Caminar entre versos ha sido el tránsito obligado de mi vida, pero las huellas que he ido dejando en cada paso, han sido menores que las que he encontrado en mi largos periplos poéticos, porque son más los poemas leídos de otros autores que lo que yo pudiera producir en lo que me resta de vida; y aunque parezca extraño, el disfrute ha sido mayor ya que entre todo lo leído he detectado emociones bien plasmadas, tanto en forma como en fondo, que han logrado conmoverme con tanta firmeza, que en muchas ocasiones me han llevado a reflexionar sobre mis trabajos literarios, pues su enseñanza me ha impregnado de nuevos recursos y nuevas vías para producir; quizás por ello comulgue tanto con el pensamiento del gran genio francés René Descartes, padre de la filosofía moderna de corriente racionalista: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”.
En ese largo trotar entre silencios, tropos, moras, estilos, ritmos, cadencias y otras particularidades, he encontrado verdaderas promesas del decir estético; algunos han sido bisoños discípulos, otros más depurados, los más debidamente consagrados y confieso que de todos he aprendido. Muchos han sido efímeras palomas que satisficieron particulares caprichos y así mismo volaron y no regresaron jamás al huerto de los ensueños; otros continuaron por las sendas del desarrollo, alimentados por el real placer de la lectura, de la producción poética y por el crecimiento espiritual… y estos, lamentablemente, han sido los menos.
Tener la dicha de colaborar con esa minoría tras la conquista de una formación pulcra y satisfactoria, que le permita adentrarse en las madrigueras de la creación poética desde todas las vertientes y formas para formalizar sus producciones con criterio ortodoxo, formal y ético, ha sido mi meta, orientándoles, por demás, que su formación debe cultivar todas las escuelas posibles; recordándoles que la principal herramienta es la chispa creativa que llevan dentro y que el crecimiento está amparado más en la lectura que en la escritura misma.
Por Ramón Saba