarlos, de hacerlos más literarios eliminando esos párrafos finales en los cuales la autora resume su sentir sobre el tema tratado, pero me contuve en cada ocasión. Entendí que esas reflexiones, moralejas o comentarios, daban el énfasis perfecto que la autora quería. En esos epílogos está, poderosa, su voz, de modo que quitarlos, aun bajo los más pensados argumentos literarios, habría sido un error, pues este no es un libro para alardear de técnicas narrativas o imitar a este o a aquel maestro. Este es un libro para reflexionar y, en ese sentido, el objetivo de la autora se logró plenamente.

Por ello, escribí en la nota de contracubierta que lo acompaña:

Los treinta relatos que conforman el cuaderno Yo soy del Ocho, ¿y qué? revelan la aparición de una nueva voz en la narrativa dominicana más reciente. Escritos en un lenguaje ameno, que no descuida la forma pero enfatiza notablemente el contenido, recoge una serie de anécdotas y vivencias acaecidas a su protagonista, una valiente mujer dominicana que, camino de su emancipación definitiva como ser humano, decide compartirlas con sus contemporáneos como un forma original de alzar su voz y reflexionar en torno a la realidad política y social de su país.

Creados desde una perspicacia natural para calar en las esencias de su patria, afloran en estos textos el singular humor dominicano, su vocación de crecer en la vida, pero también muchas de las angustias que sufren hoy esos seres “de a pie”,  aplastante mayoría trabajadora de la cual, orgullosamente, forma parte la autora.  

En el otro texto que presentamos hoy, La aprendiz de maestra, Martha Infante vuelve, esta vez con más profundidad, pues se trata de un testimonio personal, al tema que es el verdadero leit-motiv de ambos libros: la educación. Sus preocupaciones y desvelos en ese sentido vibran en estas páginas con la fuerza de una obsesión. A veces, duele seguir a la protagonista por esos episodios difíciles que vive en las aulas. Duele verla enfrentarse, como ante una tormenta, al desorden, la falta de visión y la indolencia de unos alumnos moldeados por un medio salvaje, que perciben la obligación de aprender como un fastidio. Es por ello que la joven aprendiz de maestra, haciendo honor a la más noble de las vocaciones, no duda cada día en interrumpir su materia para dar largas charlas llenas de lecciones de vida. Ella no quiere solamente instruir, sino Educar, en toda la extensión de la palabra.

Por eso, en el mismo pórtico de su nuevo libro, la vemos afirmar:

“La escuela es la clave del éxito de un país. Mientras las clases    dominantes     no entiendan que como seres humanos compartimos un       mismo destino y les   arrebaten vilmente el derecho a la educación a miles de dominicanos, nuestro país seguirá sumido en el atraso”.

Y añade:

(…) La escuela es el reflejo de la sociedad y por lo que constaté en los    años    que permanecí en las aulas, no andamos nada bien. Nadie me lo dijo. Lo viví     en carne propia. Urge descontaminar al Ministerio de Educación de los intereses particulares que lo tienen secuestrado y   colocar la enseñanza como   objetivo fundamental de nuestra nación. Tenemos un arduo camino por       delante: educar a cada dominicano hijo de Dios, merecedor de oportunidades y          un mejor futuro.

Como vemos, y este libro también lo demuestra, hay en la autora una toma de posición ante las duras realidades que afronta su país. No se trata de palabrería vana. Ella se lanzó al ruedo. Lo vivió. Asumió mientras se lo permitieron, y con toda entereza, inteligencia y ética, la responsabilidad de ser Maestra, con mayúscula, una buena, que es decir ser un puente entre los alumnos y el futuro, no solo de ellos mismos, sino de la nación. No la dejaron, pero ella no perdió la esperanza. Nunca lo hizo. De otras maneras, más sutiles y artísticas, Martha sigue educando. Por lo pronto, aquí está un testimonio que hará reflexionar a unos cuantos

…XX capítulos [que muestran] la realidad educativa dominicana;   anécdotas y episodios que tal vez fuesen cómicos si no fueran   demasiado  inquietantes; (…)  pugna irremediable [entre la lógica, la   evolución  profesional y el sentido común) y las arcaicas estructuras de un sistema  pedagógico obsoleto que, como Cronos, devora a sus propios hijos; o los        arrincona de tal modo que mata su pasión por servir y educar, atributos  intrínsecos de todo buen maestro.

Quisiera concluir estas líneas, no solo con una merecida felicitación a nuestra autora y a la Editorial Santuario por traer a la luz estos títulos, sino también con un anuncio, una primicia alegre y poderosa, pues habla de disciplina, de creatividad, de tesón. Esta es: un nuevo libro de Martha Infante está ya en mi poder. Por el momento, se titula El viaje de una Antorianous a la tierra; y muy pronto entrará en los trabajos de edición- corrección. Martha va en serio con su literatura, de modo que, muy pronto, estaremos reunidos otra vez en su nombre celebrando el nacimiento inigualable de un libro, el crecimiento espiritual y la esperanza.

 

Por Rafael J. Rodríguez Pérez

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