Durante más de tres décadas, Osiris Madera ha sido un secreto a voces en la poesía dominicana. Poeta silencioso, pero obstinado; orfebre de la palabra que, al margen de modas y alianzas, ha levantado una obra tan coherente como necesaria. Con Brillará la noche, no solo confirma lo que algunos ya intuíamos —que estamos ante una de las voces mayores de nuestra poesía—, sino que va más allá: se adentra en la noche como quien regresa al origen, como quien explora la médula invisible del lenguaje para nombrar lo innombrable.
El título es una declaración. No se trata de esperar el día, sino de descubrir una luz que emana desde dentro de la sombra. La noche que brilla no es promesa de amanecer, sino estado del alma, estación de la conciencia. Madera no escribe para consolar, ni para ilusionar: escribe para mirar. Para sostener la mirada donde otros parpadean. Porque antes que palabra, la poesía fue mirada. Y el poeta, ese animal que aún cree en lo invisible, se convierte primero en un testigo: alguien que ha aprendido que escribir es, ante todo, ver.
Desde el poema inicial, “Cuarentena”, la apuesta queda clara:
“Aquí es domingo.
Fuera, ¿qué día será?
Me pregunto descreído.
Allá llueve preciosamente.”
La pandemia, más que un contexto, se volvió epifanía forzada. El encierro físico revela la intemperie interior. En esas “cuatro paredes”, Madera encontró su voz definitiva. No la voz impuesta por la tradición ni barnizada por formas prestadas, sino una voz que nace del silencio, como un animal herido que aprende a cantar.
En Brillará la noche, Madera no repite obsesiones: las transmuta. La soledad no es aquí una pose existencial, sino una condición ontológica. La muerte, lejos de clausura, es ritmo secreto, pulso que define lo que importa. El libro está lleno de preguntas, pero no como quien interroga para obtener respuestas, sino como quien ha comprendido que el conocimiento verdadero reside en la pregunta que no cesa. Uno de sus versos lo dice con nitidez:
“El poema no solo se hace con palabras / sino también con el tiempo vital del hombre.”
He aquí su ética. El poema no se fabrica, se vive. La poesía no es ornamento, es respiración. Madera no escribe para impresionar, sino porque no tiene otra forma de estar en el mundo, escribiendo, en su consultorio médico esperando la llegada de un paciente, o en las noches después que su nieto deja de caminar entre la casa.
Hay una naturalidad en su tono que no recuerda tanto a un estilo como a una actitud. Como Vallejo, como Sabines. Una poesía sin maquillajes ni retóricas, pero con una temperatura emocional sostenida. Cada verso es una chispa lúcida que no busca deslumbrar, sino acompañar. Porque para Madera, la poesía no es evasión: es una forma de habitar.
Y sin embargo, no hay solemnidad. Hay tristeza, sí, y también ternura. Hay un dolor contenido, y hay belleza. Una belleza que no se impone, que no grita, pero que resuena como una nota baja, como una respiración prolongada en la penumbra.
Uno de los mayores aciertos del libro es ese equilibrio: conmueve sin sentimentalismo, reflexiona sin pedantería. Cada poema es una trinchera contra la banalidad, una resistencia sutil frente al vértigo de un mundo desmemoriado. En tiempos de prisa y ruido, Brillará la noche es una invitación a la pausa. Un libro que exige ser leído con el mismo cuidado con que fue escrito. Y esa exigencia, en lugar de alejar, nos atrae: al entrar en su mundo, el lector se descubre a sí mismo.
Porque lo que Madera propone no es solo un libro de poemas, sino una forma de estar en el mundo. Una forma austera, consciente, casi mística. Pero no un misticismo de otros cielos, sino uno profundamente terrestre. Como Rulfo, como Paz, como aquellos que han oído el eco del desierto y han respondido con palabras que no explican, pero revelan.
El poeta no sabe a dónde va. Es un caminante ciego que se lanza al lenguaje con la esperanza de que una sílaba, una imagen, una pausa, le señale el rumbo. Y es en ese abandono, en esa entrega, donde habita lo verdadero. Madera no busca ser leído por todos, sino por aquel lector que se reconozca en su noche. Ese que entienda que la poesía no promete luz, pero sí compañía.
Tal vez eso sea lo más hondo de este libro: no entrega respuestas, pero tampoco se encierra en el hermetismo. Extiende la mano, no para guiar, sino para compartir el camino. Nos dice, sin decirlo, que no estamos solos. Que alguien más ha sentido lo que sentimos. Que, en el fondo, el poema es un puente.
Brillará la noche no es un himno a la esperanza. Es algo más difícil, más humano: es una música escrita desde la sombra, con la certeza de que incluso allí, donde todo parece perdido, la voz —esa voz templada, lúcida, inconfundible— puede hacer brillar lo que parecía muerto.
Y en estos tiempos de vacío y estruendo, ruidos, siempre brillara la noche.
Por Marino Beriguete
Escritor.
