Históricamente en la República Dominicana ha habido un amplio sector de la vida nacional que ha querido hacer política sólo con el deseo. En esa actitud han obviado siempre observar la realidad o han querido verla como la han querido ver y no como ha sido. En esa confusión se han equivocado reiteradamente y no han podido colocarse en la dimensión que hubiesen podido tener.
Han vivido llenos de prejuicios y eso les ha impedido ser objetivos en sus análisis y en consecuencia, erráticos en sus estrategias políticas. Muchos ni siquiera han sabido aprovechar los espacios que ellos mismos han contribuido a construir. Han separado siempre el país entre buenos y malos, y es obvio que ellos se han colocado en el lado bueno. El malo se lo han dejado a quienes asumen sus adversarios.
El ejercicio de la política ha requerido siempre de ciertas habilidades básicas para tener éxitos, y entre ellas, tener un buen temperamento. Pero, sobre todo, un apego entrañable al objetivo que significa alcanzar el poder político. Esas virtudes por lo regular descansan más en la inteligencia emocional que en la académica, y cuando ambas coinciden el potencial resulta incuestionable.




