• Porque la universidad es otra cosa
«La educación no consiste en llenar un recipiente, sino en encender una llama».
— Plutarco
Cuando un joven entrevistador —que también había sido un destacado líder estudiantil— me preguntó si, en caso de dirigir la Rectoría de la Primada de América, priorizaría la educación a distancia basada en la virtualidad, le respondí sin titubeos que esa metodología de enseñanza llegó para quedarse. Sin embargo, aclaré que debía asumirse como un complemento de la presencialidad, no como su sustituto, y que su eficacia dependía de estrictos controles de calidad que garantizaran el rigor académico que toda universidad debe preservar.
Más que paradójico, parece coincidente con esa visión el reciente pronunciamiento publicado por un diario de circulación nacional, en el cual el pontífice León XIV expresó —citamos—: “Es imperativo que la dignidad humana y el bien común sigan siendo una absoluta prioridad”. La afirmación cobra un valor singular en el contexto educativo actual, donde la tecnología, si bien constituye una herramienta poderosa, no puede desplazar el principio ético y humano que da sentido al conocimiento.
Ciertamente, si no aprovechamos la tecnología que hoy domina los mercados, las familias y las sociedades del mundo, corremos el riesgo de convertirnos en una nación anclada en el pasado, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Pero, del mismo modo, si subordinamos la educación a la lógica del mercado tecnológico, estaríamos comprometiendo la esencia humanista de la universidad, que no debe plegarse a intereses puramente económicos.
La tecnología debe estar al servicio del crecimiento humano, no al revés. Por eso, el desafío de la academia contemporánea consiste en integrar la virtualidad sin perder de vista el encuentro personal, el pensamiento crítico y el diálogo socrático que constituyen el alma del aprendizaje universitario. De lo contrario, la educación se transformará en un proceso técnico, desprovisto de espíritu, y el saber dejará de ser una búsqueda del bien y la verdad para convertirse en una mercancía más del mercado global.
La universidad, en su sentido más noble, no enseña solo a conocer, sino también a convivir, a discernir y a servir. Cuando la tecnología se armoniza con esos fines, entonces la ciencia se humaniza y la educación alcanza su verdadera grandeza.
Por Pablo Valdez
