Durante estos pocos días que le quedan al año 2025, pienso en una conversación que tuve con un hermano de la iglesia que, además de ser un hombre de fe, es contador de profesión y a quien considero muy instruido. Entre temas cotidianos, hablamos sobre “los tres medios de cambio” que usamos constantemente para avanzar en la vida. No me refiero a monedas ni billetes, sino al tiempo, el dinero y el conocimiento.
En ese momento entendí que, para lograr cualquier meta, ya sea aprender algo nuevo, emprender un proyecto o fortalecer una relación, siempre invertimos alguno de estos tres recursos. A veces lo hacemos de forma deliberada, otras simplemente se nos escapan sin darnos cuenta.
Hay quienes dedican muchas horas a aprender por su cuenta. Otros prefieren pagar por la experiencia de alguien más. También están los que tienen tiempo disponible, pero les cuesta enfocarse. En cualquiera de los casos, alcanzar un objetivo implica un intercambio. Todo cuesta algo.
La película In Time presenta esta idea de forma impactante. En ese mundo ficticio, el tiempo funciona literalmente como dinero. Las personas dejan de envejecer a los 25 años, pero deben ganarse el tiempo para seguir viviendo. Comida, transporte, vivienda, etcétera, todo se paga con minutos o años de vida. Los ricos tienen siglos acumulados, mientras muchos otros viven con el reloj a punto de agotarse.
Aunque es ciencia ficción, el mensaje se siente muy real. El tiempo se agota, y muchas veces lo sacrificamos sin darnos cuenta. En comunicación, esta lógica también aplica. Podemos pasar años aprendiendo por ensayo y error. Podemos invertir dinero para acelerar procesos. O podemos aplicar el conocimiento que ya poseemos para comunicar con intención, construir relaciones sólidas y alcanzar metas concretas.
Estos tres recursos aparecen cada vez que queremos crecer. En lo profesional, cuando el presupuesto es limitado, el tiempo y la creatividad se convierten en aliados. Cuando el tiempo escasea, recurrimos al apoyo de quienes tienen experiencia. Y cuando el conocimiento está presente, se aprovecha para tomar mejores decisiones y evitar pérdidas innecesarias. Esta dinámica también se refleja en nuestra forma de comunicarnos, ya sea en proyectos, relaciones o decisiones importantes.
A medida que cerramos el año, este enfoque cobra más sentido. Es un buen momento para detenernos y revisar con qué contamos realmente. ¿Estoy usando mi tiempo de forma intencional? ¿Estoy invirtiendo en aprender algo que me acerque a mis metas? ¿Estoy aplicando lo que ya sé para avanzar?
No siempre tenemos los tres recursos en equilibrio, pero casi siempre uno de ellos está disponible. Con tiempo, se puede aprender. Con conocimiento, se puede aportar. Con dinero, se pueden activar procesos. Lo importante es reconocer el recurso más accesible en cada etapa y ponerlo al servicio de lo que queremos construir.
Esta reflexión, que nació de una conversación sencilla, se ha convertido en una guía para planificar, priorizar y comunicar con propósito. Porque todo lo que queremos alcanzar comienza por reconocer lo que ya tenemos en las manos.
“Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?”
(Lucas 14:28)
Por Lasey Batista Díaz
