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27 de diciembre 2025
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OpiniónRolando FernándezRolando Fernández

Una corriente de vida a cambio de otra. ¡Qué tan mal negocio!

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Entre los impulsos de rabietas, con origen en los egos envalentonados de los hombres, se debe crear siempre un espacio de reflexión, previo a cometer cualquier homicidio en contra de algún congénere, por enfadado que se pueda estar; pues, al final de cuenta, viene a ocurrir lo sucedido con el caso: Blas Peralta-Mateo Aquino Febrillet: una vida a cambio de otra. Claro, jamás comparables en esta ocasión, en términos de lauros y aportes a la sociedad nacional.

El homicida de ordinario cambia su vida por la del afectado, cuando la justicia se pronuncia y da ganancia de causa a los familiares deudos, al condenar con una de las penas máximas establecidas por crímenes fehacientes, treinta (30) años de prisión, como rige en Dominicana, amén de las puniciones pecuniarias conexas en favor de los familiares afectados directamente, que también se dispongan, como en esta oportunidad.

Obvio, si la justicia no es ciega de un ojo nada más, como de común es lo que se estila en este país, y que parece ser, ante la presión social que recibiera con relación al evento que nos ocupa, se quedó sin visión en ambos, y dictaminó como procedía hacerlo.

Evidentemente, en el caso Blas Peralta-Mateo Aquino Febrillet, es lo que se ha verificado, tal se intitula: segada la corriente de vida del segundo, y recluido el primero en una cárcel de la nación, por un tiempo que podría representar el resto de sus días existenciales, tomando en consideración la edad cronológica del señor Blas Peralta, y los treinta años de cárcel que le fueron cantados.

Por qué no lo pensaría esta vez, antes de disparar, máximo cuando no se trataba un chofer o camionero, y en cuya oportunidad no se podría jugar con las leyes del país y las autoridades correspondientes; o, recurrir al poder económico disponible para intentar comprar una sentencia que le fuera favorable, ante la imputación de un nuevo crimen.

Habilidad suficiente para hacer negocios, presidir un sindicato de camioneros, y crear un monopolio para cargas locales la tiene ese señor; pero, no para salvaguardar su vida, y revestirla de paz y salud, como de proporcionar el sosiego debido a sus familiares y descendientes directos, que ahora habrán de sufrir bastante con su encarcelación durante tres décadas.

Tampoco ha reparado nunca en respetar el mayor activo de los demás, según ha trascendido: la vida. Se ha creído con derecho a disponer de ella a voluntad, la ajena, con el terrible karma que eso acarrea en el orden espiritual esotérico, amén del castigo mundano inmediato.

¿Y ahora que? ¿De qué le sirve cuánto dinero logró acumular dicho caballero durante sus connotadas andanzas? Otros deben reflexionar sobre ese despreciable comportamiento observado, hoy sancionado severamente. ¡Qué sirva de ejemplo pues!

 

 

 

 

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