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29 de diciembre 2025
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OpiniónJabes RamírezJabes Ramírez

Pragmatismo de la injerencia

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Es más que entendible la urticaria que ha causado en algunas personas la presencia de Pete Hegseth en la República Dominicana. Por un lado, están los aduladores de Estados Unidos, dispuestos a aceptar hasta sin el correcto entendimiento de lo que implica nuestra colaboración con dicha nación. Y por el otro, los defensores de un criterio que no obedece a la búsqueda de un bien nacional, sino que son confrontativos bajo el paraguas de ser antiyanquis. Visiones de la izquierda distorsionadas, que ofertan un concepto de injerencia muy al estilo del siglo XIX y XX. 

Sin embargo, la política trasciende y siempre ha trascendido el encuadre del ideario de una parte y la otra; izquierda y derecha, a veces quedan obsoletas para interpretar algunos aspectos que son más de carácter pragmático que conceptual. Las visiones rígidas son incapaces de entender el mundo globalizado, precisamente porque la globalización es un efecto que necesita una hermeneútica desapegada de las pasiones conceptuales. La política, en la mayoría de los casos se circunscribe más a la parte fáctica. Donde el análisis conceptual es sometido a la práctica y arroja evidencias naturales, producto de haber sido sujeto a pruebas. En la actual coyuntura, los únicos ganadores somos nosotros como dominicanos.  

La emprendida que han iniciado los yanquis contra el narcotráfico es una retórica amplificada, de eso no hay duda. Pero eso no implica que en su amplificación no existan aspectos que valgan la pena rescatar. El interés de la primera potencia no es exterminar de raíz el narcotráfico, sino el deseo puro y simple de la riqueza de una nación que necesita ser sacudida políticamente para el logro de los objetivos. Pero ambas cosas combinadas, no difuminan la realidad de nosotros como país. El pragmatismo imprime aquí múltiples aspectos que valen la pena rescatar para que el análisis se construya con seriedad.   

En primer lugar, una lucha contra el narcotráfico no debería ser un asunto discutido dándole matices de injerencia. Debería ser todo lo contrario. Este tipo de embates deberían formar parte de una agenda hemisférica colectiva, incluso sin distinción ideológica o partidaria. Luchar contra el narcotráfico forma parte de una estrategia propagandística, pero eso no ausenta el hecho de que es un flagelo que tiene la capacidad de configurar una sociedad en todo el sentido de la palabra. Conociendo sus consecuencias, una colaboración de este tipo debería contener una visión a futuro de aquello que pudimos prever como país. En vez de ser visto bajo el lenguaje de las colonias, debería ser ponderado sobre las bases de los beneficios que puede tener para nosotros. 

En segundo lugar, continuando en una línea pragmática, la lucha contra el narcotráfico ha sacudido las agendas partidarias. El árbol de la política dominicana fue golpeado, lo que contribuye al libramiento de encaminarnos hasta el punto de ser gobernados con los criterios de un estado narcotizado. Que la Casa Blanca haya encontrado en nosotros un aliado es un beneficio para la estabilidad sociopolítica de la República Dominicana. Marca un precedente en la materialización de iniciativas que dejen un camino allanado para el exterminio de este flagelo.

Por otro lado, esta ha sido la coyuntura que ha permitido que cristalice nuestra condición institucional con respecto al tema del narco. Es esta iniciativa yanqui la que ha arrojado un diagnóstico de cómo se encontraba República Dominicana; tenemos más claro nuestra temperatura. Han salido a relucir figuras e informaciones que de otra manera tal vez no hubiese sido posible. A todo esto, no les ha quedado otra opción a los partidos que entrar en un proceso de reflexión, bajo la mirada de la sociedad, y haciendo a un lado la bandera de los colores. Estados Unidos hizo un acercamiento que nos dejo con la tarea de planificar el tipo de país que queremos a futuro. 

Sin embargo, y como siempre he señalado, debemos cuidar nuestros acercamientos.   Estados Unidos es un país que esta atravesando un proceso de volatilidad electoral hace unos años. Un país con esa condición limita las probabilidades que construyamos una diplomacia adecuada, debido a que los gestores de hoy tienen una alta posibilidad de cambiar mañana. Cada cual con una agenda distinta y con valores distintos. Las alianzas son importantes, pero siempre teniendo en cuenta una visión concreta del país que queremos ser a futuro; abogando por nuestros intereses siempre. Que nuestra alianza sea tal, que de haber un proceso de cambio de administración tengamos algo de que soportarnos. 

Debemos ser cautos con nuestras colaboraciones. Los que hoy celebran nuestros chistes, tal vez mañana nos laceren. Nuestro país debe hacerse con el tema, colaborando en cuenta pueda, incluso mirándose en el espejo de otros países. Los gestores del Estado deben hacerse siempre la siguiente pregunta: ¿Qué pasaría si mañana no es un rostro republicano, sino un demócrata con que tuviésemos que conversar? 


Por Jabes Ramírez 

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