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27 de diciembre 2025
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OpiniónAnn SantiagoAnn Santiago

Seis de cada diez

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Las llaman cárceles, pero en realidad son jaulas. Jaulas llenas de hombres que ya no saben si son culpables o inocentes, porque lo único que cargan es la condena del olvido.

Más del 60 % de los que están presos nunca han escuchado una sentencia. Seis de cada diez viven esperando un juicio que nunca llega. Y mientras esperan, se mueren un poco cada día. No de balas, sino de hambre, de fiebre, de desesperanza.

Las cárceles dominicanas no son lugares para ‘rehabilitar’. Son lugares donde se aprende a odiar. Donde el que entró por robarse un celular sale convertido en un monstruo porque allí dentro no hay luz, solo violencia administrada por el propio Estado.

Pero aquí afuera nos encanta repetir que ‘la justicia está trabajando’. Y sí, está trabajando… pero contra los pobres. Porque la cárcel dominicana no mide delitos, mide bolsillos. El que tiene dinero paga un abogado, paga una fianza, paga un juez. El que no, se queda pudriéndose en una celda hecha para 20, donde meten a 80.

Lo peor es que lo sabemos. Lo vemos en las noticias, en los reportajes que pasan una vez y después olvidamos. Y nos quedamos callados porque, en el fondo, nos convencemos de que ‘se lo buscaron’. Pero si la justicia realmente funcionara, el que roba millones con corbata estaría preso también, no solo el que roba un motor.

La cárcel es el espejo del país. Y cuando la miramos, lo que vemos no es justicia, sino desigualdad pintada de legalidad. Lo que vemos es al Estado matando en silencio, con hambre, con negligencia, con indiferencia.

Y la pregunta no es cuántas cárceles más vamos a construir, sino cuántas vidas más vamos a dejar pudrirse allí antes de aceptar que nuestro sistema penitenciario no corrige: destruye.

Por Ann Santiago

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