Hace unos días la ciudad de Santo Domingo cumplió un aniversario más de su fundación. Esta urbe fue establecida en la margen oriental del rio Ozama durante los finales del Siglo Quince, y trasladada a la margen occidental a principios del Siglo Dieciséis. Los historiadores barajan diferentes hipótesis sobre su constitución. Fue en nuestras tierras que se inició todo un proyecto de conquista y colonización, expoliación, pillaje, ultraje e injusticias, principalmente contra los indígenas, que sirvieron de catapulta al naciente capitalismo europeo.
Santo Domingo fue la primera ciudad del Nuevo Mundo, y en estas tierras se instalaron la primera catedral, el primer hospital, como lo fue el San Nicolás de Bari, la primera calle, la calle Las Damas, la primera fortaleza militar, la Ozama, la primera casa dinástica, el Alcázar de Colón, la primera universidad, la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y el primer grito en contra de las injusticias, como lo representó el sermón de Montesinos.
Sin embargo, el proceso político, económico y social transitado por la que es llamada la Primada de América ha sido tortuoso y deformante. Luego de la muerte del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina, sátrapa que sentó las bases del capitalismo dominicano, Santo Domingo inició el camino hacia la decadencia como intersticio urbano, acentuándose la arrabalización que la ha llevado al envilecimiento y el caos. El resultado de muchos años de abandono de La Capital ha tenido como fruto una ciudad con una pizca mínima de esplendor, sumado a una enorme marginalidad que le ha puesto en jaque su belleza y seguridad.
Luego de desaparecida la dictadura trujillista, las migraciones campo-ciudad crearon dos polos totalmente opuestos el uno con el otro. Siempre pongo de ejemplo la gran novela de Pedro Vergés, Sólo Cenizas hallarás, en donde después de muerto Trujillo, la capital experimenta una sensación de indefinición política, que se manifiesta en lo urbano. El que fuera un excelente momento para un proyecto societal de desarrollo y progreso del país, como lo fue la muerte de Trujillo, se convirtió en la “oportunidad de oro” de la oligarquía dominicana para apropiarse de los bienes e inmuebles dejados por la tiranía.
El tortuoso camino de nuestras relaciones económicas y sociales post trujillista dio como resultado absurdas zonas urbanas. Como ejemplo de esto tenemos que en el exclusivo y clasemedista sector de Los Prados, se fortalece a su lado el marginado y trabajador sector de Los Praditos. Al poderoso sector de El Millón le cohabita El Milloncito.
La ciudad está llena de la dicotomía urbana, y de ahí que al paradisíaco y exclusivo sector de Arroyo Hondo, se le clava en sus entrañas La Puya de Cristo Rey. Pero igualmente el residencial Loyola tiene a su hermano pobre en la barriada llamada Loyolita. Y es que pobreza y riqueza forman una unidad dialéctica tan visible en nuestras áreas urbanas que en los residenciales sectores de Los Restauradores convive el marginal sector de La Chorrera de Manganagua. Igualmente al multifamiliar sector de Las Caobas, creado por el gobierno de los Doce Años del doctor Balaguer, se le creó eufemísticamente su par en Las Caobitas.
A eso hay que agregar que los constantes desalojos de zonas urbanas para dar paso a complejos habitaciones también han sido creadores de marginalidad, como es el caso de Los Alcarrizos, poblado que se fue conformando a raíz de los desahucios realizados durante los gobierno Balaguer, convirtiéndose esa demarcación geográfica en el territorio receptáculo de muchas familias desalojadas de otros predios urbanos. Hoy Los Alcarrizos es una inmensa madeja humana, que por su vasto territorio se hace casi imposible la solución de sus más acuciantes problemas. Esta laboriosa comunidad en las afueras de la ciudad a alberga más personas que muchas provincias del país.
Uno de los detonantes del incremento de las barriadas marginadas en todo el perímetro urbano nacional lo fue la incapacidad de la industria dominicana en absorber la mano de obra que provenía de las zonas rurales. Mucha gente que huía a la pobreza y al abandono del campo dominicano, se refugió en los centros urbanos, principalmente en La Capital, generando todo un amasijo de pauperización y exclusión, perpetrador de olvidados conglomerados humanos que hipertrofiaron y degradaron a esta ciudad.
El capitalismo vernáculo conformó nuevas barriadas capitaleñas, las cuales adolecieron desde sus inicios de los principales servicios, como son agua potable, energía eléctrica, sistemas de aguas servidas, recogida de basuras, educación, etc., generando un cuadro humano de amontonamiento e insalubridad, acordonando a miles de personas a una vida infrahumana, y convirtiendo en calvario sus inhumanas existencias. A las inmundas formas de subsistencia en que viven millones de dominicanos y dominicanas se le adhieren la conformación de una ideología o subcultura de la sobrevivencia que desplazó a la tradicional ideología de la clase media, consistente en el ahorro, el estudio, etc., instaurándose un sistema de valores que no ve el futuro como su aliado, siendo presa del inmediatismo y las vías no institucionales para el ascenso social y el progreso, que a la postre solo generan violencia y delincuencia.
A la gris realidad de miles de dominicanos y dominicanas que sobreviven en inhóspitas condiciones infrahumanas, viene a sumársele la invasión pacífica haitiana, devaluándole su oferta de trabajo como mano de obra y creándole más problemas de hacinamiento y exclusión en perjuicio de sus propias vidas. Ahí está como verbigracia toda la parte que rodea a la avenida de Los Mártires en Cristo Rey, en donde la ciudadanía dominicana de esa barriada coexiste con una parte de la ciudadanía haitiana en precarias condiciones. Pero también sólo hay que pasar por la intersección de las calles París y avenida 27 de Febrero para ser testigo del más acrisolado pandemonio urbano, que por su impacto en el medio ambiente, la salud y el respeto a la convivencia humana, nos remite a ciudades africanas en donde el caos y la triquiñuela son el pan nuestro de cada día.
La realidad en que se han desenvuelto las zonas rurales por decenios hace que programas como Las Visitas Sorpresas que ejecuta el presidente Danilo Medina siempre deban ser apoyados por toda la ciudadanía, pues por lo tantos años de desolación en que ha vivido el campo dominicano, se merece que un mandatario acuda en auxilio de ese sector vilmente vilipendiado. Las Visitas Sorpresas tienen como uno de sus resultados la detención de las migraciones campo-ciudad que tantos estragos han causado a los entornos urbanos que no tienen las herramientas para dar acogida a personas desplazadas de nuestras campiñas, merecedoras de un mejor destino.
A sus más de 500 años de fundada, la ciudad de Santo Domingo se aleja de ser una urbe cosmopolita, segura, dinámica y habitable, en donde las personas disfruten de su hábitat mancomunadamente. La que ha podido ser una metrópolis capaz de darle cabida al turismo urbano, en donde no haya basura en sus calles, sin cañadas ni aguas negras, con los ríos Ozama e Isabela como afluentes acuíferos cardinales, con un sistema de tránsito que no ponga en peligro a la ciudadanía, sin contaminación y otros lastres que obstaculizan la organización del espacio urbano, lamentablemente hoy día parece camino al abandono y al anquilosamiento, para desgracia de la gente que vive en ella.
Por Elvis Valoy




