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8 de mayo 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Sociedad castrada

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Somos una sociedad neo-nata,  castrada por la violencia institucional, la falta de crecimiento y de oportunidades, y el reflejo bestial de la ley del más fuerte. No es ni siquiera la proclama de que se salve el que pueda, sino que se vayan todos al infierno y los que pocos que tienen peso y abolengo que sigan  siendo los jefes.

Es  un círculo cerrado donde el más vocinglero y de pelo en pecho sigue siendo el rey, como dice un corrido mexicano. Sin embargo, las sociedades modernas no se rigen ni por el sable ni por la labia mal diluida, sino por la concertación y estricto apego al derecho ajeno.

Don Benito Juárez dijo una de las grandes frases lapidarias de la humanidad: El respeto al derecho ajeno es la paz. Aquí hay paz, pero a diario se vive atropellando los derechos de los que no tienen voz: si hacemos revisión podríamos estar viviendo en el país de los mudos.

Es una sociedad todavía en estado embrionario, prácticamente  sin salir de la nada. No hay ninguna institución que en verdad funcione. Más bien son instituciones públicas y privadas para que el dominador de una poltrona gane su cheque mensual.

Un país para desarrollarse necesita más que políticos oportunistas, y comerciantes buscando ventajas. Don Benito lo dijo: no puede haber paz, cuando se irrespeta el derecho ajeno. Ese derecho conculcado tiene múltiples manifestaciones, pero la intranquilidad social es el más peligroso.

En un mes de abril, con años y circunstancias diferentes, los dominicanos experimentaron una revolución y una poblada. Corrió la sangre y muchos bajaron para no volver a siete pies bajo  la tierra. Se violaron los derechos individuales y colectivos del otro, de los demás.

Hoy el camino debe ser el de la concertación. Llegar a acuerdos  para que haya un mejor desarrollo de vida de todos los dominicanos. La pobreza extrema de la mayoría, solidifica las fortunas de los pocos. Por eso se ha levantado la tesis del capitalismo de rostro humano.

Por encima de la delincuencia, está la miseria. Por encima de esa violencia de pandillas, está la exclusión social. Si enfrentamos la pobreza y la exclusión, descenderán los índices de violencia. La  punta de lanza del crimen son los pies descalzos de los barrios. Mejorar su nivel de vida, es sacarlos de la delincuencia.

El país tiene que vivir un  verdadero desarrollo. Las estadísticas son ciegas y atormentadoras. Cierto es que la economía dominicana va creciendo, va en aumento, pero también se multiplican los pobres en extremo, los campesinos  sin conucos para doblar el espinazo, las mujeres sin encontrar casas de familia que las empleen, y los hombres sin chiripeo.

La deserción escolar y los embarazos de adolescente, cierran el círculo de la miseria. Lo pone en cadenas de las cuales es difícil soltarse y escapar. En la senda  de la delincuencia solo hay dos caminos: la cárcel o la muerte. Para pensar en salvar la sociedad, tenemos que elevar los niveles de vida de los más pobres, de aquellos a los que nadie les respeta sus derechos. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

Por Manuel Hernández Villeta

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