Santo Domingo 23 / 31 Soleado
ENVÍA TUS DENUNCIAS 829-917-7231 / 809-866-3480
4 de mayo 2024
logo
OpiniónGregory Castellanos RuanoGregory Castellanos Ruano

Nayib Bukele

COMPARTIR:

En la República de El Salvador el fenómeno de la delincuencia llegó a expresarse en el surgimiento de una asociación de malhechores que se trazó como meta el poco a poco engullirse a las otras asociaciones de malhechores so pena de los miembros de estas otras ser aniquilados por aquella, es decir, una asociación de malhechores empezó a engullir a las demás asociaciones de malhechores. Estas últimas tuvieron que ir recurriendo a formar parte de la primera para sus integrantes poder mantenerse con vida y poder continuar matando y depredando a los ciudadanos vulnerables.

El crecimiento, la efectividad y la letalidad de esa asociación de malhechores recibió un impulso cercano al de la velocidad de la luz cuando la República de El Salvador adoptó el Código Procesal Penal en fecha primero (1ro) de Enero del dos mil once (2011). Con la nueva herramienta legal, de raíz cuasi-abolicionista penal, la asociación de malhechores en cuestión se vio favorecida hasta tal grado que adquirió proporciones mastodónticas.

Aquella asociación de malhechores se tornó, así, con los incentivos legales contenidos en dicha normativa legal, en un gigantesco hoyo negro que devoraba todo sin el más mínimo respeto a nada ni a nadie.

Dicha asociación de malhechores tan multitudinaria, gracias al potente apoyo y empuje que recibió, siguió devorando, cada vez con más fuerza, el tejido social salvadoreño que se vio a sí mismo, como es natural,  enmarañado en una larga red de acontecimientos de muertes y robos, de robos y muertes; se vio envuelto  en una súper gigantesca ola de sangre, que se precipitaba a la muerte y esa sociedad salvadoreña se sobrecogió de espanto por lo que se estaba viendo y por lo que se veía venir, una tragedia totalizante estaba llegando, precipitándose, derrumbándose sobre esa sociedad y prefigurando su última fase mortífera de total fulminación. Se sintió aplastada e impotente, la permanente modalidad opresiva de la hegemonía de los robos violentos y de la muerte pareja a los mismos dio lugar a que un aura de miedo flotara como una mortaja sobre todo el país salvadoreño.

Lo que sus vendedores propagandísticos habían configurado casi como un benévolo dios normativo flotaba ahora sobre la ola negra de la decepción.

Las facilidades, los incentivos se hicieron evidentes y más rápido salían en libertad de los palacios de justicia dichos malhechores que las víctimas y/o los familiares de las víctimas.

El miedo natural a la delincuencia devino entonces en terror, en terror amplio y difuso entre la ciudadanía salvadoreña.

Aquello que se consideró ser intrínsecamente «tan escandalosamente justo« resultó ser `tan escandalosamente injusto`: su némesis.

El desbordamiento en la visión de su concepción llevó a creer que sus malabarismos serían prodigiosos por beneficiosos para la sociedad salvadoreña, pero dichos «prodigiosos malabarismos«  nada tuvieron de prodigiosos para la sociedad, pero para los delincuentes sí y, por ende, para la asociación de malhechores en cuestión sí.

La carga redentora, sacada de una mítica y «secreta profundidad« fue desafiada y ese desafío reveló que la supuesta «pasta milagrosa« no pasaba de eso, de ser un puro mito clavado impenitentemente a la tiranía de un ideal, de un ideal `coartada` que claramente podía y puede ser evaluada como una falsedad evidente.

La sociedad salvadoreña estaba atravesando una experiencia tan aberrante que era desgarrante, pues vivía claras  mortificaciones en carne propia, era como si los salvadoreños pudiesen dedicarse al exterminio mutuo.

La incertidumbre resultaba tan dolorosa que se palpaba en el ambiente opresivo que podían reproducirse recurrentemente y con toda impunidad terribles desgracias, pues ya se habían producido numerosas tragedias y estas eran ostensibles.

