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20 de diciembre 2025
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Tercera palabra: Iglesia enfatiza en inseguridad ciudadana; pide transformar sufrimiento en fuerza

Cabrera Martínez dijo que las promesas de las autoridades suenan a letra muerta y que la justicia ha tomado vacaciones permanentes

Luis Sandy Cabrera Martínez. (Foto: fuente externa).
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EL NUEVO DIARIO, SANTO DOMINGO.- El reverendo y diacono Luis Sandy Cabrera Martínez de la Parroquia Espíritu Santo de Villa Mella, al referirse a la tercera palabra basada en la cita bíblica: » He aquí tu hijo; he aquí a tu madre» (Juan 19:26)», hizo énfasis en la inseguridad ciudadana que arropa a la República Dominicana y llamó a transformar el sufrimiento en fuerza.

Cabrera Martínez en su enunciado durante el sermón de las siete palabras, realizado en la Arquidiócesis de Santo Domingo, expresó que «en el dolor de María se reflejan los sufrimientos más profundos de la humanidad. Las injusticias, pérdidas, traición, impotencia y una fe puesta a prueba es el grito silencioso de una sociedad herida. El dolor de una madre que ve morir a su hijo injustamente es también el reflejo de nuestras comunidades golpeadas por la inseguridad ciudadana».

El reverendo citó el Evangelio de la Vida de San Juan Pablo II, (1995): «Cuando la sociedad tolera que se arrebaten vidas inocentes, pierde su humanidad» y lo que dijo el papa Francisco en la carta Fratelli Tutti, cuando advierte sobre la inseguridad que acrecienta el miedo y se recluye así mismo.

El religioso puntualizó que ese mismo dolor lo experimentamos hoy como sociedad al ver la manera en que la inseguridad ciudadana crece sin control, expandiéndose como una mancha de aceite que contamina cada rincón de nuestra convivencia. El reverendo cree que las calles que antes fueron testigos de juegos infantiles y tertulias vecinales, actualmente son escenarios de terror donde cualquier persona puede convertirse en víctima y dijo que el miedo ha tejido su telaraña en el corazón de nuestras ciudades, paralizando la vida cotidiana y envenenando las relaciones humanas con desconfianza y recelo.

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«Cada noticia de un robo violento, un secuestro o un asesinato nos golpea como un luto colectivo, resonando en nuestros hogares como un eco de angustia compartida. No son simples cifras en un informe policial: Son sueños truncados, futuros robados, familias condenadas a un dolor sin fin. Detrás de cada estadística hay una madre que no podrá volver a abrazar a su hijo, un padre que guardará para siempre la foto de su niño en la cartera, hermanos que crecerán con el vacío irreparable de la ausencia», sostuvo.

Cabrera Martínez mencionó que detrás de cada crimen hay familias destrozadas, madres que lloran y un tejido social que se desmorona. Declaró que la violencia no solo mata personas, sino que también asesina la confianza y la solidaridad; esa red invisible que nos mantenía unidos como comunidad, y planteó que cada acto delictivo es un golpe más al ya debilitado a la humanidad, que sangra por mil heridas abiertas de impunidad y desesperanza.

Planteó que la agonía de un hijo es comparable al miedo de los padres que esperan angustiados el regreso de sus seres queridos, esa angustia que se instala en el pecho cuando el reloj marca la hora de llegada y la puerta no se abre. «Es el tormento de las llamadas que no son respondidas, de los mensajes que quedan en visto, de la imaginación que dibuja los peores escenarios cuando el retraso se prolonga demasiado. Hoy, en nuestro país, ser padre o madre es vivir en un estado constante de alerta, con el corazón encogido cada vez que un hijo sale a la calle», planteó.

El religioso aseguró que la violencia nos ha robado la paz, convirtiendo lo cotidiano—caminar por la calle, tomar un transporte público o simplemente salir de casa—en un acto de valentía y resaltó que ya no somos ciudadanos libres, sino rehenes de nuestra propia ciudad, donde cada trayecto se convierte en una odisea, cada viaje en transporte público un ejercicio de tensión constante y cada salida nocturna una ruleta rusa en que las balas son las probabilidades de ser víctima.

Cabrera Martínez se refirió a las autoridades y dijo que en muchos casos, parecen indiferentes o impotentes, atrapadas en la burocracia o la corrupción que mina cualquier intento de solución real, que sus discursos huecos ya no consuelan y que sus promesas suenan a letra muerta en un país donde la justicia parece haberse tomado vacaciones permanentes. Mientras tanto, la ciudadanía clama por respuestas que nunca llegan, por acciones concretas que devuelvan la tranquilidad perdida.

Juzgó el hecho de que la delincuencia se fortalece, aprovechando la desesperación y la falta de oportunidades que ella misma ha ayudado a crear y la definió como un círculo vicioso donde la pobreza alimenta la criminalidad y esta última profundiza la pobreza. Aseveró que los jóvenes, privados de educación y trabajo digno, encuentran en el delito un atajo peligroso hacia la supervivencia, perpetuando así el ciclo de violencia que devora nuestro futuro.

«Como María al pie de la cruz, la sociedad clama justicia, pero a menudo solo recibe silencio. Nuestros gritos parecen perderse en el vacío, nuestras demandas chocan contra un muro de indiferencia institucional. El dolor colectivo no encuentra consuelo en las estructuras de poder, que parecen más preocupadas por disputas políticas que por proteger a quienes juraron servir», dijo Cabrera Martínez.

Un llamado a transformar el sufrimiento en fuerza

El reverendo dijo que ese es el verdadero desafío: transformar el sufrimiento en fuerza, el miedo en valentía, y la indignación en una voluntad firme de construir, juntos, un futuro más justo, más humano y luminoso. Que no nos venza la desesperanza. Que, como María, sepamos permanecer de pie, con fe y con amor.

Dijo que el desafío radica en transformar este sufrimiento en acción, convertir el dolor en motor de cambio. Porque solo unidos—con políticas efectivas que ataquen las raíces del problema—podremos rescatar nuestra seguridad y dignidad. «Necesitamos estrategias integrales que combatan tanto los síntomas como las causas: educación de calidad que ofrezca alternativas reales, oportunidades laborales que alejen a los jóvenes del crimen, sistemas judiciales eficientes que castiguen a los culpables y protejan a las víctimas», expresó.

El reverendo cree que con educación y oportunidades se podrá romper el círculo vicioso de la violencia y que habrán escuelas que sean faros de esperanza en los barrios más vulnerables, talleres que enseñen oficios y programas sociales que lleguen realmente a quienes más lo necesitan, «porque la seguridad no se construye solo con más policías en las calles, sino con más libros en las manos de nuestros niños, con más herramientas para construir vidas dignas», agregó.

Finalmente Cabrera Martínez dijo que como nación podremos rescatar nuestra seguridad y dignidad cuando entendamos que este es un problema de todos, no solo de las autoridades y que cada ciudadano tiene un papel que jugar: Tomando conciencia de las consecuencias del mal tanto para la propia persona como para la sociedad, trabajando honestamente y aportando al bien común, denunciando la corrupción, participando en las soluciones comunitarias, exigiendo transparencia en el uso de los recursos públicos.