Una reflexión para mujeres que ya no creen en cuentos de hadas.
Quisiera en este preciso momento tener las palabras perfectas para ayudarte a sobrecargar de color a tu príncipe azul. Darle ese toque de entusiasmo que le falta a tu fantasía.
Pero resulta difícil, sobre todo para alguien como yo —de convicciones realistas— intentar ponerle alas a las orugas que sientes en el estómago.
Porque, seamos honestas, no todas nacimos con el don del amor… y mucho menos de sus complicaciones.
Así que hazme caso: haz lo que tu instinto te grita o después te vas a arrepentir.
Cada vez que alguien de nuestro entorno inicia una nueva relación, no falta el discurso de: “Estoy viviendo el romance de mi vida.”
Y sí, nos emocionamos también… hasta que semanas después tenemos que cargar con las quejas y, tristemente, con el final de ese supuesto amor épico.
Ser la típica chica que cambia de pareja como de pantaletas no tiene nada de divertido.
No está mal si lo haces porque estás explorándote, descubriéndote, entendiendo el mundo.
El problema empieza cuando ese comportamiento nace del deseo desesperado de encontrar el amor verdadero y la frustración de no lograrlo.
Hay muchas mujeres que, en su búsqueda del famoso príncipe azul, saltan de relación en relación.
Y uno de los principales motivos de estos jumps amorosos es la maldita idealización constante.
Después de los pajaritos en el aire, llega la cruda realidad.
(Spoiler alert: mi niña, ¡él no es perfecto!)
Y pum, se acaba todo.
Vivir comparando al hombre real —que sí tiene sangre en las venas— con el molde sacado de un cuento de hadas es agotador…
y una receta perfecta para el desastre emocional.
Tampoco funciona el disfraz de “yo-puedo-todo-sola” mientras te niegas a compartir tu vida con alguien.
Sí, enamorarse da miedo.
Te hace ver vulnerable, voluble, sin autonomía…
Pero ¿sabes qué? A veces vale la pena. Porque el amor —el de verdad— es ese que te deja cicatrices lindas y recuerdos que te abrigan en los días fríos.
Luego están aquellas mujeres que, cuando encuentran a alguien con potencial, se sabotean.
Le buscan la mínima excusa para no involucrarse y evitan enamorarse como si fuera una enfermedad.
Y, claro, están las otras: las que maquillan a su príncipe desteñido y se lanzan al matrimonio creyendo que, con eso, él mágicamente cambiará.
¡ERROR!
Creer que un hombre será distinto en el matrimonio a como era en el noviazgo es una pérdida de tiempo.
Ese tiempo de novios es precisamente para ver si sí o si no.
Y no me malinterpretes. No estoy en contra del matrimonio.
Estoy en contra de las mujeres que se casan esperando convertir a un tipo común en el cliché de las películas de Disney.
Spoiler 2: no va a pasar.
No puedes ni debes tratar de cambiar a alguien.
El matrimonio no es polvo mágico de hada madrina.
Si esa persona es con quien deseas compartir tu vida, entonces ámalo con sus defectos del mismo modo que amas sus virtudes.
Y si él te ama también, cambiará por sí mismo aquellas cosas que te hacen daño.
Si no es así, mejor sal de ahí mientras estás en la antesala y evita vivir los malos momentos que te esperan en la habitación.
Cada persona enfrenta disyuntivas.
Y todas tenemos la capacidad de elegir:
¿qué quieres?
¿qué mereces?
¿y qué carajos estás esperando?
