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28 de diciembre 2025
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OpiniónAmérica PérezAmérica Pérez

¿Quién soy yo para juzgarla?

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El mundo llora la partida de un hombre que más que Papa, fue pastor, hermano y conciencia viva de una Iglesia que necesitaba sacudirse el polvo de los siglos. Francisco no fue solo el primer pontífice latinoamericano, ni el primer jesuita en ocupar la silla de Pedro; fue el Papa que se atrevió a ser humano, a mostrarse débil, empático, libre de la rigidez de los protocolos cuando lo consideró necesario.

Desde su elección en 2013 lo recordamos como si fuese hoy mismo, Jorge Mario Bergoglio decidió no habitar el palacio apostólico, renunciando al lujo innecesario como un primer gesto de lo que sería su pontificado: uno cercano, reformador y profundamente pastoral. Reformó la estructura de la Curia, puso en marcha procesos de transparencia financiera en el Vaticano y, más importante aún, abrió las puertas de la Iglesia a los que por siglos se sintieron excluidos.

Uno de sus gestos más revolucionarios fue su manera de abordar temas controversiales como la homosexualidad. En lugar de condenas, Francisco habló con humanidad. “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”, fue su frase más poderosa, que cambió el tono del discurso eclesiástico sin modificar su doctrina, pero sí su enfoque pastoral.

El mundo ha sentido su muerte como se siente la pérdida de un líder moral, aunque no se profese la fe católica. Y es que su presencia trascendió las fronteras religiosas. Francisco fue un hombre que habló al alma del mundo, llamando a la solidaridad, al cuidado de la creación, al respeto por los migrantes y a la compasión con los más vulnerables.

La Iglesia Católica, a través del Vaticano, posee una estructura diplomática única en el mundo: es al mismo tiempo una institución religiosa y un Estado soberano, reconocido por la comunidad internacional como la Santa Sede.

Esta condición especial le permite al Papa ejercer una influencia significativa en asuntos globales, actuando como un líder moral y jefe de Estado. El Vaticano mantiene relaciones diplomáticas con más de 180 países y participa en organismos internacionales como observador permanente, promoviendo el diálogo, la paz, los derechos humanos y el desarme.

El Papa no solo guía espiritualmente a más de mil millones de católicos, sino que su palabra tiene peso en los foros internacionales, marcando posiciones frente a conflictos armados, crisis humanitarias y desafíos globales como el cambio climático y la migración. En la semana de la tragedia de Jet Set leímos con amor sus condolencias al pueblo dominicano, un pueblo de Dios.

En el ceremonial fúnebre del Papa se manifiesta una liturgia cargada de símbolos: el anillo del pescador, que es destruido al morir; el féretro triple de ciprés, plomo y roble; y la inscripción de sus obras en un pergamino que se introduce en su ataúd. Todo esto subraya que más allá de la figura pública, lo que se honra es su legado espiritual.

Aunque pocos lo saben, el Papa recibe una asignación económica, pero Francisco decidió vivir con austeridad. Se desconoce si él aceptaba dicho pago, hay algunas fuentes que afirman que no lo hacía, aunque está claro que su vida estuvo alejada del boato y las riquezas.

En la República Dominicana, varios presidentes han tenido encuentros con él, siendo el más reciente Luis Abinader junto a su familia y en uno de sus mandatos Danilo Medina, quienes en sus visitas al Vaticano expresaron la cercanía de nuestro país con el liderazgo espiritual del Papa. Más allá del protocolo, fueron un encuentro de reconocimientos mutuos.

Para quienes deseen entender la profundidad humana de Francisco, la película «Dos Papas» en Netflix ofrece una mirada emocional y reflexiva sobre su vida antes del papado y su relación con Benedicto XVI. Una obra que deja una enseñanza poderosa: el liderazgo con humildad, el perdón como camino, el valor del diálogo sincero, el protocolo religioso al escoger a un nuevo Papa.

El mundo no solo despide al Papa, sino al hombre que nos enseñó que el poder también puede arrodillarse, abrazar, pedir perdón y sonreír con ternura. Aunque muchos no seamos católicos.

Por: América Pérez.
Lic. Comunicación Social «Periodismo» Magíster en Diplomacia y Derecho Internacional

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