«A medida que corría, oía más cercanos los sonidos de las cornetas y los golpes del tambor: ¡ta-ta-ta, ta-ta-ta, ta-ta-ta…, pom, pom, pom…pocopom! De pronto, desembocó en una pequeña plazoleta llena de gente, que se arremolinaba alrededor de una gran carpa de madera y tela, pintada de mil colores.
-¿Qué es esa carpa? -le preguntó Pinocho a un muchacho del pueblecito.
-Lee el cartel y lo sabrás.
-Lo leería con gusto, pero es el caso que hoy todavía no sé leer.
-¡Valiente burro! Entonces te lo leeré yo. Entérate de que en ese cartel de letras rojas como el fuego, está escrito: Gran Teatro de Títeres«.
(Carlo Collodi (pseudónimo de Carlo Lorenzini): Las aventuras de Pinocho. Historia de un muñeco, capítulo IX)
Miguel Surún Hernández, un extraño y mediocre personaje autoritario, apareció despuntando en el horizonte del colegio de abogados como gris y tragicómico payaso con ínfulas sin base. No era, no fue ni es la primera vez que en dicho horizonte del colegio de abogados se produce algo semejante: ya lo había precedido `su alter ego` Diego José García: ambos cargados de ignorancia y egos inflamados haciéndose pasar por «conductores« (¿?) de abogados. Son pasmosamente parecidos: almas gemelas.
En ambos casos su «conducción« (¿?) y poder a lo interno de dicho colegio de abogados han sido absolutos. Han hecho del colegio de abogados `su republiquita`: `toda una verdadera caricatura de sus ambiciones`.
Su común espíritu bárbaro siempre les haría andar por sus fueros, esto es, sin límites tanto dentro como fuera de «su colegio«: sólo tras sus codicias y apetitos: de ahí la mancuerna y la consiguiente diarquía que conforman para ejercer la gobernanza actual en «su colegio«. El resultado ha sido que la imagen del colegio de abogados ha sido totalmente desgastada por las ambiciones de éstos dos advenedizos inescrupulosos. Un estropicio al que a estas alturas del juego no salva ni el llenarlo ni el rellenarlo de remiendos y zurcidos. Estamos viendo el resquebrajamiento en esa «entidad« (¿?): y ese es el origen de esas grietas, pero también es el origen del descenso de éstos dos personajes a la condición de seres lastrados y rechazados, cargando sus quebrados momentos por trabajar por el vil interés, lo que les ha llevado a que cada paso que dan equivale a remenear sus miasmas.
Sus ambiciones desplegadas desde lo interno de `su republiquita` diárquica sólo proyectan una trama de sombras de la más espesa y espeluznante obscuridad. Son dueños de un tribunal propio: tienen un tribunal de su propiedad con el cual se sirven a sus anchas, pues no hay control sobre ese tribunal propiedad de dichas dos fichas. Se trata literalmente de `un tribunal privado` lo que tienen en su guarida.
El teatro de títeres, el gran teatro de títeres, el teatro de las marionetas que tienen allí proyecta su sombría personalidad para desnudar los abismos de su interior en la deriva de las máscaras de sus componentes: en éstos se proyecta una trama de sombras: la trama de sombras de Miguel Surún Hernández y de Diego José García.
Los integrantes de dicho teatro de títeres no siguen ni el Derecho ni la razón: su papel es simplemente aplaudir el desatino, aplaudir los desafueros de la diarquía Miguel Surún Hernández-Diego José García; …Mucho menos adivinan dichos integrantes las consecuencias a corto plazo, a mediano plazo y a largo plazo de su labor de eco y de estampa sellos del dictum de la voluntad comprometida de dicha diarquía de tan obscura naturaleza. La integración de dicho teatro de títeres se ha hecho con personas de todos los pelajes, los cuales sus poseedores los exhiben perfilados magistralmente dando ello lugar a la caracterización de personajes singularizados por sus rasgos sobresalientes. Así se encuentran allí: Arlequín, Polichinela, el Dr. Merengue (preside), Trucutú, con su truculencia virulenta (primer substituto), Chita, etc.
En fin que el verdadero nombre que debe llevar su salón debería de ser `La Posada del Cangrejo Rojo` por el parecido que tiene con dicha posada tristemente célebre que recoge la literatura italiana.
Allí se monologa, cual eco enfermizo, lo que, a su vez, acuerda-monologa la diarquía Miguel Surún Hernández-Diego José García.
Para que se pueda apreciar `La Tremenda Corte` en cuestión baste con citar los siguientes aspectos de su desempeño: a) En ausencia de abogados de imputados ventilan audiencias sin aplazarlas para que los abogados de dichos imputados estén presentes y en semejante circunstancia un incidente que plantée un co-imputado con representación de abogado dicho tribunal disciplinario lo decide, repetimos, sin la presencia de los abogados faltantes de los otros co-imputados. Tal es el grado de «respeto« (¿?) que le tiene ese tribunal privado de Surún y de Diego José García al constitucional derecho de Defensa. b) Con querellas criminales existentes en su contra lejos de inhibirse o de sobreseer por haber sido recusados lo que hacen es seguir de manera atropelladora conociendo de procesos de los cuales, por la sola existencia de dichas querellas criminales, deben de apartarse.
Tal es el grado de desvergüenza de ese tribunal de Surún y de Diego José García frente al constitucional derecho al juez Imparcial. c) Dictan decisiones carentes de la más elemental motivación, es decir, dictan decisiones carentes de motivos: a esta altura de la Historia jurídica dominicana existe ese espécimen de tribunal, es decir, que se atreve a dictar sentencias sin motivos, esto es, a violar también así el derecho de Defensa. Pero, ¡cuidado, no nos sorprendamos!: son fieras humanas de Surún y de Diego José García y, por ende, capaces, allí, de cualquier cosa desde el acto más despreciable hasta la barbaridad más estrambótica. Son supuestos «guardianes de la Etica« (¡¿?!): cuando son puros sellos gomígrafos de la voluntad y de las negociaciones de Surún y de Diego José García.
Por Lic. Gregory Castellanos Ruano