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28 de diciembre 2025
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OpiniónBelma Polonia GonzálezBelma Polonia González

Opiniones cómodas, argumentos ausentes

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En tiempos de likes y verdades instantáneas, hemos reemplazado el pensamiento crítico por frases cómodas, y ya opinar no basta, hay que saber argumentar.

¿Son todas las opiniones respetables? Sí, sin embargo, como bien plantea el filósofo José Antonio Marina, la respetabilidad de una opinión depende del contenido, no solo del derecho a expresarla.

Hemos confundido libertad de expresión con validación automática. Ya no interesa si una idea está bien sustentada; basta con que “sea mía”. Las redes sociales, con su lógica de inmediatez, viralidad y dopamina digital, han convertido los debates en trincheras emocionales, y ahí, la objetividad no cabe.

Nos hemos vuelto adictos a las frases cortas, a los “memes” que nos hacen sentir inteligentes, los videos que confirman nuestras creencias, y cuando llega el momento de argumentar, de sostener lo que decimos con razones, nos quedamos cortos, ¿por qué? porque pensar críticamente toma tiempo, incomoda, y nos obliga a revisar nuestras convicciones.

En mis años de estudiante, los profesores hacían algo más que enseñar: nos entrenaban en el arte del debate. Nos enseñaban a argumentar, a defender nuestras ideas con razones y a escuchar al otro sin interrumpir, a veces se tornaban incómodos, sí, pero hoy lo valoro, pues gracias a esos espacios entendí que una opinión sin sustento se la lleva el viento, y que el pensamiento crítico no es un adorno, es una herramienta que merece estar en nuestra caja de herramientas.

Y es aquí donde aparece la verdadera crisis: ya no buscamos la verdad, solo buscamos tener razón.

La cultura del “yo opino así” ha reemplazado el valor del razonamiento. Hoy es más fácil viralizar una frase que sentarse a escuchar, leer, contrastar, construir, porque se defiende “la opinión” como un derecho emocional, no como una responsabilidad intelectual.

Aprendizaje. Si de verdad aspiramos a una sociedad más justa, empática y lúcida, necesitamos algo más que buenas intenciones.

Solo cuando desafiamos nuestras ideas, cuando nos atrevemos a pensar con profundidad crecemos, y para eso hace falta aprender a reconocer cuándo hablamos desde el conocimiento y cuándo desde la emoción, y así notaremos la diferencia entre lo que simplemente creemos… y lo que realmente podemos demostrar.

Nota: podemos seguir opinando, teniendo en cuenta que nuestras palabras no vayan solas, acompaña cada frase, con una razón, un dato, una reflexión, porque opinar es un derecho, y argumentar es un compromiso con una mejor versión de nosotros mismos.

La autora es profesional en Gestión Humana, enfocada en el desarrollo del talento, la cultura
organizacional y el bienestar laboral. Apasionada por crear experiencias que conecten a las personas con su propósito profesional y humano.

Por Belma Polonia González

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