Nuestros países de América Latina tienen un enorme desafío para poder colocarse en un nuevo estadío. Superar las prácticas ilícitas del ejercicio en la política, en las instituciones públicas y en la sociedad es algo esencial para cambiar el rumbo.
El escándalo Odebrecht ha dejado evidenciado que el enjuiciamiento de los corruptos resulta extremadamente difícil, no porque falten pruebas suficientes para hacerlo, sino porque las cúpulas están altamente contaminadas y en consecuencia no se enjuician ellas mismas.
La corrupción no sólo es mala por lo que se lleva, lo es, esencialmente, porque daña el espíritu colectivo. Lo es porque crea un sistema de enredos que lo convierte en un estilo de vivir.