El país se cae, pero si fulana sube un story llorando, ahí sí reaccionamos.
Este país no está dormido. Está anestesiado.
Nos distraen con lágrimas de influencer mientras nos vacían los bolsillos a mano limpia.
Sube el arroz, desaparecen millones en contratos turbios, el sistema judicial colapsa… ¿y tú en qué estás pensando? En si fulanito le pegó los cuernos a menganita. En eso.
Aquí la farándula no entretiene: embrutece.
Es el opio moderno, la dosis diaria que nos adormece la rabia.
Es más fácil burlarse del cuerpo ajeno que enfrentar la podredumbre institucional.
Más cómodo criticar a una artista por operarse que leer esa ley nueva que te va a clavar impuestos durante una década.
Y no es por ignorancia, es por hartazgo.
Porque confiar en políticos aquí es como abrazar espinas. Siempre terminas sangrando.
Entonces mejor no pensar. Mejor hacer scroll, reírse del chisme, y seguir.
El chisme no traiciona. La política sí.
Pero ese escapismo cuesta caro.
Mientras compartes el live de la nueva ‘pareja viral’, hay senadores blindándose con pensiones que tú jamás soñarás.
Mientras tú haces memes, ellos hacen leyes.
Y mientras tú te ríes de un corazón roto falso, este país se desangra de verdad. Y tú, ni cuenta te das.
¿Qué clase de ciudadanos estamos siendo?
¿En serio crees que saber qué se inyectó tal influencer importa más que saber quién aprobó esa ley que te va a endeudar?
No está mal desconectarse. Lo que está mal es vivir como si nada te afectara.
Porque mientras tú te entretienes, ellos se enriquecen. Y cuando reacciones, será tarde.
Te vas a despertar un día y no vas a reconocer el país donde naciste.
Porque mientras tú jugabas con el humo, ellos quemaron la casa.