A quienes vendieron el instrumento «divino« la lógica parecía haberle fallado, que fueron claras víctimas de un giro de pensamiento desafortunado que les llevaba a percibir cosas que no existen y que su percepción errada había filtrado lo fantástico en la realidad cotidiana salvadoreña con un enorme y trágico precio; que quienes participaron en esa venta y en esa compra no se diferenciaban para nada de los grupos de Bokanovsky de adultos con inteligencia infantil.

La sociedad  salvadoreña para esos vendedores y para esos compradores era una colección pasiva, neutra.

…Los actos delincuenciales  se producían con la ligereza de un insoportable bostezo. El conglomerado social salvadoreño parecía yacer en el polvo de los caminos inútiles, el cuadro no era otro.

Todo era infructuoso, la delincuencia de esa asociación de malhechores premiada con aquel instrumento «divino« arropaba a ese país desde los pies hasta la cabeza.

Los vendedores y los compradores referidos quisieron, con sus estribillos propagandísticos de defensa de lo indefendible, ocultar el ámbito siniestro hacia el que se había  «avanzado« (¿?), es decir, quisieron y quieren tapar el Sol con un dedo, tapar la realidad.

Aquella defensa con dichos estribillos propagandísticos era la contabilidad de la mentira y de la simulación, pues lo cierto era que los vendedores y los compradores de referencia habían realizado la aventura de decidir la desdicha de muchos otros, pero de muchísimos otros.

Tuvieron la oportunidad espectacular de decidir por toda la sociedad, lo cual es un privilegio permitido exclusivamente a «seres superiores« (lo que se creyeron y se creen dichos vendedores y dichos compradores), seres tan, pero tan «superiores« (¿?)  que encarnan a la vez lo arbitrario y lo divino, que vienen de zambullirse en «el misterio« (¿?) que «los diviniza« (¿?), y, por ello, se sintieron en capacidad de decidir por todos los salvadoreños llevando e imponiéndoles  «el mágico portador« de la «justicia«.

Se produjo así un arriesgado juego de peligro e incertidumbre, de total peligro y de total incertidumbre que arrojó a esa sociedad contra los acontecimientos alarmantes, intimidantes e inquietantes que fueron ocurriendo hasta ser claro que no se podía esconder la indefensión de toda una sociedad que ese instrumento «divino«  (¿?) contribuyó a envilecer llevándola a una existencia sumergida en el más destilado puro miedo.

La tragedia devino en una acusada inestabilidad social semejante al propio de una guerra civil. Todo ello se traducía en un escarnio para esa sociedad sumergida en el dolor y en el sufrimiento.

La metáfora del paño en los ojos como idea transmisora de la justicia quedó desgarrada.

…Ese es el origen de la legitimación y de la aprobación de Nayib Bukele, quien ha logrado concentrar los esfuerzos del país centroamericano convenciendo a la inmensa mayor parte de los sectores sociales del mismo en la necesidad de la lucha sin cuartel contra esa descomunal y tentacular asociación de malhechores    –un verdadero cáncer social extremo–    a cuyos miembros, gracias al esfuerzo conjunto con los representantes del Ministerio Público y con jueces, ha logrado sacar de la circulación social produciéndose situaciones prácticamente milagrosas como la del crecimiento económico y la visita de turistas a un país donde anteriormente daba terror pensar siquiera en visitarlo.

…El auto creído Cacique de la Laguna del Guatavita, Gustavo Petro, con una hipocresía descomunal pretendió criticar a Nayib Bukele creyendo que él (Petro) hablaba para un público que «desconocía« (¿?) que de sus labios nunca ha salido una crítica a las violaciones de los derechos humanos de la tiranía castrista donde un régimen de terror fusila, encarcela y manda lapidadores a apedrear a opositores y hasta a las Damas de Blanco cuyo único pecado es que le duelen sus parientes víctimas asesinados o encarcelados; tampoco de sus labios ha salido crítica alguna a las violaciones de los derechos humanos de la Narcodictadura venezolana de Nicolás Maduro Moro; igualmente tampoco a las violaciones de los derechos humanos del folklórico, pero tremendamente aterrorizante Faraón tropical de Daniel Ortega y su esposa la bruja Murillo; por el contrario, ha sido y es defensor de esos tres regímenes despóticos que tiraron los derechos humanos al zafacón de la basura.

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

Comenta

[wordads]