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26 de abril 2024
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OpiniónVictor Elias AquinoVictor Elias Aquino

Un niño: Conductor designado

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Conductor designado: Uno de los problemas  de embriagarse,  es que la gente comienza a hacer tonterías de las que  luego se arrepiente.

Desde aquel día en que Noé se embriagó con vino y se desnudó  en su tienda  ha “llovido mucho”.  Un disparate supera al otro en cualquier parte del planeta tierra.

Mis palabras tienen un valor agregado: soy hijo de alcohólico, bebedor de todo tipo de tragos y bebidas, mujeriego y bailador; y   fumador; de esos que  con un cigarro encienden el otro.

Un día, alguien muy querido por mí que lleva mi sangre celebraba cualquier cosa, había estado cerca de su casa y tomando  en un colmado junto a un inseparable amigo.

Moría la tarde, los últimos rayos del sol tocaron las frentes de ambos en el umbral del negocio cuando se dirigían  al vehículo, como si fuera ciegos uno   al lado del otro. Como si fuera algo automático, los dos se colocaron en el asiento trasero, como si anduvieran con un chofer.

Era una puesta de sol calurosa,  cualquier  mortal habría deseado un helado de vainilla con una  fresa en la moña. Eso era lo que quería el niño, pero tenía de frente a  su padre y su compadre con dos botellas: Una de Ginebra y otra de JB.

El  primogénito de sus hijos tenía seis años,  verdes sus ojos, estaban más relucientes que nunca.  Estaba preocupado porque su papá y el compadre de su padre  parecía que a cada paso  se iban de bruces. El menor se había pasado la tarde yendo y viniendo del colmadito a la casa preocupado, como presagiando un final triste, que finalmente gracias al  destino,  no ocurrió.

Llamaron al niño que se montó en el  carro,  con la erguida cabeza, y apenas veía el pavimento logró llevar el vehículo distante a unos   a 700  metros hasta la casa como buen Conductor designado.

Los dos se dan cuenta que ninguno de los dos puede tomar el volante, después de una torpe discusión de “maneja tú,  maneja tú” Llegan a la conclusión de que el conductor designado es el niño de  sólo seis añitos.

En sus mentes, era la única oportunidad que tenían de llegar sanos y salvos a  la casa.  Como si fuera algo ensayado, los dos dijeron,“ que maneje el niño”.  Le pasaron el manojo de llaves, buscó a tientas, como si fuera ciego,  y la encontró, encendió el vehículo y condujo por el barrio  unos 700  metros   un carro automático.

 

Por milagro,  la divina providencia  permitió que llegaran bien.  Ninguno de los dos tenía el alma enana, pequeña; al contrario eran grandes padres, dedicados y centrados, pero  el alcohol los llevó a cometer una tontería”.

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