Conductor designado: Uno de los problemas de embriagarse, es que la gente comienza a hacer tonterías de las que luego se arrepiente.
Desde aquel día en que Noé se embriagó con vino y se desnudó en su tienda ha “llovido mucho”. Un disparate supera al otro en cualquier parte del planeta tierra.
Mis palabras tienen un valor agregado: soy hijo de alcohólico, bebedor de todo tipo de tragos y bebidas, mujeriego y bailador; y fumador; de esos que con un cigarro encienden el otro.
Un día, alguien muy querido por mí que lleva mi sangre celebraba cualquier cosa, había estado cerca de su casa y tomando en un colmado junto a un inseparable amigo.
Moría la tarde, los últimos rayos del sol tocaron las frentes de ambos en el umbral del negocio cuando se dirigían al vehículo, como si fuera ciegos uno al lado del otro. Como si fuera algo automático, los dos se colocaron en el asiento trasero, como si anduvieran con un chofer.
Era una puesta de sol calurosa, cualquier mortal habría deseado un helado de vainilla con una fresa en la moña. Eso era lo que quería el niño, pero tenía de frente a su padre y su compadre con dos botellas: Una de Ginebra y otra de JB.
El primogénito de sus hijos tenía seis años, verdes sus ojos, estaban más relucientes que nunca. Estaba preocupado porque su papá y el compadre de su padre parecía que a cada paso se iban de bruces. El menor se había pasado la tarde yendo y viniendo del colmadito a la casa preocupado, como presagiando un final triste, que finalmente gracias al destino, no ocurrió.
Llamaron al niño que se montó en el carro, con la erguida cabeza, y apenas veía el pavimento logró llevar el vehículo distante a unos a 700 metros hasta la casa como buen Conductor designado.
Los dos se dan cuenta que ninguno de los dos puede tomar el volante, después de una torpe discusión de “maneja tú, maneja tú” Llegan a la conclusión de que el conductor designado es el niño de sólo seis añitos.
En sus mentes, era la única oportunidad que tenían de llegar sanos y salvos a la casa. Como si fuera algo ensayado, los dos dijeron,“ que maneje el niño”. Le pasaron el manojo de llaves, buscó a tientas, como si fuera ciego, y la encontró, encendió el vehículo y condujo por el barrio unos 700 metros un carro automático.
Por milagro, la divina providencia permitió que llegaran bien. Ninguno de los dos tenía el alma enana, pequeña; al contrario eran grandes padres, dedicados y centrados, pero el alcohol los llevó a cometer una tontería”.