El atentado de que fue víctima ayer el Papa Juan Pablo Segundo ha ocasionado justa consternación universal y refleja la indefensión en que se encuentran hoy todos los hombres, incluso aquellos revestidos de mayor autoridad y resguardo. Entristece y preocupa también que ya ni el mayor líder espiritual del mundo se encuentre a salvo de la acción artera de un fanático de cualquier signo ideológico, religioso o político.
Aunque los pronósticos tras la operación que fue sometido el Papa son alentadores, en el fondo late la angustia de que Su Santidad pudiera no resultar tan afortunado como consecuencia de la acción de una de las balas que lo alcanzaron.
Juan Pablo Segundo ha sido un pontífice simpático y abierto, que ha universalizado el papado, viajando continuamente por todos los continentes, habiendo incluido, en su primer itinerario a la República Dominicana.
Esa circunstancia y la brevedad de su regencia, determinarán que sintamos más de cerca la desgracia del atentado que de súbito lo ha postrado, y que hagamos mayores votos por su rápido y pleno restablecimiento.
Sobre los móviles del agresor, un individuo de antecedentes criminales escapado de la justicia turca, es preferible no adelantar especulaciones. Únicamente expresar la esperanza de que las autoridades italianas puedan dilucidar a fondo el caso y evitar que vuelva a andar libre.
Mientras tanto, hagamos también votos por el futuro de la sociedad humana, que hoy pare tantos hombres desequilibrados y agresivos.
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