Durante años, la diplomacia dominicana fue utilizada como método de compensación política interna. Introduciendo en esta personal que, aunque en su mayoría con alto nivel de preparación profesional, más bien correspondían a una coyuntura específica para satisfacer acuerdos, que a la propia concentración de esfuerzos por establecer un servicio diplomático funcional. Algunos historiadores han acuñado el término “cuota de la burguesía” para hacer referencia a lo que representaba pertenecer al Ministerio de Relaciones Exteriores. Otros, tal vez menos sutiles, catalogaban a la casa de la diplomacia como el “botín político”.
En 2016, surge la Ley Orgánica 630-16 sobre el MIREX. Con el objetivo de transformar administrativamente dicha institución y, por supuesto, crear un servicio diplomático a la altura del contexto de la globalización vigente. Para así, atender las nuevas prioridades del Estado dominicano en el campo de las relaciones internacionales, la defensa integral de los valores democráticos y soberanía de República Dominicana. Sin embargo, permaneció consistentemente la práctica de ingresar en el servicio exterior las cuotas que obedecían a coyunturas particulares del momento.
Indudablemente, muchos de los que fueron agraciados se ganaron un espacio. Se formaron intelectual y académicamente. Desarrollaron habilidades sociales y vínculos directos con altas esferas en los países a los que fueron destinados con el fin de realizar su trabajo con el mayor decoro en beneficio de su país y atendiendo las necesidades que exigían las autoridades de entonces. Pero, no corrió la misma suerte para gran parte de los favorecidos en tales designaciones.
Muchos se aferraron a sus funciones como resultado de un largo tiempo establecidos en el servicio exterior. Por tanto, desconocían inclusive los procesos normativos que obligan a la institución a rotar, trasladar y retornar a la sede su personal diplomático. Esto, como consecuencia de inamovilidad o, la costumbre de mantenerse estático con un estilo de vida con relativo bienestar garantizado.
En algunos casos, debido al tiempo alejado de las labores administrativas o sustantivas cotidianas de la Canallería o, simplemente del día a día nacional, surgió una estela de desconexión por parte del personal enraizado en el exterior. Y esto, por supuesto, generó un aspecto inobservado por la Ley: el proceso de ejecución de la rotación y alternancia en condiciones adecuadas o similares a la ostentadas en aquellos puestos y la cualificación de tales colaboradores.
No obstante, la gestión actual se ha dado la tarea de reorganizar interna y externamente el Ministerio de Relaciones Exteriores. En franco lineamiento a lo que estipula la ley.
Emprendiendo un esfuerzo significativo primero por cumplir lo que la ley expresa sobre los principios de rotación y alternancia. Y segundo, especialmente, por asegurar la dignificación de aquellos que retornan a la Sede del Ministerio a los fines que puedan gozar de un clima laboral justo y calidad de vida razonable.
El retorno luego de muchos años es difícil. Porque ha habido una evolución fordista no solamente de la institución sino, además, del propio país en materia política, económica, comercial y social. Y esto supone la necesidad de adaptarse a la nueva modalidad de forma humilde, paciente y comprensiva.
Naturalmente, retornar a la sede tiene aspectos altamente positivos. Como, por ejemplo, el intercambio de experiencias, conocimientos y contactos que pueden ser útiles para el desenvolvimiento óptimo de las responsabilidades actuales. Pero también, el aprendizaje de la renovada conducción de la diplomacia dominicana.
En definitiva, lo complejo del servicio diplomático no es la movilidad de destinos o retorno a sede en el tiempo propicio sino, realmente, mantenerse actualizado de las transformaciones internas del Estado dominicano mientras se ejerce el trabajo en el exterior. Esto, para que no sea amarga la escisión fruto del traslado o regreso de las funciones diplomáticas.
Por Nelson J. Medina
