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26 de junio 2024
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OpiniónMarcos FlorentinoMarcos Florentino

Delirios, creatividad y semiótica en la pintura de Vincent Van Gogh

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Los registros históricos de las primeras civilizaciones dan cuenta de que arte y ciencia han estado íntimamente entrelazados con la identidad cultural de sociedades ancestrales, medievales y contemporáneas. El arte también ha sido íconos del individualismo disidente y un estereotipo de sus creadores. En la actualidad forma parte del paralelismo cultural entre grupos organizados y creadores independientes. Con el arte se han recreado acontecimientos mesiánicos y se han ilustrado “descubrimientos” importantes del hípermodernismo —como lo son los gráficos e ilustraciones del sistema solar, del espacio exterior y de exoplanetas realizados para la Nasa por artistas digitales—. No obstante, si algún lapso temporal pudo haber interrumpido la cadena creativa entre los hacedores de arte y los procesos evolutivos del mismo, no ha sido por la falta de ingeniosidad; tal vez haya sido por el desconocimiento por parte de los eruditos a las producciones o la desvalorización que se le tenía en el contexto que se erigió el arte.

Los bocetos y planos realizados por genios que pasaron desapercibidos o que fueron desconocidos en su época, hoy son arquetipos tecnológicos. Creaciones que parecerían prodigiosas si no tomáramos en cuenta que estatuillas de aeroplanos realizadas hace milenios y que son muy símiles a las aeronaves modernas [como los artefactos Quimbayas, Pájaros de Otún, figuras zoomorfas precolombinas]. Objetos Oopart y modelos robóticos son evidencias de que la creatividad, en algunos casos, no ha evolucionado demasiado.

Los matices sediciosos, la intensidad visual y la desconfiguración de la realidad representada por Vincent Van Gogh, podrían ser otro arquetipo infalible y patrón de que el estilo implementado por el pintor expresionista pudo haber sobrepasado las expectativas actuales de los hacedores de arte. Así como las estatuillas y esfinges ancestrales representan arte mítico erigido para la adoración a deidades, la avidez de Vincent por instaurar con espontaneidad sus emociones recónditas y trasferir al lienzo sus violentas ideas de la pintura perfecta, pudieran ser la naturaleza de subsiguientes movimientos de arte contemporáneo. Van Gogh ensalzó su espíritu para convencerse  y no dejar dudas de que sus pinturas eran superiores a las de los vanguardistas exitosos exiliados en París, en aquel entonces —Vincent solo seguía y sacralizaba las pinturas del postimpresionista Eugène Henri Paul Gauguin, por ser Gauguin el único que entendía su estilo—.

Las pinturas de Vincent parecen inconclusas, su recorrido visual es anómalo y no enuncian  un punto de partida; finalizan en la confusión, lo que pueden ser evidencias de que sus delirios mentales están encriptados en los trazos. Y, precisamente, es lo que hace únicos sus trabajos, a pesar de la rigidez de su estilo flagelado.

En los movimientos y tendencias de arte: bizantino, romántico, neoclásico, barroco y renacentista; algunos artistas dejaron ver la lobreguez de sus pasiones y el dogmatismo fundamental que controlaba su interior como huésped pérfido —y no necesariamente porque sus representantes  padecieran patologías mentales—. Los Dibujos Grotescos de Leonardo Da Vinci, una serie de bocetos espectrales recreados sin que hasta ahora se conozcan las causas que lo llevaran a bosquejar lo atroz; esos dibujos nos dejan sin respuestas del porqué un pintor clásico recreo la antítesis de los cánones academicistas. No obstante, Vincent tenía múltiples justificante para transferir sus patologías mentales al lienzo, pues su revolución pictórica fue encubada desde el aislamiento y dentro de sus patologías mentales. Sus ideas de la composición paisajista perfecta fueron recreadas en los gélidos campos abiertos de Arlés, en las furiosas oleadas de las costas de La Haya, en los parques de París, en las praderas de Nuenen, de Saint-Paul-de-Mausole; en su universo interior bajo el influjo y acoso de los elementos, en medio de la abstinencia de dialogo  y el susurro del hambre que resquebrajaba su espíritu indomable. Pero nada retraía sus anhelos creativos, se autoanimaba concentrado en sus caprichos abstractos y fauvistas. Las respuestas del porqué en sus trazos de óleos tortuosos, expresivos, tenaces,  autónomo […], pueden encontrarse en la profundidad de su idealismo expresado en  las 700 cartas que le escribió a su único amigo y confidente, su hermano Theo. Esas epístolas acreditan las evidencias de sus habilidades espontáneas para producir Arte Marginal desde la aflicción.

