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25 de diciembre 2025
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OpiniónJulián PadillaJulián Padilla

¿Y después de las bandas que?

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La República Dominicana y Haití, son las dos alas de un mismo pájaro, la isla de la Hispaniola, cuyos pueblos merecen gobiernos que se respeten, respeten a sus pueblos y a las soberanías que les pertenecen.

Los efectos de las miserias humanas de cualquier lado de la isla se reflejan del otro lado de ella, aunque la suerte y el accionar político, ha permitido, que uno de los dos lados haya logrado una ruta superior de progreso.

Esto ha colocado en el lado opuesto pero en una fosa cada vez más profunda, un desempeño que prácticamente ha llevado al pueblo haitiano, a un vacio cuasi existencial y que clama para un merecido relanzamiento.

Los dominicanos no podemos sin embargo cantar victoria, pues nuestro propio sistema democrático esta en vilo, en crisis, y ya la destrucción de la confianza y perdida de institucionalidad nos han acompañado, gracias a los malos ejemplos de los funcionarios de turno y el derrotero trazado, por las malas prácticas políticas modeladas hacia las próximas generaciones.

Aunque los ejemplos no son comparables ni es la intención de este escrito abocarnos a ella, lo más prudente y sensato como nación, es tener nuestras barbas en remojo, apostar al entendimiento y al respeto de las reglas de juego y evitar a toda costa el caer en un vacío político, que se sume a la falta de confianza generalizada hacia el mismo sistema de partidos en el país.

Pero quedándonos con el tema central que nos invita a la reflexión, siempre se ha hablado, que lo único que aparentemente puede verse como positivo de tocar fondo, es que a partir de ese punto, solo resta comenzar a subir, hasta salir de la crisis.

El pueblo haitiano no podría estar más hondo que en estos momentos de su historia. Por décadas Haití ha venido con el mismo derrotero de ser abusado por sus políticos y sus poderes facticos, mientras la gran mayoría del pueblo ha sido avasallado por los mismos. Parece que la lucha por el poder ha caracterizado las incomprensiones de los que han hundido en la miseria al pueblo haitiano.

La falta de fe en el progreso y en el propio desarrollo como pueblo, han sumido en la ignorancia, la ignominia, el ostracismo, a una gran cantidad de nacionales haitianos, quienes ven como única salida migrar a donde sea, con tal de lograr un cambio en el estatus quo de sus vidas.

Cuando notamos que para poder operar las bandas haitianas se necesitan recursos, surgen necesariamente las preguntas: ¿quiénes financian el caos en Haití y con qué fines lo hacen?. Y luego surge tal vez las preguntas más importante, ¿cuáles son las causas del surgimiento de las bandas y si luego de eliminarlas, también quedan resueltas las causales del problema?.

Por eso decimos con propiedad: ¿y después de las bandas que?. Es que la situación que vive el pueblo haitiano no es una ficción o una utopía, o un espejismo que se disuelve con solo mirar hacia otro lado.

El pasotismo, el descaro, la falta de solidaridad y la indiferencia por parte de los que han sacado provecho del manejo del poder en aquel país, ha resultado ser una burla histórica a la misma comunidad internacional, quien muchas veces parece promover el desastre y otras, pretende lucir como benefactor.

Los problemas humanos surgidos de la misma maldad de los que han gobernado o incidido en las decisiones claves de aquel país, gravitan en todo su territorio, gozando de la vista gorda y de los oídos sordos, de los que viven en el infierno, pretendiendo vivir en la nobleza.

Ahora que los poderosos de aquel país, tienen todo que perder, entonces urge más una pronta solución a un tema que no se resolverá con el nefasto lema: de matar al pobre para acabar con la pobreza.

Tengo la impresión de que el pueblo haitiano, ha utilizado las mismas bandas como forma de protesta, indicando lo que en otra dimensión habíamos advertido localmente: si se hunde el barco, nos hundimos todos.

Y a veces uno no sabe si la cura será más costosa que la enfermedad, aunque es claro, que la violencia no debe continuar llevándose vidas inocentes, ni destruyendo propiedades, ni ahuyentando de su patria a  sus legítimos dueños.

Los dueños de Haití pasan de 11 millones de habitantes y no son representados dignamente, por los que ostentan una vida de lujos o viven en castillos en Pétion-Ville.

Sabemos que la ruta de éxito que podría conducir al pueblo haitiano a una victoria frente al mundo, no puede ser la ayuda internacional salvadora, mucho menos la invasión extranjera en asuntos domésticos, pero al parecer, una ayuda sincera podría ser necesaria.

Una ayuda, que no implique la imposición de reglas o el uso de más violencia en un pueblo virtualmente devastado.

La devastación de Haití mas grande para su pueblo es la moral y emocional, siendo estas más grandes que la misma devastación material. El no poder soñar y luchar libremente por sus sueños, ha cortado las alas de generaciones, que huyen buscando un mejor destino a cualquier lugar del planeta, casi siempre educándose, creando riquezas en otros pueblos y olvidándose para siempre de su madre patria.

Esta devastación moral y emocional del pueblo haitiano, fruto de una desesperanza aprendida inducida, es lo que invita seriamente a su rescate, pues sin ello, sería imposible lograr una auto resiliencia, tan necesaria y urgente para que pueda ser sostenible cualquier mejora  lograble con la “ayuda internacional”.

Una ayuda, que insisto, debe ser deseada por el pueblo haitiano, no por sus captores para continuar con el derroche de la inconsciencia, mientras el pueblo se hunde en la miseria. Una ayuda, que debe ser totalmente desinteresada desde el punto de vista supranacional, aunque ejemplarizante, para facultar a nuevos líderes, generar nuevas oportunidades para el despegue definitivo del pueblo haitiano.

Haití merece una mejor suerte, una suerte de progreso, de paz, de múltiples oportunidades, pero sobre todo, un espíritu de lucha indetenible para que sus nacionales puedan vivir en un ambiente de desarrollo sostenido en esa media isla del Caribe.

Si los objetivos de toda la parafernalia que se auto alimenta en los medios internacionales y locales, no se suman a este propósito de auto resiliencia doméstica, todos los esfuerzos caerán en saco roto y la única pregunta que quedará siempre pendiente de respuesta seria: ¿y después de las bandas que?

Por: Julián Padilla

 

 

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