Ha costado sangre, sudor y lágrimas nuestro relativo desarrollo. Jamás nos hemos apartado de las causas más nobles y justas en el ámbito internacional. De manera que sería mezquino desconocer nuestro sentido de compromiso y solidaridad. En consecuencia, hemos respetado a cabalidad los propósitos sinceros de los pueblos hermanos.
Somos un Estado pequeño, con capacidad limitada para influenciar ante un mundo severamente complejo. Pero, nuestro entusiasmo es grande. Y la voluntad desinteresada de aportar por convivir pacíficamente es incuestionable.
Fuese baladí hacer alarde del protagonismo diplomático dominicano en favor de la estabilidad regional en las últimas décadas. Asimismo, sería poco elegante enunciar las defensas internacionales que hemos asumido con firmeza. Por tanto, sería igual imperdonable no defender el buen nombre y el honor de la República, cuando una mano invisible nos acecha.
Cuando la comunidad internacional nos necesita, nuestra presencia brilla en asistencia. Por tal motivo, es altamente incomprensible que cuando sea a la inversa, la misma comunidad internacional se quede en silencio. Convirtiendo así el principio de reciprocidad en un frívolo concepto utilizado en materia de política internacional a su conveniencia.
Nos aplican la ley del embudo. Si deseamos organizarnos acorde a nuestros reglamentos internos en franco respeto y reconocimiento al derecho internacional, nos atacan. Cuando nuestras sanas y legítimas intensiones son fortalecer el estado de Derecho y la integridad territorial, nos calumnian.
En efecto, la historia, cuando la relatan los vencidos, la victimización es constante. Tal vez, hasta un modo de supervivencia en el escenario global. Pero la insistencia ante la obstinación sucumbirá por designios divino de nuestro inalienable derecho a permanecer como Estado soberano. Eso, por supuesto, apegados responsablemente a las normas internacionales de las cuales somos signatarios.
En cambio, los vencedores únicamente reseñan la historia como punto de partida para no desvanecer los cimientos que dieron orígenes a nuestro Estado. Sin perder el objetivo de consumar una Patria con un estado de bienestar paradigmático a pesar de los desafíos latentes de la geopolítica actual.
¿Con qué calidad moral nos someten a un estado de infamia internacional? ¿Por qué quienes nos difaman no son suficientemente responsables como para crear las condiciones pertinentes en los países que verdaderamente necesitan oportunidades dignas? y, por último y no menos importante ¿cómo es posible lacerar la credibilidad de un Estado por su libre ejercicio de la autodeterminación?
Nuestra conducta se mantiene intachable. Por esa razón, hemos sido honrados con participar activamente en las instituciones de mayor autoridad para velar por la supremacía de los derechos fundamentales. Igualmente, en los foros, cumbres y tribunas de enorme prestigio en el ámbito político, social y económico mundial. Además, se nos ha depositado la confianza de ser anfitriones de emblemáticos escenarios que facilitan la inversión, cooperación y convergencia regional.
No compramos espacios. Hemos trabajado arduamente por ganarnos el sitial que nos corresponde. Tal y como lo han hecho las grandes potencias del mundo desde su fundación.
En definitiva, no clamamos clemencia, exigimos respeto. El mismo respeto con que actuamos cuando los países amigos deciden construir su propio destino. Porque al final, los dominicanos estamos altamente dispuestos a defender nuestra soberanía incansablemente.
Ojalá no sea demasiado tarde para que la historia les absuelva.
Las consideraciones expuestas son exclusivas del autor y, no representan la visión de la institución a la que pertenece el autor.
Por Nelson J. Medina