 

Querido Theo.

       Quizás te parezca demasiado fuerte lo que te dije sobre Tersteeg. Pero no retiro lo dicho. Hay que decir las cosas de forma brutal, porque si no, no traspasan su caparazón. Desde hace años me consideraba un imbécil o un soñador, sigue mirándome con los mismos ojos y me dice, incluso, sobre mis dibujos: son una especie de inyección de opio que te administra tú mismo para alejar el dolor de saberte incapaz de pintar acuarelas  [Carta 180, febrero 1882].

 

Recluido en un manicomio, Vincent tuvo tiempo suficiente para recapacitar, pero sus reflexiones lo angustiaban más. Cuando salió del sanatorio, el rechazo social a su persona y a sus obras lo atormentaron aún más; implantándoles ideas lúgubres sobre el arte, sobre la vida.  El crítico de arte Roger Cardinal, denominó la categoría de arte que hacía Vincent como Art Brut, que es el arte nacido en las entrañas de la marginación, sin reglas, sin tendencias antecesoras, cuyas únicas pautas son las disidencias absolutas y el desbordamiento de las emociones encadenadas en la inhibición. Jean Dubuffet acuñó el tipo de arte de Vincent como Outsider Art, mucho más tétrico y perspicaz que el Art Brut, recreado por enfermos mentales que poseían la pericia autodidacta de moldear un arte con sañas germinadas en sus perturbaciones mentales.

Van Gogh incrustó en sus trabajos la narrativa ególatra de sus sentimientos y padecimientos psíquicos y de sus discapacidades, como si su vida pasada y presente estuviera atada más allá del contexto real, curvada con la lógica… Este atípico pintor desahogó sus emociones intentando encontrar paz interior con fuerza revolucionaria para deshacerse de sus torturas espirituales. Tanto en sus cartas a Theo como en sus pinturas, Vincent exteriorizó la agudeza entusiasta de múltiples símbolos sombríos enfocados en trayectos espinosos, intentando saltar todos obstáculos para llegar a la cima de su extravagancia artística.

 

A Van Gogh puede nominársele como legítimo representante del postimpresionismo insurrecto. Su vínculo entre el arte y sus vicisitudes alcanzaron el grado superlativo de la angustia de un pintor que plasmó cada impresión de su tribulación en lienzo y papel. Acosado por la esquizofrenia trasplantó el flagelo mental en sus trabajos —en la pintura La resurrección de Lázaro, Vincent muestra un escenario luctuoso, pero con tonalidades cromáticas entusiasmes y de embriagues—.

La melancolía extrema, el dolor y el sufrimiento intenso lo llevaron a saborear su fracaso al límite, estampando su calvario en sus obras. Sus obras reflejan el disgusto de un alma delirante que nunca conoció el regocijo. En sus más de 700 cartas escritas a su hermano Theo, dejó ver su pasión por la literatura y un apego ciego a la religiosidad como bastón que lo guiara al éxito.

Se aferró a un Dios en el cual nunca encontró más respuesta que el dolor. Representó la antítesis de la armonía cromática e instauró la discordancia conceptual en sus composiciones; fue un supremacista en la aplicación de lo que él entendía era arte puro y libre de imposiciones academicistas o de modelos imperantes. Etiquetó en sus trabajos la suma de todos sus pareceres y tradujo el arte vivo en gritos de clamor; dibujó toda su enfermedad psicosomática y física.

Se puede especular que Vincent fue el Baudelaire de los pigmentos o el Saulo de Tarso epistolario. Un Cristo flagelado por la humillación y el rechazo que luchó como un pretoriano para dejar sentir su estilo y que murió como un peregrino en el desierto sin que nadie tomara en cuenta sus obras —su única gran exposición fue en su funeral—. En vida pocos conocieron sus obras y posteriormente fueron consideradas Dead Art. Hoy en día los coleccionistas y museos guardan sus híper valorizadas obras como el arte más fecundo de toda la contemporaneidad. Por consecuencia de las devastadores secuelas de la Segunda Guerra Mundial, padeció los efectos de la postguerra y gran parte de sus trabajos fueron quemado por ser considerados arte degenerado, los que sobrevivieron forman partes de colecciones predilectas.

