La famosa frase “No preguntes qué puede hacer tu país por ti sino que puedes hacer tú por tu país” fue pronunciada por el presidente norteamericano John Kennedy en su discurso de investidura el 20 de enero de 1961, en una convocatoria a la sociedad de su país a que lo acompañara en la lucha que libraba frente a la Unión Soviética como parte de la “guerra fría” que enfrentaba a ambas superpotencias.
Aunque han transcurrido más de 6 décadas desde entonces, en muchos países del mundo aquella frase conserva toda su vigencia, pues llama a las personas a entender que son animales sociales y que la vida de relación los manda a trascender a sus individualidades.
Se trata de un llamado que en el testamento bíblico reza amarás a tu prójimo como a ti mismo y cuya esencia es fuente central de la convivencia que postulan las diferentes religiones y filosofías que orientan e inspiran al hombre.
La frase kennediana tiene tanta vigencia como nunca en el mundo de incertidumbre que vive buena parte de la humanidad, temerosa de que la guerra de Ucrania o un ataque chino a Taiwan desaten los infiernos de la guerra nuclear.
También engendra incertidumbre la demostración que acaba de hacer el COVID 19 de la vulnerabilidad sanitaria, económica y social a que puede someter a los países una pandemia cualquiera.
Un factor nuevo que agrega disrupción a la vida cotidiana de hoy es la masificación del poder de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, llamadas a servir proactivamente a la gente pero que son usadas en muchos casos en las redes sociales como la intrusa de un amarillismo de nuevo cuño que potencia el sensacionalismo de sucesos negativos.
La vigencia de la frase kennediana se impone quizás como nunca porque esos factores obligan a los países y sus pueblos a la cooperación por encima de las diferencias de enfoques e intereses, como parte de una nueva civilidad enfocada en la cooperación.
Tanto en la convivencia entre los países como en la relación de los individuos aquella frase kennediana adquiere hoy tanta vigencia como ayer.
POR NELSON MARTE