Un obelisco erguido y soberbio celebra la efeméride, enclavado con orgullo en el corazón del malecón de Santo Domingo. Ese obelisco, al que se le llama «macho» acaso por figuración fálica, es el testigo a un tiempo mudo y vivo de un tiempo majestuoso y soberbio como el mismo monumento. Esta obra es el festejo máximo de una magnificencia: el cambio de nombre de Santo Domingo a Ciudad Truijllo, ese 11 de enero de 1936. Ochenta y siete años después observo que ese trastorno nominal, ditirámbico y tiránico, entrañaba el trastorno de la historia nuestra: Trujillo y su régimen mandón partieron el acontecer nacional, sembraron el terror e inauguraron la república del dictador. La nación era Trujillo: todo le servía a su férrea voluntad.
Así, el obelisco permanece como un brindis por la fuerza y un culto reluciente a la majestad del gran Jefe. Los adornos pictóricos que lo cubren disimilan apenas el trasfondo histórico que esconde su edificación. Trujillo es el macho alfa del pasado dominicano; al trastornar la ciudad, trastornó su rumbo y le imprimió un viraje maldito. Claro, la maldición dictatorial arrancó con el devastador ciclón de San Zenón, el 3 de septiembre de 1930, unos días después de la conquista espuria del poder. Desde ese momento crítico se asumió la catástrofe como un fenómeno terrible y como la gran oportunidad de sembrar el régimen. La tiranía se montó sobre los escombros del huracán.
La idea encomiástica salió de Mario Fermín Cabral, el acólito ilustre de Santiago. Ese cortesano y servidor fue el autor máximo del cambio de nombre. Trujillo mostró sus fintas, fingió: al principio hizo como que no lo quería, pero su poderoso orgullo de machazo aceptó lo inevitable: la ciudad llevaría su rimbombante nombre.
Otro obelisco, el llamado «hembra», celebra otra majestad, otra hazaña: el saldo total de la deuda externa dominicana, realizado en 1940. Ese monumento es un pájaro con sus alas abiertas al cielo, como esperando una incrustación del otro obelisco, el macho fálico del Jefe que se lo clava a la nación.
Esa pareja de obeliscos son obras pomposas que festejan la magnanimidad del gran patrón nacional. Trujillo sigue vivo: todo lo hizo él, todo lo construyó su caprichosa y férrea voluntad.