Semiótica de su arte

Los trazos intensos y radicales muestran una técnica llena de un desasosiego entusiasta que sobrepasó las escuelas del postimpresionismo, los colores agudos son el símbolo de una posible aflicción indescriptible, o tal vez por el deseo inmediato de terminar la pieza de una vez, aunque la desarmonía delatara su ansiedad. La asimetría en las formas temblorosas podría revelar la discordancia de sus pensamientos. Los espacios en sus composiciones están llenos de nerviosismo y con angustia arrítmica en las líneas —que pudo haber sido por su epilepsia—. La saturación cromática y la vibración lineal ofuscan y difieren con el recorrido visual. Sus pinturas son gritos dramáticos con arritmia sonora y discordancia conceptual, sesgadas por sus emociones y frenadas por su autocontrariedad.

Piezas llenas de un colorido enajenador que podría provocar éxtasis en el espectador. Sus obras son una especie de autobiografía en la que focaliza vicisitudes y disconformidad, en la que no encuentra un final ni ofrece repuestas razonables al espectador [símil a Automoribundia, de Ramón Gómez de la Serna]. La mayoría de sus pinturas y sus cartas están llenas de una retórica enigmática. En sus paisajes se observa la naturaleza desde una perspectiva vaga, agridulce y decadente; como si el mundo se le viniera encima. Pero no se rinde y continúa impregnando el óleo con el vigor esencial de un pincel saturado de pigmentos, dando la impresión de que usaba el mismo pincel para aplicar todos los colores.

Aunque Vincent creía fielmente en la conceptualización y originalidad de sus trabajos, muchas de sus obras son una autocritica a su vida y a sus creencias, a la disconformidad y a su rechazo al entorno. Para Vincent los colores son emotivos, los mezclaba al azar; configura un arcoíris en donde una legión de ángeles y demonios parecen danzar entre arenas movedizas. Pareciera que está pintando con pigmentos extraídos de las praderas. En ocasiones apela a tonos sombríos y los contrasta con la viveza de la campiña, como si una tormenta de fuego y agua manchara el lienzo, como si los rayos de una tempestad cayeran sobre su cabeza y avivaran su creatividad.

En algunas de sus pinturas, Vincent hace un recorrido panorámico a un paraíso repleto de colorido deslumbrante para luego descender en lo nefasto, en el luto y el clamor; reflejando la relación entre el origen y la decadencia. Vincent quiso darle vida a sus pinturas con gritos desesperados, con reclamos al olvido y glorificación a sus delirios. Impulsado por el desasosiego y motivado por la ansiedad perenne que lo abatía, creó posibles salidas al cerco nefasto de su prisión interior.

Creó mundos y personajes alternos con alucinaciones pictóricas erigidas bajo el influjo de las drogas. Padecía una demencia fría/feroz que lo sacaba del contexto real, para revivir y reeditar vivencias. Algunas de sus obras están rebosadas de configuraciones  confusas que irradian intermitencias, haciéndole parecer ser incapaz de distinguir lo real de lo ilusorio. Muchos de estos mundos superfluos eran el resultado de las sustancias alucinógenas que consumía [también lo hizo Baudelaire en algunas de sus poesías y sus pinturas].

La bebida alcohólica preferida de Vincent [o la única que se podía permitir] era la Absenta, que le provocaba vértigos estomacales, excitación extrema, alucinaciones y terror en su soledad. El universo semiótico de sus pinturas está lleno de turbulencias y visibilidad errante. Sin embargo, ninguna adicción detuvo la creatividad de este genio, ni mucho menos retuvo sus infinitos intentos por alcanzar la gloria del arte. Otra patología que  le causó trastornos fueron las enfermedades venéreas, además, los rechazos amorosos…

Pese a que se ha dicho que Vincent no vendió ninguno de sus trabajos, en realidad sí lo hizo, su hermano Theo le compró una pieza; y mientras estuvo en París y en Arles intercambió pinturas por alimentos, por sexo y por cama.

 

Según se registra, en Bruselas logró vender por 400 francos la obra La Vigne Rouge 1888 —actualmente en la exposición permanente del Museo Pushkin de Moscú—.  Cuando viajó a Arles con ideales más profundas y deseos de superación, quiso enseñar pintura y montó su propia escuela, pero un nuevo revés mental lo llevó al delirio y fue internado en el manicomio de Saint-Rémy, donde realizó la pintura La Noche Estrellada. Dos años más tarde murió a causa de un disparo en el estómago, poniendo fin a una vida artística en la que realizó más de 900 obras, hoy exhibidas por todo el mundo: Ámsterdam, Nueva York, Berlín, París, Moscú, México y muchas en manos de coleccionistas privados.

 

Por: Marko Florentino

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