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14 de mayo 2024
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OpiniónVíctor Manuel PeñaVíctor Manuel Peña

Cultura machista y feminicidios

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Los feminicidios, una verdadera tragedia nacional, y que alcanzan ya la categoría de epidemia, están en el  epicentro del gravísimo problema de violencia de género que hay en el país.

Los feminicidios son tan frecuentes y tan recurrentes que nos llenan de espanto, de sonrojo, de escarnio y de vergüenza.

Los feminicidios se hacen con tanta saña y tanta violencia que delatan y desnudan a la sociedad dominicana de cuerpo entero.

Los feminicidios hablan muy mal del ser moral de los dominicanos, del ser de los dominicanos y del ser de su cultura.

Los feminicidios, en fin, hablan muy mal de la identidad de los dominicanos, y nos presentan a ésta trunca, quebrada, torturada y profundamente atravesada –transida- por un puñal en su corazón que ha llenado de sangre el sacrosanto suelo de la Patria y de la nación.

La inmensidad e intensidad de los gemidos de la identidad nos conmueven, nos tocan y nos cuestionan incesantemente a todos y a todas.

Y es que hay algo que anda muy mal en la educación y en la cultura del pueblo dominicano.

Ese algo que anda muy mal es un cáncer que ha venido corroyendo los cimientos mismos de la sociedad dominicana desde siempre.

Hace tiempo que debimos dedicarnos como sociedad a extirpar, a desarraigar y a desenraizar este cáncer, que hace tiempo que hizo metástasis, y que nos envuelve a todos en una enfermiza y aberrante espiral de violencia en general y de violencia de género en particular.

La simiente de los feminicidios en particular y de la violencia de género en general está en la base del patrón cultural y educativo que ha prevalecido, predominado, hegemonizado y dominado la vida en los hogares dominicanos.

Y en ese patrón educativo y cultural vigente en los hogares dominicanos, en las familias, el hombre y la mujer, ambos, han estado de acuerdo siempre, ora por ósmosis, ora por acuerdo implícito o tácito o explícito, de proporcionarles o inyectarles a los hijos, varones y hembras, el veneno de la educación o de la cultura machista.

De entrada en el marco de esa educación machista hay labores reservadas para las hembras y labores reservadas para los varones. Hay labores que los varones jamás deben hacer -como cocinar, lavar, fregar, trapear, etc.- porque solo las hembras deben hacer.

Esa educación y cultura de índole machista envuelve a los hijos de ambos sexos, de modo y manera que también las hembras son educadas y culturizadas de conformidad con el predicamento machista.

Los padres y las madres, y muy especialmente las madres, se encargan de sembrar en la conciencia de las hembras los cimientos y “fundamentos” de esa cultura machista.

A los hijos varones, los padres y las madres se encargan de inculcarles y sembrarles en la conciencia y en sus genes los gérmenes cancerosos y venenosos de la cultura machista.

Esa educación informal en los hogares juega un papel medular en sembrar, aposentar y consolidar los hervores de una cultura totalmente machista en sus hijos, hembras y varones, por parte de sus padres y madres.

Es muy lamentable decirlo pero las mujeres que han asumido el rol de madres han tenido y tienen su cuota de responsabilidad en esta hoguera ardiente, consecuencia de la cultura machista sembrada en el hogar o en la familia, que nos envuelve en una eterna esfera de violencia y de atosigante y aberrante derramamiento de sangre y que asume también las características de una espiral en un muy degradante, lastimoso y horroroso ascenso.

¿Qué hacer frente a este drama tan sangriento, tan bárbaro y tan desconcertante que nos envuelve a todos?

Lo primero que hay que hacer es crear conciencia en el sentido de que hay innovar y renovar, cambiar de cuajo, el modelo de educación informal que se sigue en los hogares.

Lo segundo es que en el campo de la educación formal, en las escuelas públicas y en los colegios, hay que extirpar de raíz los cimientos de la cultura machista presente en los contenidos de las diferentes asignaturas.  Y hacer conciencia en los docentes de que no deben promover ni propalar una educación de contenido machista en sus vidas y en sus intervenciones como profesores.

Lo otro es que con solo arreciar la arista de la represión y de la persecución como componente de la política criminal y aumentando la sanción penal no hay manera de resolver o enfrentar de manera adecuada el gravísimo problema de los feminicidios como expresión particular de la violencia de género.

El problema de fondo es la educación y la cultura. Tanto es así que los uxoricidas o feminicidas terminan suicidándose.

Lo que quiere decir que ellos también en sus acciones criminales reflejan y traducen los signos de la educación y de la cultura machista en que nos hemos formado en esta sociedad.

La educación y la cultura machista arrastran consigo demasiadas distorsiones y demasiadas secuelas y consecuencias negativas para la sociedad como la epidemia de los feminicidios u uxoricidios y de la violencia de género en la que se insertan aquellos.

En la lucha que tenemos que llevar a cabo contra los feminicidios, yo me atrevo a proponer una gran cruzada nacional en la que participen activamente toda la sociedad política y toda la sociedad civil, encabezada por los líderes del país, incluyendo el jefe del Estado, y los diferentes actores de la sociedad civil.

Esa lucha tiene que ser permanente.

Y voy más lejos.  El problema de los feminicidios es tan grave que es hora de que el país sea declarado en estado de emergencia.

Es preciso que todos los medios de comunicación -escritos, radiales, televisivos y las redes sociales- intervengan como protagonistas en esta cruzada nacional contra los feminicidios.

Es hora de parar en seco la tragedia y la locura de los feminicidios y de devolverles a las familias y a la sociedad dominicana la tranquilidad, el sosiego y la seguridad, perdidos y malogrados como consecuencia del salvajismo que nos abate y nos arropa.

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