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21 de diciembre 2025
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Ni los unos ni los otros

Nuestras ideas de lo que es una sociedad en casi toda su existencia se han dividido en dos escuelas: una, de escepticismo e incredulidad en el proyecto de nación; y la otra, de aprobación y ratificación de valores y tradiciones que a postre hundían en el atraso a la colectividad dominicana.Ambas “escuelas” han fungido como […]

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Nuestras ideas de lo que es una sociedad en casi toda su existencia se han dividido en dos escuelas: una, de escepticismo e incredulidad en el proyecto de nación; y la otra, de aprobación y ratificación de valores y tradiciones que a postre hundían en el atraso a la colectividad dominicana.

Ambas “escuelas” han fungido como un armazón de perjuicio y retranca para la incipiente nación dominicana, representadas las dos por “pensadores” que no se han detenido a hacer un estudio profundo y pormenorizado de las relaciones económicas, sociales y culturales del país.

José Ramón López es el dominicano más aventajado del pesimismo criollo. En sus escritos la Alimentación y las Razas, y La Paz en la República Dominicana, este prosista y poeta hace un pueril análisis de las perspectivas nacionales de finales de siglo XIX y principio del XX. Sus ideas parecen sacadas de la producción literaria del escritor y político argentino Domingo Faustino Sarmiento.

Muy mal ejemplo para López el tomar a Sarmiento pues el escritor argentino hizo una pobre interpretación de la realidad Argentina de siglo XIX en su texto Facundo o Civilización y Barbarie. En ese libro el político y literato se queja amargamente de la realidad circundante de su país.

Facundo o Civilización y Barbarie es un lamento de no poder ser lo que en ese estadio de desarrollo argentino era Europa, que ya venía varios siglos atrás sentando las bases para un capitalismo que fascinaba a la gente de letras en Suramérica.

El que los indígenas de esa nación no usaran trajes, y una serie de nimiedades más, comportaban la irracionalidad sarmientista, que retratan a carta cabal la anti ciencia de quien fuera presidente de Argentina, y que tenía como tipo ideal weberiano las sociedades europeas, las cuales usaba como referencia de sus absurdas hipótesis sociológicas.

Pero por el otro lado de esta modorra que nos persigue como nación está Juan Antonio Alix, un bardo que hacía literatura para ganarse la vida, y era precisamente ahí donde la perdía. Alix no escatimaba versos para alabar con carantoñas a la dictadura de Ulises Heureaux Lilís), demostrativas del envilecimiento de algunos seres humanos que ponen su talento y sabiduría al servicio de la maldad y los anti valores.

Y en ese dilema se ha debatido el país en casi toda su existencia como república. Por un lado, los que hacen de un caso particular y aislado una ley general para que encaje con su alocada y malsana hipótesis de que deambulamos como estado fallido, descalificando y negando al país, llegándose por instantes al nihilismo más vil.

Y por el otro, un grupo de corifeos de lo absurdo, capaces de cualquier cosa por dinero y poder. Justificadores a diestra y siniestra de una cultura que con sus valores y tradiciones surcan el camino hacia el infame subdesarrollo, del cual aspiran a que no salgamos.

Ambas formas de pensar son aberraciones para una sociedad que paso a paso camina a la solución de sus más acuciantes problemas. Las dos maneras son negadoras de todas nuestras virtudes.

Estas dos “corrientes” maniqueistas son ejemplos fidedignos de un ethos en decadencia. Ningunas sirven para mejorar nuestra sociedad, pues en las dos hay un amasijo de incomprensión y subjetividad y veneno.

Debemos superarlas y dejarlas atrás, pues de llevarnos de esa gente, desapareceríamos como categoría viva y capaz de ir negándonos en los diferentes estadios societales, como lo hemos estado haciendo. No somos hoy lo que fuimos hace 100 años.

Debemos crear valores nuevos si los que existen provienen de esas “escuelas” epicúreas y estoicas. ¡Que aparten de nosotros ese cáliz, brebaje del cual no saldrán las instituciones a la que aspiramos y nos merecemos dominicanos y dominicanas.

Hagamos contracultura, si la cultura actual está conformada por las aberraciones de dos bandos que se han engullido nuestra razón de ser y nuestros anhelos de un mundo mejor. Obviemos estos liquidacionistas consuetudinarios presentes en todos los siglos y durante toda nuestra historia.

Son los Guacanagarix, los José Ramón López, los Santana, los Báez, que aparecen como fantasmas portátiles de la vida dominicana. Es hora ya de que los saquemos del templo, como hizo Jesús cuando echó a los farsantes látigo en mano de la iglesia que creó su padre.

Por Elvis Valoy