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15 de diciembre 2025
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OpiniónPablo ValdezPablo Valdez

Una verdad que frustró nuestra historia

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• Porque la universidad es otra cosa

La academia, como parte de suma importancia para la sociedad dominicana, también sufre los embates de la dicotomía del comportamiento humano. No es ajena al desencanto. Tampoco es indiferente a la contradicción. Lo que ocurre en la historia —con sus luces y sombras— repercute en el pensamiento universitario, en la ética institucional y en la esperanza de los pueblos.

En estos días circula por las páginas sociales una imagen con las fotografías de dirigentes históricos del parnaso político de la izquierda latinoamericana y del mundo, acompañada de una frase lapidaria:

“Los socialistas son un engaño: piensan como Marx, gobiernan como Stalin y viven como Rockefeller. ¡La hipocresía socialista!”

El mensaje, simplificador por naturaleza, tiene la contundencia emocional de lo irónico. Pero también la tragedia de lo verificable. Quienes en el pasado creímos en las luchas legítimas de los pueblos de América —por la emancipación social, económica, cultural y moral, por la igualdad sin discriminación— hoy atravesamos una profunda frustración. No por la utopía en sí, que aún es necesaria, sino por los rostros concretos que la traicionaron.

La historia latinoamericana es rica en gestas revolucionarias. Muchas de ellas surgieron como un grito contra la injusticia, el colonialismo y la pobreza. Pero el drama es que, al consolidarse en el poder, demasiados proyectos emancipadores se convirtieron en la réplica de lo que decían combatir:
• se denunciaron las elites económicas y se formaron nuevas elites endogámicas;
• se proclamó la justicia social
y se instauró la vigilancia ideológica;
• se prometió libertad
y se impuso control;
• se habló de austeridad
y se vivió con privilegios.

De ahí la ironía de la frase: pensar como Marx, gobernar como Stalin, vivir como Rockefeller. No es un juicio histórico absoluto, pero tiene un filo moral que interpela.

Los pueblos se sienten defraudados cuando descubren que la esperanza fue utilizada como vehículo de poder. La frustración no proviene de la utopía, sino de su traición. La verdadera frustración histórica nace cuando la igualdad se convierte en discurso, la justicia en propaganda y la moral en excusa.

Y como toda frustración no es un punto final, sino un llamado.

La universidad —que es otra cosa— tiene la responsabilidad de analizar sin odio, sin pasión partidaria, sin revanchismo. La universidad estudia: no incita. Comprende: no manipula. Educa: no adoctrina.

Por eso, desde el espacio académico, el desencanto no nos vuelve cínicos, sino reflexivos. La crítica se transforma en responsabilidad ética.

Quizá la verdadera tarea pendiente de nuestra historia no sea repetir ideologías, sino superar el ciclo de la hipocresía. Las sociedades necesitan líderes que no confundan el poder con la gloria ni la justicia con la propaganda. Necesitan instituciones que formen ciudadanos libres, no seguidores.

Las utopías no deben ser abolidas; deben ser purificadas.
No se trata de renunciar a la justicia social, sino de exigir coherencia.

Si algo enseña la historia es que las luchas se desdibujan cuando los líderes se enamoran del poder y dejan de escuchar al pueblo. La verdadera emancipación no es solo económica o política; es, sobre todo, moral. Y en esto la universidad tiene una voz insustituible.

Porque la universidad no es propaganda,
ni partido,
ni caudillo.

La universidad es otra cosa.

Es pensamiento crítico, memoria y conciencia.


Por Dr. Pablo Valdez

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