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23 de diciembre 2025
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OpiniónMiguel ColladoMiguel Collado

Reflexionando en Navidad: La eterna lucha entre el bien y el mal

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In memoriam a un gran hombre: 

Eduardo Peña Palmer

 

No hay peor mal que la guerra 

ni acto de mayor crueldad 

que los crímenes que en ella 

comete el hombre.

 

Sobre la histórica lucha entre el bien y el mal protagonizada por el hombre contra sí mismo —como un fenómeno cuyo origen se encuentra en la misma condición humana—, dialogamos hace algo más de cincuenta con quien, al transcurrir el tiempo, habría de ser el padrino de mi hija. Fue un gran hombre, con ideas luminosas y una visión tan lúcida sobre la vida, sobre el devenir histórico de la humanidad, que conquistó mi respeto y mi admiración. Rondaba yo los dieciocho o diecinueve años de edad y leía en esos días La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca. 

Eduardo Peña palmer ya era un adulto mayor. «Miguel, la lucha entre el bien y el mal siempre ha existido, desde la aparición del hombre en la Tierra; solo que el mal siempre le ha llevado algunos cuerpos de ventaja al bien», fue el modo aforístico con que inició el diálogo, con ese hablar pausado y de tono bajo con que solía exponer sus ideas, sus juicios atravesados de una sabiduría que no provenía solo de los libros leídos por él, que fueron incontables, sino de una vida profundamente asimilada en toda su dimensión.

Hoy, habiendo dejado muy atrás en el tiempo esos años finales de mi adolescencia, he reflexionado profundamente en torno a esa lucha, que continúa siendo un tema de descomunal actualidad y esencialmente humano. Nunca la he entendido como una lucha librada entre los hombres bajo influencia divina alguna ni de determinado dogma religioso, sino como la tensión natural e interna de la condición humana: los conflictos de intereses materiales, políticos y la progresiva involución ético-moral. Es universal, atemporal y, algo peor, ¡cruel!

Los desastres de la guerra, por Francisco de Goya (1746-1828)

No he sido yo el primero en detenerme a pensar en esa eterna lucha entre el bien y el mal. Jamás osaría esgrimir tamaño acto de vanidad, pues desde la más lejana antigüedad la misma ha sido motivo de preocupación profunda de sabios y pensadores a través de la historia humana en todos los hemisferios del planeta, especialmente en los hemisferios oriental y occidental. Platón, Aristóteles, Immanuel Kant, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Michel de Montaigne, José Ortega y Gasset, Albert Camus y Eugenio María de Hostos son algunos nombres que visitan mi memoria a modo de ejemplo. Todos ellos, cada cual a su modo, alcanzaron a ver el conflicto entre el bien y el mal como un fenómeno humano que surge, paradójicamente, de la libertad, de la fragilidad y de las decisiones humanas. En Hostos, por decir algo, el bien no es un tema accesorio, sino el eje moral de todo su pensamiento; pensaba el bien fuera del dogma religioso —es decir, no procede ni de la fe ni del temor al castigo divino—, sino como exigencia racional y humana: ¡terrestre!

Mientras el mal corre, el bien camina. Sobre todo, cuando nada hacen los buenos, sumiéndose en la desidia, momento en el cual los malos se fortalecen y despliegan sus malignas acciones. Y es que ejercer el bien como modo de vida implica sacrificio, mientras que practicar el mal como conducta puede generar más placer que restricciones. Sí, el bien cuesta, exige renuncia; mientras que el mal, que se toma licencias, suele ser gratificante para el malvado, aunque sus consecuencias, por lo regular, son desastrosas: casi siempre el mal arrastra su castigo.

En mi libro La mentira es una telaraña: reflexiones y pensamientos me refiero al bien así: «Emprender el camino que conduce hacia el bien es sencillo; lo difícil es llegar donde está él». Y acerca del mal digo: «Todas las cosas malas que haces en la vida tienen, de algún modo, un efecto de bumerán». ¿Qué he querido decir? Esto: la vida devuelve, la conducta deja huella; el daño tiende a regresar transformado. Y digo más: el bien no se define por la intención inicial, sino por la perseverancia. Existe una contundente realidad existencial: comenzar es fácil —decidir, prometer o entusiasmarse, incluso—, pero lo difícil es sostener la decisión tomada, resistir las tentaciones del mal que nos acecha y asumir el sacrificio que el ejercicio del bien exige.

Esa lucha entre el bien y el mal ha tenido matices muy distintos en cada etapa de la evolución humana: desde la prehistoria con la esclavitud a cuestas —atravesando las antiguas guerras de exterminio, la devastadora conquista del Nuevo Mundo, las dos grandes guerras mundiales con sus holocaustos y las sanguinarias dictaduras latinoamericanas hasta la aparición de la inteligencia artificial. ¿Qué es el bien y qué es el mal? ¿Acaso lo que es malo para unos no lo es para otros? ¿Podría llegar a tener rostro de bondad la maldad ante los ojos ignorantes o ingenuos del bueno? Cada una de estas preguntas podría dar título a una reflexión autónoma, pero todas nos conducen al mismo sendero: la inquietud permanente ante esas dos fuerzas que han acompañado siempre al hombre en su evolucióny también en su involución constante. Esta reflexión no basta para agotarlas ni pretende hacerlo. Pero sí me atrevo a afirmar lo siguiente: no hay peor mal que la guerra ni acto de mayor crueldad que los crímenes que en ella comete el hombre.

Finalmente, se me ocurre lanzar al aire una pregunta que viene a ser como un verdadero desafío para aquel que en algún momento haya sentido la curiosidad por saber cuál será el destino final del hombre: ¿alcanzará la humanidad, en lo que resta de este siglo XXI cuya cuarta parte se aproxima a su final, un estado de armonía en el que esa lucha vea reducida su intensidad ante la posibilidad de una urgente confraternidad que garantice el no retorno de la humanidad a su etapa prehistórica originaria? Albergo la esperanza de que la inteligencia natural del hombre evolucionará a la par de la evolución del sentido común que lo lleve a comprender la urgente necesidad de llegar a ese estado de armonía, porque de lo contrario quizá lo que tanto hemos visto en el cine de ciencia ficción podría convertirse en una horrible y muy real pesadilla: otros vendrían a habitar la Tierra.


Por Miguel Collado*

*Es el autor de los libros La mentira es una telaraña: reflexiones y pensamientos (2012), El placer de lo breve: reflexiones y aforismos (2020) y El Maestro de Yarkara reflexionando en la montaña (inédito).

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