En temporadas de alto consumo —festividades, fines de año, celebraciones colectivas— la generación de residuos sólidos se incrementa de manera significativa en nuestros municipios. Las calles lo evidencian, los contenedores colapsan y los sistemas de recolección operan al límite. Sin embargo, hay una realidad que sigue quedando fuera del debate público: las condiciones en las que trabajan los recolectores de residuos urbanos.
La gestión de los desechos no es solo un tema de limpieza; es un asunto de salud pública, ordenamiento urbano y dignidad laboral. Aun así, en muchos municipios del país, quienes realizan la recolección lo hacen sin equipos de protección adecuados, sin uniformes, sin mascarillas, sin guantes y, en ocasiones, sin una supervisión técnica que garantice prácticas seguras. Manipulan residuos peligrosos, restos orgánicos en descomposición e incluso cadáveres de animales, exponiendo su salud y la de toda la comunidad.
Esta precariedad no puede seguir descansando en la “buena voluntad” de los ciudadanos ni en el intercambio informal de propinas. La propina es un gesto individual, voluntario y circunstancial; la protección laboral es una obligación del Estado y de los gobiernos locales. Confundir ambas cosas perpetúa la informalidad y desvía la atención del verdadero responsable: la política pública municipal.
Los ayuntamientos tienen el deber de fortalecer los sistemas de gestión integral de residuos sólidos: dotar al personal de recolección de equipos de protección personal, establecer protocolos sanitarios claros, garantizar salarios dignos, supervisión continua y campañas de educación ciudadana sobre el manejo adecuado de los desechos. Asimismo, es urgente revisar los contratos de tercerización, cuando existen, para asegurar que cumplan estándares mínimos de seguridad y derechos laborales.
En contextos de alta generación de basura, como el que vivimos actualmente, también se hace imprescindible una comunicación municipal clara con las comunidades. El respeto mutuo, la organización y el cumplimiento de horarios y normas reducen tensiones innecesarias y mejoran el servicio para todos.
Una ciudad limpia no se construye solo con camiones y fundas negras. Se construye con instituciones responsables, trabajadores protegidos y ciudadanos conscientes. Mientras no asumamos la gestión de residuos como una política pública integral y no como un simple problema operativo, seguiremos acumulando basura… y deudas sociales.
Porque al final, la forma en que un municipio gestiona sus residuos refleja el valor que le otorga a la vida, la salud y la dignidad humana.
POR AMERFI CÁCERES
