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26 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Percepción y encuestas

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Las encuestas son un instrumento de trabajo. Pueden ayudar a perfeccionar una campaña, o por el contrario la hacen perder por la idea del triunfalismo. Esos sondeos no pasan de ser apreciaciones  momentáneas  de una realidad que va corriendo.

Cuando la encuesta se da a conocer, talvez han cambiado las perspectivas y el desarrollo de los acontecimientos. Es complejo determinar la seriedad de una encuesta. El trabajo de campo es vital, pero también la tabulación ty resultados finales.

Para hacer una encuesta creíble tiene que haber objetividad e imparcialidad. Las dos cosas son posibles. La imparcialidad puede llegar midiendo popularidades. Solo se tiene que ser profesional, y no valorar los números por amistad o ayudas económicos.

Yo siempre he visto las encuestas como un método de trabajo, que permite saber hacia dónde encaminar los pasos. Su factibilidad de predecir favoritos, siempre lo pongo en dudas. En una actividad tan cambiante como la política, el acierto de las encuestas es una casualidad.

Pero hay una encuesta popular, que se hace sin factores técnicos y sin números rebuscados. Es la percepción. En la imaginación popular es difícil vencer a un candidato que en la calle se da por ganador. Poco importan recursos o encuestas. Si de boca en boca se corre el rumor de que ganará un determinado candidato, nadie lo despinta.

Es un efecto dominó. Pasa con las marcas comerciales. Puede no ser el mejor jabón, pero una acertada propaganda le hace creer a la gente que es el mejor, y lo compran sin pensar en más nada.

Vender un candidato político, es como poner a la oferta y la demanda a un refresco de cola. Usted vende un objeto, una persona, un símbolo hecho, una consigna. Ya no tienen importancia los discursos ni los programas de gobierno.

Se exhiben  la sonrisa, las siglas, los colores, el primer nombre. Los grandes caudillos del siglo 20 vendían el apellido.  Bosch, Peña Gómez, Balaguer. Los publicistas de hoy consideran que el primer nombre da más familiaridad, y se pone el apellido en el olvido.

El gran mitin final de cierre, con un discurso central, es parte de la historia. Un anuncio de televisión o en las redes sociales, rinde igual o mayor beneficio. El candidato está siempre presente, por lo que es fácil aceptarlo o rechazarlo.

Sin ideologías ni caudillos, la política dominicana es el clic de una red social. Llegamos al siglo 21, en un país de atrasos, analfabetos, con votaciones electrónicas, donde la foto retocada vende más que las promesas de un programa de gobierno.

El 20 es el final de una época, enterrará una etapa de la vida dominicana. Desaparecerán los líderes que llegaron después de los grandes caudillos. No se ven los relevos a simple vista. No sabemos cómo serán los vientos en el 24. Lo cierto es que estamos doblando la curva, y no sabemos qué camino seguiremos. ¡AY!, se me acabó la tinta.

Por Manuel Hernández Villeta

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