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30 de diciembre 2025
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OpiniónLuis Alberto PelaezLuis Alberto Pelaez

Repensando las juventudes: Nuevos valores, nuevos desafíos

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En República Dominicana, hablar de juventud se ha vuelto una frase de compromiso. Todo el mundo dice que “los jóvenes son el futuro”, pero casi nadie está dispuesto a cederles el presente. Se les convoca para llenar actos, mover banderas y defender causas ajenas, pero cuando llega la hora de decidir, la política vuelve a cerrarse sobre los mismos de siempre. Y luego, con total ligereza, se acusa a la juventud de apatía. No es apatía. Es lo que pasa cuando te llaman solo para trabajar y nunca para decidir.

Esta generación no es indiferente; es incrédula. Y tiene motivos de sobra.

Los partidos llevan años hablando de renovación, pero cuando llega el momento de abrir una brecha real, aparece la misma pared de siempre: los mismos nombres, las mismas sillas ocupadas por décadas, la misma lógica donde los jóvenes son vistos como fuerza de trabajo, no como relevo. Y aquí hay una responsabilidad que no se puede esquivar: la dirigencia adulta que no abre espacio no solo frena a la juventud, frena al país. Esa cultura les queda pequeña. Ellos no quieren ser seguidores eternos ni trofeos de campaña. Quieren una oportunidad real.

Los jóvenes de hoy no venden su tiempo por un discurso largo ni por una foto en redes. Ellos buscan coherencia, causas que valgan la pena, espacios donde su voz tenga peso. No exigen privilegios. Exigen respeto. Y saben perfectamente cuándo un partido solo los usa, cuando los toma en serio y cuando simplemente quiere rellenar un programa.

Mientras los partidos sigan creyendo que resuelven todo con una actividad juvenil al año o con un curso lleno de frases bonitas, seguirán perdiendo a la generación más despierta, más crítica y más creativa que este país ha tenido en años.

La juventud no está lejos de la política. Está lejos de la política como se practica aquí. Les hablan de esperar su momento, pero su realidad les dice que nada garantiza que ese momento llegue. Ven estructuras cerradas, decisiones predefinidas y oportunidades que siempre terminan en manos de los mismos. ¿Cómo se motiva a un joven bajo esas reglas? ¿Cómo se convence a alguien de apostar a un sistema que no cree en él?

Un joven de barrio que milita años, llena actividades, se forma, pero cuando llega la hora de elegir candidatos, ni siquiera lo consideran.

A esto se suma un desafío nuevo que casi nadie quiere mencionar. Hoy la juventud dominicana está atrapada entre dos presiones: la necesidad de sobrevivir y la necesidad de participar. Muchos jóvenes quieren involucrarse en política, tienen ideas, propuestas, energía, pero el costo de participar se ha vuelto tan alto que terminan desistiendo.

La política demanda tiempo, dinero, exposición, sacrificio, y mientras tanto ellos están resolviendo el día a día, buscando empleo, estudiando, emprendiendo, sobreviviendo en un país donde todo sube menos el salario. La política les exige entrega total, pero no les ofrece las condiciones mínimas para sostenerla. Y esa contradicción los frena. Ese es el verdadero desafío: cómo participar en un sistema que te pide más de lo que te permite dar.

Muchos no se quedan fuera por falta de ideas, sino por miedo a pagar un precio personal en un país donde pensar distinto todavía pasa factura.

Por eso muchos dejaron de tocar puertas. Optaron por construir las suyas: plataformas digitales, proyectos barriales, colectivos ciudadanos, liderazgo social sin pedir permiso. Y ahí sí encuentran algo que dentro de los partidos escasea: valoración. En esos espacios nadie los trata como menores de edad políticos.

Los partidos que más hablan de juventud son los que menos la escuchan. Y la desconexión ya no es teórica; es visible. Se siente en los barrios, en las universidades, en la calle. El sistema político sigue girando con los mismos códigos, pero la juventud ya se movió hacia otros valores: transparencia, dignidad, movilidad, impacto concreto.

Repensar la juventud no es un capricho teórico. Es una urgencia de supervivencia política. El que no lo entienda ahora, lo va a entender más tarde, cuando sea demasiado tarde.

La juventud quiere espacios reales, formación seria, competencia justa y resultados visibles. No están pidiendo privilegios. Están pidiendo justicia. Y cuando una generación pide justicia, o se le atiende o se organiza sola.

La juventud dominicana no está perdida. Lo que está perdido es el sistema que insiste en ignorarla. Si los partidos quieren tener futuro, van a tener que dejar de repetir discursos viejos y empezar a escuchar a una generación que no quiere ser acompañamiento. Quiere ser protagonista.

La verdad es sencilla. La juventud no está esperando un milagro ni una invitación elegante. Está mirando, calculando y decidiendo si vale la pena apostar por un sistema que casi nunca la ha tomado en serio. Pero esa calma engaña. Cuando una generación se siente arrinconada, no se queda ahí. Busca su propio camino. Y ahí es donde la política tradicional empieza a temblar.

Los jóvenes no van a tocar puertas eternamente, y mucho menos puertas que nadie piensa abrirles. Cuando entiendan que tienen fuerza de sobra para empujar, lo van a hacer sin pedir permiso. Y ese movimiento, cuando arranque, no tendrá retorno. Los que hoy creen que la juventud es solo un público al que se motiva en campaña van a descubrir que estaban frente a un actor político completo, listo para cambiar el tablero.

Eso es lo que viene. No ruido. No poses. Un giro real, nacido de una generación que se cansó de esperar turno y decidió hacerse cargo de su propio país.

El reto no es convencer a la juventud de creer en la política, sino lograr que la política esté a la altura de una juventud que ya cambió.

Una política con juventud adentro no sería perfecta, pero sería más honesta, más cercana y menos desconectada de la vida real.

Y aquí vale una exhortación necesaria. La energía de la juventud puede cambiar calles, barrios y conversaciones, pero los cambios profundos, los que transforman instituciones, presupuestos y oportunidades, se hacen desde la política y los partidos. Por eso, aunque el sistema sea frustrante y aunque muchos espacios estén cerrados, abandonar la política no es opción. Si los jóvenes no entran, otros deciden por ellos. Y cuando otros deciden, rara vez lo hacen pensando en la juventud.

Participar no es un favor que la juventud le hace a la política. Es la única forma de garantizar que el país que viene no se parezca al que tanto los ha cansado. Y el llamado no es a que se adapten al sistema tal cual existe hoy, sino a que entren para cambiarlo de raíz.

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